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Que los libros son peligrosos para cualquier poder lo demuestra la existencia, a lo largo de la Historia, de censuras y persecuciones que han desembocado ... frecuentemente en la destrucción de ejemplares por medio del fuego y otros procedimientos de exterminio, y, cuando ello no era posible o conveniente, en su prohibición y censura por orden de autoridades civiles, militares o eclesiásticas. Una prohibición que amparó durante varios siglos la Inquisición, guardiana de las esencias religiosas y perseguidora de supuestas o reales desviaciones de la doctrina y la moral imperantes.
Son célebres algunos episodios de inquina contra el saber refugiado en los libros. La intolerancia religiosa de un papa de la Iglesia copta causó al menos uno de los varios incendios que sufrió la célebre biblioteca de Alejandría (s. III a. C.). En la Florencia del XV, el predicador dominico Girolamo Savonarola promovió la quema pública de libros que él consideraba depravados, entre ellos los de Giovanni Boccaccio. Su celo excesivo al defender una estricta moral cristiana lo condujo a él mismo a la hoguera y a que sus escritos ingresaran en el 'Índice de libros prohibidos'. En el 'Quijote', cura y barbero, amigos y vecinos de Alonso Quijano perpetran una quema ('donoso escrutinio' se le llama con un eufemismo) en el patio de su casa con los malos libros que, según el narrador, le habían secado el cerebro. Ciertamente, salvan algunos como 'Amadís de Gaula', del género caballeresco, su propia novela pastoril 'La Galatea', 'La Araucana', obra épica, la 'Diana Enamorada', novela de amor, 'Las lágrimas de Angélica', novela de amor y aventuras..., con lo que el episodio, más que una insensata censura libresca o un acto de iracunda biblioclastia, se convierte en un canon literario de los libros que Cervantes estimaba como literariamente más valiosos de su época.
En Berlín y otras ciudades ardieron públicamente en 1933 miles de libros de judíos, disidentes políticos y artistas de toda clase, en una de las más vergonzosas purgas de la Historia, porque fue llevada a cabo no por turbas iletradas sino por profesores universitarios y estudiantes adictos al nazismo. La lista de autores condenados produce escalofríos: Mann, Proust, Einstein, Zweig, Brecht, Marx, Hemingway... Incluso se incineraron las obras de la estadounidense Hellen Keller sólo por ser una escritora ciega y sorda.
La literatura ha reflejado igualmente el odioso ataque contra los libros. Publicada en 1953 por Ray Bradbury, la novela 'Fahrenheit 451' describe una sociedad futura donde los libros están no sólo prohibidos sino perseguidos sus lectores. Este extraño título lo explica el propio autor: «... es la temperatura a la que el papel de los libros se inflama y arde». La protagoniza un bombero que, hastiado de quemar libros, se suma a una serie de resistentes que, ante la desaparición de las obras, se proponen conservarlas en la memoria para transmitir a otras generaciones los saberes contenidos en ellas.
Un menos violento pero igualmente ominoso procedimiento de censura dirigido por la Inquisición fue el 'Índice de libros prohibidos', también conocido como 'Index librorum prohibitorum', con la intención de provocar, con la autoridad del latín como lengua culta, un mayor rechazo contra los inscritos en él. Estuvo vigente desde 1564 hasta 1966, fecha en la que Pablo VI lo eliminó.
La censura continuó durante la Dictadura contra autores hoy reconocidos mundialmente: Lorca, Machado, Hernández, Cernuda... Tengo libros de 'Ruedo Ibérico', una editorial disidente, publicados en Francia, y guardo como un tesoro una edición, prohibida aquí, de 'Antología Rota', de León Felipe, editada por Losada en Buenos Aires y comprada bajo mano en una librería próxima a la Universidad de Murcia.
Hoy, populismos y extremosidades reproducen por doquier una nueva variedad de biblioclastia, promovida por mentes estrechas de espíritu, poseídas por la corrección política y moral, que quieren reescribir la literatura popular, incluso la Biblia, porque hay lobos que devoran a los niños, besos robados de príncipes a bellas durmientes, cabezas cortadas puestas en bandeja, madrastras tóxicas, obras de Mark Twain donde aparece la despectiva forma 'nigger' para nombrar a los negros... Si eliminamos esa palabra y ocultamos hechos hoy considerados detestables, jamás sabríamos que en aquellos años los negros eran esclavos o, como mucho, ciudadanos de tercera clase. Tampoco sabríamos que los cuentos de lobos eran instrumentos educativos para evitar que los niños de las aldeas salieran solos a los bosques de alrededor, llenos de fieras y peligros.
Ocultar lo que dicen los libros, censurarlos con el objetivo de limpiar conductas erradas de otras épocas, se convierte en una grosera manipulación de la Historia y sólo conduce a blanquear sus hechos más atroces y denigrantes. No cabe censurar los libros sino instruir a los lectores en una actitud crítica para detectar en ellos su verdadero sentido y las lecciones de conducta, aceptables o indignas, que nos aportan.
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