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Circula por los mentideros cibernéticos, que son los modernos patios de vecindad, una moderna fábula, que, como todas las de este antiquísimo género, lleva implícita ... una moraleja. Resumido, el cuentecillo con advertencia final y ciertos ribetes de crueldad cuenta el caso de la rana caída en un recipiente de agua hirviendo. Nada más notar el intenso calor del agua, la rana se salva de morir dando un salto fuera del recipiente. Sin embargo, una rana metida en un receptáculo con agua que se calienta poco a poco acabará pereciendo porque va acostumbrándose y, en el esfuerzo por salir, le fallarán las fuerzas.
Esta 'teoría de la rana' se estudia en las escuelas de negocios para mostrar la diferencia entre una revolución y una transformación. Contra la primera, aun siendo más intensa, se puede actuar porque permite ser detectada y actuar en consecuencia de modo radical. Las transformaciones, sin embargo, se producen gradualmente y se hace más difícil combatirlas porque se acercan sin que nos demos cuenta. Cuando están aquí, no hay modo de evitarlas.
Las fábulas no se escriben con la función narrativa de contar sucesos para divertir o entretener, sino con la intención de proponer lecciones morales que sirvan como guía de comportamiento para quienes las leen o las escuchan. Procedentes de la antigüedad, eran una especie de versión antigua de los modernos libros de autoayuda, sólo que con protagonistas animales. De la fábula de la rana podemos extraer hoy una lección ética de alcance universal relativa al cambio climático. Un cambio con final previsiblemente catastrófico que acecha en un tiempo no muy lejano, y que se acerca con pequeños pasos que ocurren en lugares diferentes y con daños, imperceptibles pero significativos, al planeta.
Hoy es una sequía incomprensible en Cataluña, ayer fueron temperaturas nunca padecidas desde que hay registros en Murcia. Hace años que los árboles pierden sus hojas no en otoño sino avanzado el invierno. En otros, brotan las flores en esa estación, no en primavera; las heladas posteriores arruinarán la cosecha. Vemos imágenes sorprendentes de una granizada en el desierto del Sáhara. Llegan noticias de arrasadores y violentísimos incendios jamás contemplados en Canadá, California, Australia y, por supuesto, España. Arabia Saudí ha sufrido inundaciones devastadoras. El fenómeno climático 'El Niño' golpea con la virulencia de altísimas temperaturas a los países ribereños del Pacífico y al resto del planeta. Galicia entera, talada de robles, hayas y castaños, se repuebla con eucaliptos que arden como la tea y arruinan el suelo. Se deshielan los glaciares a un ritmo preocupante en varios países europeos. Las empresas navieras se frotan las manos porque el Polo Norte se hace navegable al derretirse la capa de hielo que lo conforma. Eso permitirá un ahorro en el transporte al acortarse la distancia entre el Atlántico y el Pacífico. En un lugar del Atlántico Norte hay una isla compuesta de desechos plásticos más extensa que Gran Bretaña...
Y nosotros tan contentos porque podemos bañarnos en diciembre en el Mediterráneo y porque ahorramos en calefacción y abrigos (sin darnos cuenta de que gastaremos mucho más en aire acondicionado por el tórrido calor estival). Nos alegra el tiempo bonancible que permite deambular por la calle, pasear al chucho sin abrigo y hacer colas a la intemperie para adquirir lotería, comprar churros o acudir a las rebajas que proliferan cada dos por tres para favorecer la compra de cualquier cosa innecesaria ('folleu, folleu, que el món s'acaba', dicen los valencianos).
Mientras el desastre climático avanza, con tintes cada vez más peligrosos, el dinero toma posiciones. Porque el dinero y el poder, es decir, la economía y las finanzas, no el bienestar de las personas, mueven el mundo. La última Conferencia sobre el Cambio Climático en Dubái (Emiratos Árabes Unidos) se ha celebrado en un país que vive de explotar energías fósiles como el petróleo y que, por tanto, se opone a restringir su utilización para desacelerar el cambio climático. Esta y las precedentes conferencias medioambientales están presididas por la hipocresía de aparentar que existe una preocupación por el deterioro del clima, mientras todo permanece como siempre, o aún peor. Hablo de hipocresía porque, tras la celebración de las anteriores, ningún país ha cumplido los acuerdos firmados, por lo que prosiguen imparables el aumento de las temperaturas y la contaminación de tierras y mares. La próxima Conferencia se celebrará en Azerbaiyán, un país fronterizo con Rusia e Irán, igualmente productor de petróleo.
Y como habíamos empezado hablando de fábulas, parece adecuado traer a la memoria que esta última cumbre sobre el clima, como todas las anteriores, es un reflejo exacto de aquellos cuentecillos que ironizaban sobre el monumental y estúpido error de poner al lobo como guardián de las ovejas y a la zorra de las gallinas.
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