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Una de las grandes paradojas de este tiempo muestra la indeseable convivencia de leyes y consensos sociales, que consagran un elevado grado de libertad de ... los individuos, con actitudes y comportamientos que no solo la vulneran sino que la niegan, sin que por ello sus autores sufran el rechazo general que tales comportamientos merecen.
Con este preámbulo aludo a la reiterada aparición de censuras e inquisiciones, denominadas hoy con una palabra de moda: cancelaciones, y que muchísimo antes, en el lejano tiempo de los griegos, se denominaban 'condena al ostracismo', una muerte civil por alejamiento y olvido de individuos socialmente peligrosos o que habían atentado gravemente contra la ciudad o el Estado. Esta mancha de intolerancia se extiende hoy a importantes ámbitos de la vida, especialmente la literatura, las artes y el pensamiento que nutre los espacios de la comunicación, aunque hago la salvedad de que, con harta frecuencia, esa intransigencia no se ejerce contra individuos peligrosos ni situaciones alarmantes sino contra quienes, en uso de su libertad, ejercen la disidencia, son diferentes del resto, cuentan la verdad sin tapujos o denuncian una realidad intolerable.
Las noticias sobre literatura son altamente preocupantes. Por ahora, estas censuras proliferan en la anglosfera, pero, a no tardar, asomarán su sectaria presencia por el horizonte de nuestra cultura para atacar la sagrada parcela de los libros. Y así, la obsesión por lo políticamente correcto ha cambiado el título de la célebre obra de Agatha Christie 'Diez negritos' por el más 'afeitado' y risible 'Y entonces no quedó ninguno'. Lo ocurrido con Roald Dahl no tiene nombre: mentes radicales piden la proscripción de 'Charlie y la fábrica de chocolate' porque aparecen mujeres gordas y feas, como si el mundo femenino estuviese compuesto de sílfides y modelos de alta costura. Otros inquisidores han eliminado el color negro de una capa por supuestas ofensas raciales. Mucho antes, la censura atacó las obras de Mark Twain, acusándolo de racista. Últimamente, el Museo Británico ha recomendado evitar, por degradante, la palabra 'momias', cambiándola por la ridícula expresión 'personas momificadas'.
Este pavoroso asunto comenzó con la censura de cuentos infantiles tradicionales, que están llenos, como la propia realidad, de crueldades, perfidias y violencias. Un relato como 'Blancanieves' fue denunciado por espíritus pacatos –algunos del ámbito universitario– porque el príncipe le 'roba' un beso no consentido a Blancanieves. El espacio intelectual está poblado por gentes que se escandalizan por tonterías, mientras que olvidan hipócritamente las miles de muertes criminales de migrantes en el Mediterráneo, las guerras que ensangrentan el planeta y las gravísimas agresiones contra la Naturaleza.
Me asusta que esta tendencia se instale plenamente en España. La censura entrante se llevará por delante 'La Celestina' por la presencia en ella de prostitutas y alcahuetas, aunque igualmente contenga una radical defensa de la condición femenina, y el 'Don Juan Tenorio', de Zorrilla, por putero, burlador de novicias, pendenciero, bravucón y machista. Qué decir del 'Quijote': serán condenados los capítulos donde la perfecta Dulcinea se transforma en una burda campesina. Rocinante –degradado rocín y caricatura irónica de Babieca o Bucéfalo– será reescrito como un caballo ideal; serán considerados sucios y vulgares los episodios de la venta y la ridícula Maritornes, dibujada con perfiles de misoginia. Pero, sobre todo, desaparecerá el propio Alonso Quijano, por ser presentado como un inocente y ridículo trastornado mental que concibe la hazaña de remediar los males del mundo...
'El Lazarillo', por su parte, será condenado al olvido por su enmienda crítica contra la sociedad de su tiempo, de la que no deja títere con cabeza en una burla feroz de la que no escapan los mandatarios de la Iglesia, la nobleza, la propia religión e incluso el pueblo llano al que pertenece (aunque no excluye episodios de ternura con algunos personajes: su hermanillo mestizo, el negro Zaide, incluso su amo el hidalgo). Qué decir de la Biblia y su cohorte de incestos, filicidios, misoginia, muertes masivas de inocentes, cabezas cortadas en bandeja, crucifixiones y crueldades sin nombre...
Los libros son peligrosos para el poder y sus diferentes sistemas. Un viejo asunto siempre resuelto drásticamente: quemándolos, incluyéndolos en un Índice de Libros Prohibidos y sometiéndolos al escrutinio ideológico de autoridades eclesiásticas, cuyo 'Nihil Obstat' fue salvoconducto necesario para ser publicados. Los modernos inquisidores, instalados en un presentismo ignorante, tergiversan la Historia al juzgar el pasado con criterios actuales. El paso posterior, siguiendo la deriva del pensamiento totalitario, será proscribir los libros, amonestándonos por su lectura, dejando de editarlos o empujándonos a los equívocos brazos de las Redes.
Si no nos protegemos contra el virus de la intolerancia y la tiranía de lo políticamente correcto, una clase disfrazada de censura, vienen malos tiempos para la libertad, el espíritu crítico, la independencia del criterio personal y otras conquistas ya consolidadas de nuestro tiempo.
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