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Una especie de filósofo anda suelto por las calles de mi ciudad. Deja su huella en las paredes con mensajes que inducen a pensar y ... se distinguen, positivamente, de la perfolla de grafitis que afean innecesariamente los muros. Mensajes que son un intento de salir del anonimato que afecta a la mayoría de los urbanitas. Por los trazos de las letras, supongo que varios de ellos pertenecen a un mismo autor. También porque pretenden cierta profundidad de pensamiento, muy alejada de los textos banales que afean los muros con mensajes prescindibles como: 'Te quiero, Maruja' (la coma del vocativo la pongo yo) o 'Te espero en el bar'.
Mi grafitero es atinado en algunas proclamas. En la puerta de un banco escribe 'Todo pasa por algo', una expresión que induce a cuestionarse las razones últimas de las cosas y la inexistencia del azar en el devenir del mundo. No descarto que se refiera al papel omnímodo de los bancos en la economía social, a pesar de no producir nada tangible, o al hecho de que el sistema haya dejado en sus manos, sin permiso de los afectados, numerosos aspectos sensibles de nuestra vida relativos al dinero: impuestos, cuotas, becas, ahorros, sueldos, rentas, compras, pensiones...
Este filósofo en ciernes se adentra en los territorios del afecto con una actitud benevolente: 'Lo último que querías era hacerme daño'. Frase quejosa, lejana del despecho y reveladora sobre los efectos dolorosos del comportamiento de la otra, o el otro. En 'Un día malo son sólo 24 horas', el anónimo emborronador de paredes, posiblemente sin conciencia de ello, incide en el viejo pensamiento de considerar la filosofía como consuelo en los procelosos avatares de la vida, tal como, convertida en una mujer con la que dialoga, le ocurre al filósofo romano Boecio (S. VI d.C.). Una sencilla frase que lleva incorporada en el adverbio 'sólo' una nítida esperanza sobre la reversibilidad de ciertos aconteceres lamentables.
Disiento de la proclama 'Blanco o negro, no hay grises' por su visión radical sobre la realidad –quizá no pertenezca a mi filósofo–. Precisamente, si redujéramos el contexto circundante a esas esquinas de la exageración, entraríamos en una dinámica perversa. La mayor parte de lo que ocurre a nuestro alrededor posee matices, gradaciones que debieran disuadir a una mente lúcida de optar por los extremos. Creo en la bondad de las propuestas de hibridación, compromiso y consenso expresadas por formas adversativas como 'pero', 'sin embargo', que suelen matizar lo radical: 'hace un tiempo agradable, pero no llueve' (es decir, no es buen tiempo), 'la producción industrial va a tope y hay que alegrarse' (sin embargo, también contribuye a una mayor contaminación).
Sin que el autor manifieste directamente su preferencia en la pugna de Israel contra los palestinos, del contexto parece deducirse que el mensaje 'Stop genocidio' se refiere al que Israel está cometiendo con alevosía y total impunidad contra los habitantes de Cisjordania y Gaza, y que en modo alguno exculpa las atrocidades del terrorismo de Hamás.
Una declaración de independencia, o quizá insumisión, frente a un estado de cosas actual se contiene en 'Ser diferente no está de moda', donde se rechaza que quienes brillan en el candelero social puedan servir como ejemplo de conducta. Se adivina tras estas palabras una cierta rebeldía, una denuncia suave pero clara contra el gregarismo y la falta de sensatez que aboca a numerosos individuos, convertidos en masa, a seguir ciegamente a líderes políticos, sociales, deportivos y artísticos carentes de valores personales, cuyo único 'mérito' es el de contar con el aplauso interesado de los medios de comunicación, especialmente de las redes.
La proclama anarquista 'La ignorancia de las masas es la fuerza de los gobernantes' resulta algo antigua y desfasada, pues da por hecho que los mandatarios políticos dirigen la vida de los países, cuando, en realidad, sólo los gobiernan. Quienes verdaderamente mandan hoy son entidades superiores a los gobiernos y opacas a los ojos de la ciudadanía. Hablo de las multinacionales de las finanzas, las fábricas de armas, las farmacéuticas, las empresas alimentarias, los oligopolios de la energía, las telecomunicaciones, las energéticas, la Banca, las grandes corporaciones de la comunicación... En numerosos casos, los gobernantes en ejercicio son, en realidad, unos 'mandados' que actúan en su nombre. Sólo basta comprobar cómo, tras el ejercicio de la política, muchos de ellos aparecen 'colocados' como consejeros y asesores en corporaciones que, con frecuencia, contribuyeron a privatizar.
Y, finalmente, 'Los niños ya no juegan al fútbol' revela un desánimo sideral sobre la colonización, o, mejor, la abducción de las mentes infantiles por actividades lejanas de la sana competición y el deporte. Niños poseídos por las máquinas, a quienes, en un futuro no muy lejano, habrá que 'exorcizar' para expulsarles de la mente los demonios de las pantallas.
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