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Es un axioma que la realidad se mueve hoy a impulsos de una aceleración continua. Los sucesos de toda índole se suceden y acumulan de ... tal modo que pierden identidad, consistencia y hondura. Lo grave deviene normal, lo terrible y doloroso se convierte en cotidiano, perdiendo así su capacidad de revulsivo y alentador de respuestas. Por eso creo necesario que esa actualidad comprimida, cuya peligrosidad y dureza de aristas somos incapaces de detectar, no nos insensibilice ni nos haga perder el espíritu crítico, la rebeldía y la capacidad de asombro, ni tampoco una cierta esperanza de que tal estado de cosas pueda mejorar.
Digo lo anterior a propósito del bochornoso espectáculo ocurrido en las Cortes el 20 de febrero de 2024 por una futura ley para mejorar las condiciones de vida y atención a los enfermos de ELA. Parece ser que la actualidad manda y que nuestros legisladores deciden lo que para ellos son debates prioritarios, pero también cabe pedirles un cierto grado de sensibilidad y compromiso con sus administrados. Es deseable que ciertos compromisos ineludibles con la ciudadanía no se cancelen como temas menores, porque en casos como este va implícito el sufrimiento de numerosas personas y sus familias.
Trescientos cincuenta diputados estaban ausentes del hemiciclo el día en que se debatía la posibilidad de legislar sobre lo que hubiera sido un enorme avance en el bienestar de los enfermos afectados por ELA. Una enfermedad cruel, especialmente para aquellos que cuentan con escasa capacidad económica para sobrellevarla con cierto menor grado de sufrimiento. El Congreso había cursado con anterioridad, tras repetidas evasivas, una invitación para asistir al debate a una organización presidida por el exjugador y exentrenador de fútbol Juan Carlos Unzúe, afectado por esa enfermedad.
Es una de las fechas aciagas en el devenir de la Cámara de los Diputados. Solo estaban presentes cinco portavoces parlamentarios de los partidos y, en la tribuna de invitados, los miembros de esa asociación benemérita y sus familias. Caben cada vez menos razones para respetar una institución cuyos componentes andan a diario enzarzados en peleas estériles, en debates barriobajeros y zafios a cuenta de sus aspiraciones a ganar o mantener un poder del que obtienen inauditas e incalculables prebendas. Porque la teta del Estado y sus organismos es muy providente, y ganar unas elecciones es un río de posibilidades para vivir sin hacer nada, salvo hablar, un trabajo que cuesta poco esfuerzo y del que pueden obtenerse, como he dicho, asombrosas canonjías.
No nos merecemos gente con tan escasa sensibilidad por el sufrimiento de sus conciudadanos. Fui consciente de la soledad de los afectados y me asombró comprobar que quienes andan todos los días ajetreados en sus asuntos son incapaces de dedicar ni un minuto a quienes les votaron, especialmente a los más vulnerables. Quizá esa jornada hubo un partido de fútbol de alto voltaje, como últimamente ocurre casi todos los días en esta televisión-espectáculo, olvidada de dos de sus principios fundacionales: formar e informar, y volcada en el más anodino y prescindible de entretener. Quizá sus señorías aprovecharon ese tiempo para hacer compras en los grandes almacenes. Es posible que tuviesen obligaciones ineludibles que les impedían, a todos, preocuparse por los conciudadanos a los que dicen respetar y a quienes les deben el cargo y sus sinecuras. Lo cierto es que resultó un suceso bochornoso cuya noticia conocí por la radio y en las voces directas de sus protagonistas, los enfermos. Tampoco pareció tener demasiada repercusión en los medios, especialmente en las pantallas, ese altar donde se sustancian los asuntos públicos y el espectáculo multiforme de la vida social.
Naturalmente, toda enmienda a la totalidad como la presente debe contemplarse como un desahogo y, como tal, sujeta a discusión y posibles correcciones, que acepto de antemano. Sin embargo, y aun aceptándolas, el fondo de la cuestión permanece inalterable. Se pierde demasiado tiempo en las Cámaras legislativas en debates personales y partidistas a cuenta de la llegada al poder o su mantenimiento a ultranza, en maniobras para desgastar o desacreditar al adversario, mientras que existen cuestiones acuciantes para una parte de la ciudadanía que se descartan, se olvidan o se posponen 'sine die'.
Es también un axioma comprobable que la actualidad manda en los medios de comunicación, pero es igualmente deseable que ciertos asuntos como el presente no se cancelen totalmente y que la memoria mantenga viva la vergüenza de unos comportamientos indignos para que sirvan de lección y no vuelvan a repetirse. En ese sentido, creo pertinente, para que no se olvide, y a pesar de que en estas páginas se trató el tema, perseverar en el recuerdo de una lamentable vileza que aún sigue abochornándonos. Porque el olvido en asuntos como el presente se convierte en una manera de perpetuar las injusticias.
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