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El cambio en los modos de comportamiento social ha traído consigo una alteración en las formas de practicar la escritura. A mí, y seguramente a ... muchos lectores, las manos atentas de algunos recordados maestros y maestras guiaron las nuestras infantiles para trazar sobre un cuaderno de rayas –quizá de la editorial Rubio– las primeras letras. Un manejo que he seguido practicando hasta hoy con la debida contribución a los teclados del móvil y el ordenador, para los que he utilizado solo unos pocos dedos, dado que no recibí clases de mecanografía. Ahora, una parte de la población, especialmente los jóvenes, se ha pasado con armas y bagajes al modo de 'escritura pulgar', que usa exclusivamente este dedo de ambas manos para teclear mensajes en el móvil, mientras el resto de la mano abraza con fruición el cuerpo amado del ladrillico de tecnología.
Los nuevos comportamientos quedan reflejados en la lengua diaria, que inventa vocablos o les atribuye otros sentidos a los ya existentes, dotándolos de sentidos no usuales. El caudal de la lengua se acrecienta de tal modo que casi no hay tiempo de seguir la pista de las palabras más recientes. Está de moda, por ejemplo, la frase 'zona de confort', que alude a un estado personal en que el individuo se impone a sí mismo un estilo de vida repetitivo y conocido donde se siente seguro y cómodo porque evita todo peligro, miedo o inquietud. Con esta frase se descalifica a quienes no arriesgan, no se mueven o abominan de la prisa, a quienes se considera retrógrados, gentes de otro tiempo que no encajan en los modernos modos de vida.
De la inanidad de lo que se tiene por un pensamiento avanzado, da cuenta la frase 'partido a partido', acuñada por Diego Simeone, entrenador del Atlético de Madrid. Frase simplísima donde las haya, sugiere un modo de hacer fútbol con la mirada puesta en vencer y disfrutar cada encuentro, sin pensar en el lejano final de la Liga. No reprocho nada al inventor de la frase sino a la patulea de quienes repiten esta subespecie de máxima como si fuera un compendio de filosofía digno de figurar en el frontispicio de los templos del espectáculo de masas que son los estadios de fútbol. Gentes que olvidan, o desconocen, que esa idea ya se había expresado poéticamente hace muchos siglos con la hermosa sentencia 'carpe diem', disfruta el momento (o sus variantes, la juventud, la primavera o la belleza), antes de que lleguen las nieves del invierno o la vejez y sus abundantes pérdidas. Gentes que, incluso, dejan de lado lo que el pueblo llano expresa con elemental contundencia: 'olivica comida –comía–, huesecico al suelo'.
Y es que la falta de referentes, el recelo contra la historia y la deificación del presente, así como el desprecio por la memoria, el despego, cuando no la animadversión, contra la autoridad intelectual de quienes la poseen por su formación, sus conocimientos, sus reflexiones o sus libros, han desembocado en el orillamiento de la lectura de textos con enjundia. Hoy el pensamiento elaborado se sustituye por los mensajes paupérrimos de las redes y la publicidad, compuestos en su mayoría por breves renglones en los que sólo pueden expresarse balbuceos, ideas simples, pero en ningún caso un pensamiento profundo, una secuencia de ideas con enjundia. Tengo la sensación de que vivimos apabullados por la simpleza de las frases hechas.
Prolifera hoy un género literario, los libros de autoayuda, donde cualquier advenedizo ofrece recetas para una vida mejor con títulos adelgazados: 'Hágase rico', 'Consiga la admiración de sus semejantes', 'Aprenda a dormir correctamente'... Estamos en manos de la pobreza intelectual a través de eslóganes que pretenden resumir la complejidad de un ideario, una doctrina o unos modos de comportamiento.
De la complicidad con las redes digitales surge la frase 'apagado o fuera de cobertura'. Sabemos su significado: el destinatario de nuestro mensaje no tiene activado el móvil (un pecado de lesa modernidad, porque existe el tácito mandato social de que el aparato hay que llevarlo siempre a mano y 'en perfectas condiciones de revista', como se decía en la lejana 'mili' del fusil), o, lo que es peor, se encuentra en un lugar inhóspito, incivilizado, quizá peligroso, hasta donde no llegan las 'benéficas' ondas de lo digital.
Y, en fin, quizá originado en la literatura policíaca actual, un género dominante, junto al de la novela histórica, prolifera el mensaje que suele aparecer en los informativos cuando notifican un crimen: 'No se descarta ninguna hipótesis'. Además de confesar que se desconocen las causas del suceso, la frase contribuye a activar en los destinatarios la sospecha de atroces motivaciones. Una clara contribución al morbo y el chisme de patio de vecinos del que adolece en parte la comunicación cibernética.
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