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Leí esta palabra en un prólogo de Fernando Lázaro Carreter a los bandos, editados por 'Tecnos', del antiguo y añorado alcalde de Madrid, Enrique Tierno ... Galván. Y si la usó Lázaro Carreter, en cuyos libros conocimos en profundidad nuestra lengua varias generaciones de españoles, me siento autorizado a escribirla. Se refería el ilustre profesor y académico a las muertes que los hablantes propinamos a las palabras del idioma, sea por mal uso, por abandono (convirtiéndolas en devaluados arcaísmos) o a causa de su sustitución por las pujantes hordas de palabras de la anglofonía.
Hacemos un mal uso si utilizamos un posesivo en lugar de la estructura preposicional 'de mí'. Decimos 'delante mío' en lugar de 'delante de mí' o la más elegante 'ante mí', aunque 'ante' vaya estando en desuso y a punto de ingresar en el arcón de los citados arcaísmos, ya que muchos hablantes, llevados de un prurito de llaneza la consideran, por su sabor antiguo, como una palabra 'redicha'. Igual ocurre con 'anduve', forma verbal en trance de desaparición, frecuentemente sustituida por la vulgar 'andé'.
También cometemos 'delito' de idiomicidio cuando utilizamos 'medios', 'efectivos' y 'tropas' por bomberos, policías y soldados. Son palabras colectivas que no admiten cuantificación, salvo en casos concretísimos cuya explicación no cabe dilucidar aquí. Hace tiempo –estas confusiones son antiguas– tomé de los diarios noticias como: 'Disparan más de cinco mil 'municiones' (por balas o proyectiles) en el asalto a los terroristas yihadistas de Bélgica' y 'EE UU envía varios miles de tropas para evacuar a los ciudadanos de Kabul ante el asalto talibán'. No es, pues, correcto sustituir 'enjambre' por abeja, 'flota' por navío ni 'galaxia' por estrella.
Agredimos el idioma cuando reducimos su vocabulario, dejando perder palabras cuyo significado conocíamos y las sustituimos por otras cuyo origen, pronunciación y avatares desconocemos. Dado que un buen conocimiento de la lengua mejora nuestro conocimiento del mundo, esa reducción desemboca en un claro empobrecimiento mental; arruinamos levemente el idioma con la sustitución de celebérrimo, pulquérrimo, paupérrimo por megafamoso, superlimpio o la expresión familiar 'la tira de pobre'.
Matamos el idioma con el 'siguientismo', moderna costumbre expresiva, supuestamente ingeniosa, con la que se ahorran palabras por vagancia y por no pensar debidamente: 'mi hijo no es listo, sino lo siguiente'. Así, el individuo perezoso se ahorra el esfuerzo mental de elegir palabras hermosas y gratificantes como excelente, magnífico, extraordinario, inigualable, maravilloso... Otro 'ismo' incorrecto, el 'dequeísmo', consiste en el uso de la forma 'de que' en contextos inadecuados como a continuación de verbos de pensamiento: opinar, creer, pensar, verbigracia 'pienso de que deberíamos pasear'. Su fealdad expresiva y las burlas contra su uso han hecho que vaya retrocediendo.
Cuando, llevados por un prurito de estar a la última, utilizamos el célebre barbarismo 'fakes', borramos del mapa una numerosa estirpe de palabras que, con los debidos matices, significan lo mismo: falsedades, rumores, bulos, infundios, paparruchas, mentiras, habladurías, invenciones, trolas, patrañas, chismes, engañifas... Cuánto desperdicio de palabras y qué enorme empobrecimiento mental y expresivo cometemos usando 'fakes'.
Colaboran a la muerte de las palabras los eufemismos que ocultan la realidad con una versión edulcorada de los acontecimientos. Hoy en las guerras no hay muertos sino 'abatidos', ni niños y ancianos víctimas inocentes en los bombardeos, sino 'daños colaterales'. La palabra ERE (Expediente de Regulación de Empleo), sustituye, en un intento de suavizarla, la terrible existencia de 'despidos masivos' de empleados en una empresa.
De los verbos, ya ni hablar: el subjuntivo, modo de la posibilidad, lo subjetivo, la duda, la incertidumbre... se ha perdido casi en favor de un presentismo empobrecedor, aunque sospecho que ocurre porque mucha gente no sabe cómo conjugarlo adecuadamente. Por otro lado, el infinitivo, un modo no personal que da nombre a los verbos –comer, pasear, sentir...– e indica una acción sin especificar tiempo, modo ni persona, va sustituyendo cada vez más y por las bravas al imperativo, el modo de la orden y el mandato, tanto que la Academia ha tenido que retroceder en algunos casos y transigir con su uso coloquial más que con su vulgaridad ('callaros' en lugar de 'callaos' o 'callad', 'sentaros' en vez de 'sentaos' o 'siéntense'...) Ocurre igualmente que confundimos cada vez más el pretérito perfecto con el indefinido (ayer 'he estado' en el hospital Rafael Méndez, en lugar de 'estuve').
No pretendo reprender por errores que yo mismo cometo igual que los demás, sino poner en guardia sobre grietas que van abriéndose en el uso cotidiano del idioma, por las que se cuelan amenazas que poco a poco deterioran la visión correcta del mundo que conocemos y nos sostiene tanto emotiva como intelectualmente. Porque el mundo se contiene en las palabras. Cualquier deterioro o empobrecimiento del corpus de las palabras reduce y arruina el conocimiento correcto de la realidad que nos rodea.
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