Secciones
Servicios
Destacamos
La vetusta costumbre de atribuir a los animales actitudes, dedicaciones y pensamientos humanos, una de cuyas primeras manifestaciones es el género narrativo de la fábula, ... ha derivado en la existencia de numerosas frases populares que hoy resultan harto curiosas. Muchas de ellas son tan antiguas que, perdida su vinculación con la realidad de su tiempo, perviven con significados en su mayor parte metafóricos.
Así ocurre con la expresión 'tener la mosca detrás de la oreja'. En ella ni siquiera se alude al insecto de forma real, pues, desde su origen, la 'mosca' no era tal sino una mecha que los antiguos arcabuceros se ponían detrás de la oreja a la espera de encender el arma antes de disparar. Hoy, su contenido se ha alejado del ámbito militar en el que fue creada, para sugerir la desconfianza o sospecha sobre un asunto poco claro cuyos posibles perjuicios se desconocen.
'Atrancarse', o, la más vulgar 'joderse la marrana', es una frase coloquial que nada tiene que ver con el animal en cuestión sino con las antiguas norias de extracción de agua, cuyo eje se denominaba con ese nombre. Del ámbito agrario pasó a ser expresión figurada de que un asunto fundamental se ha torcido o, peor, se ha ido a pique, que es lo que ocurre cuando se estropea la 'marrana'.
De perros y gatos consta su abundante presencia en la lengua figurada de la calle. De aquellos a quienes les agrada utilizar en exceso un arma de fuego se dice que 'le dan gusto al gatillo', una parte del arma, también conocida como 'perrillo', que se aprieta para efectuar el disparo. Su parecido formal con la cola de un gato le otorgó ese nombre. También las 'perras' se usaban –y aún lo hacen– para designar el dinero en forma genérica. Un nombre procedente de la lejana época –hay que remontarse a fines del XIX– en que el león rampante que figuraba en la cruz de los diez céntimos de peseta era tan feo que la malicia popular lo condenó en adelante a ser perro más que león.
Uno de los últimos 'oficios' atribuidos a un animal es el de mover el cursor de las pantallas digitales para señalar sus contenidos, abrir nuevas pantallas o 'ventanas' y cerrarlas, marcar determinados iconos... A este calco del inglés 'mouse' se le llama 'ratón' por su rápida movilidad y su parecido con el animalillo, acentuado, en los primeros periféricos de Silicon Valley, por el hecho de que el cable que lo conectaba al ordenador se asemejaba a la larga cola del animal. Los ratones siempre se asociaron al 'robo' de comida y grano en los molinos y hogares donde convivían con los humanos. Desde la antigüedad, estos animalillos domésticos protagonizaron fábulas y relatos fantásticos para niños y adultos (el célebre cuento germánico recopilado por los hermanos Grimm, 'El flautista de Hamelín', entre otros muchos), para quienes prevenían una moraleja aplicable a la conducta cotidiana.
El Arcipreste de Hita, un clérigo medieval guasón y algo disipado de costumbres, lo utiliza en su extraordinario 'Libro de Buen Amor' para ilustrar una teoría del fracaso de las grandes expectativas humanas, sustanciada en la frase 'el parto de los montes'. El asunto es el siguiente: preñados los montes, se aguardaba con expectación el nacimiento de un ser portentoso que asombraría al mundo. Y los montes parieron un humilde ratón, que derrumbó cualquier esperanza de grandeza. Por otro lado, fue un clérigo, el jesuita Padre Luis Coloma, quien, a fines del XIX, recibió el encargo de la Corte para escribir un cuento como regalo a quien más tarde sería el rey Alfonso XIII, al que se le había caído su primer diente. Escribió 'El ratón Pérez', relato que pronto pasó a la tradición y que muchos padres mantienen en la usanza familiar de nuestro país. Esta fábula ingenua, concretada en el rito de dejar el diente caído bajo la almohada en espera de un despertar con regalo, es una de las viejas tradiciones que aún resisten frente a la pavorosa invasión de nuevas modas, héroes y costumbres con que nos avasalla la anglofilia triunfante.
La pudorosa costumbre, en fin, de evitar a los niños la explicación –estimada como inconveniente y engorrosa– sobre las circunstancias de la concepción y el nacimiento ha inventado para las cigüeñas el oficio de comadronas o, al menos, de repartidoras de los recién nacidos que los padres 'encargan'. Y así, los niños no solo no nacen sino que 'vienen de París' en un hato que portan estas simpáticas aves colgando del pico. De lo que se deduce que los españoles, urbanitas y agrarios, poderosos y humildes, peninsulares e isleños, no somos españoles como creíamos sino franceses y, además, pertenecientes a la superior categoría de los parisinos. Vivir para ver.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Marc Anthony actuará en Simancas el 18 de julio
El Norte de Castilla
Una moto de competición 'made in UC'
El Diario Montañés
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.