Entre el terrorismo y la extrema derecha
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La mayor parte de los análisis del conflicto que enfrenta a Israel y Hamás se están centrando -como no podía ser de otro modo- en ... las motivaciones de este grupo terrorista para atacar al Estado judío, la respuesta desmedida de este, la crisis humanitaria resultante y la redefinición de la realidad geopolítica de Oriente Medio y global. Todo lo relacionado con Israel y la Franja de Gaza está jalonado históricamente de posicionamientos enquistados que, en muchas ocasiones, obedecen a sesgos ideológicos irreconducibles. Y, realmente, tan importante resulta elucidar la intencionalidad del súbito ataque de Hamás a Israel como la recepción que éste ha tenido en la política, la opinión y la intelectualidad occidentales y, especialmente, europea. A sabiendas de que cualquier análisis -por objetivo que pueda resultar- enseguida será encasillado por los recalcitrantes en uno u otro modelo. El terreno está minado y cualquier paso que des, en la dirección que sea, hará estallar una bomba. Atreverse a reflexionar sobre la actual guerra entre Israel y Hamás es estar, a priori, condenado a ser de extrema izquierda o un facha. No caben más opciones.
Pero vayamos por partes. Me considero una persona comprometida con la preservación de la memoria del Holocausto. De hecho, he comisariado varias exposiciones sobre Auschwitz. Durante la última de ellas -celebrada en diciembre de 2021 en el Palacio Almudí de Murcia-, Vox -los mismos que hoy acusan al Gobierno central de complicidad con Hamás- me acusó de hacer proselitismo a través de la muestra. ¿Proselitismo de qué? ¿Por hacer justicia a las víctimas? ¿Por condenar los crímenes del nazismo? Curiosa paradoja la de la ultraderecha. Además, en su momento, me reuní con la directora del Museo de Auschwitz, con el embajador de Israel en España e, incluso, con la American Sephardi para promover actos de recuerdo de los judíos muertos en los campos de concentración. Sin embargo, si ahora cuestiono la respuesta desmesurada de Israel en la franja de Gaza, dejando sin luz, sin suministros a niños y personas inocentes, se me acusará de rojo peligroso y de pertenencia a la izquierda radical. Por otra parte, si denuncio los asesinatos indiscriminados de Hamás, las decapitaciones de bebés y de mujeres perpetradas durante su furia terrorista, entonces me convertiré en un fascista insensible con la causa palestina.
Hay que decir, en este sentido, que uno de los grandes problemas de la izquierda europea es su incapacidad para actuar mediante apriorismos intelectual y éticamente insostenibles. Que todavía, a día de hoy, se siga defendiendo a regímenes dictatoriales y asesinos como los de Cuba y Venezuela constituye un sustrato patológico que lastra seriamente su credibilidad. Es cierto que el hostigamiento de Israel a Palestina es denunciable una y mil veces. El Holocausto no constituye una carta blanca para que este Estado haga y deshaga a su antojo en Gaza. Pero -entendamos bien esta idea- no existen absolutos inalterables que impliquen un posicionamiento inalterable en cualquiera de los contextos. Israel fue víctima, el pasado fin de semana, de un ataque terrorista a gran escala que causó más de mil muertes. Murieron civiles, gente inocente. Y no existe justificación de ningún tipo que legitime tal acto. Estamos en un punto en el que hay que denunciar por igual los crímenes de Hamás y lo de Israel. Y esto no constituye un ejercicio de equidistancia. Simplemente, la triste y cruel realidad de la guerra y del odio desmedido.
La actualidad del debate sobre la guerra entre Israel y Hamás es tan grosera y mediocre como la de cualquier pensamiento maniqueo. La derecha -en sus diferentes gradaciones- se ha posicionado con Israel y, por ejemplo en España, acusa al Gobierno de Sánchez de connivencia con los terroristas de Hamás. La izquierda -sobre todo en sus formulaciones más radicales- se ha situado abiertamente del lado de Hamás, identificando su 'modus operandi' con el de todo el pueblo palestino. Ninguna de las dos posiciones posee la finura analítica ni la gallardía de denunciar los excesos de ambas partes. Borja Sémper publicó un tuit hace unos días en el que -con razón- llamaba 'mierdas' a todos los que no repudiaban sin matices la decapitación de bebés por parte de Hamás. Sin embargo, todavía esperamos un tuit en los mismos términos que denuncie la muerte de inocentes a cargo de Israel. La consecuencia de todo esto es que, en esta polarización del debate, parece que haya necesariamente que elegir entre la extrema derecha de Netanyahu y el terrorismo de Hamás. No hay vías intermedias para explorar. Todo es tan cutre, tan falto de argumentos inteligentes y sensatos, que, a la postre -y con todo el respeto para las vidas perdidas-, resulta más pernicioso la forma en que se vehicula la opinión internacional que la guerra en sí. Porque, en definitiva, estos posicionamientos enrocados y maniqueos solo conllevan un recrudecimiento del odio y, por lo tanto, una prolongación 'sine die' del conflicto. La paz requiere de mucha inteligencia. Y, visto lo visto, nuestra sociedad, nuestros políticos y nuestros intelectuales carecen de ella. Estamos condenados al exterminio por el determinismo ideológico y religioso. Soy pesimista. Veo poco margen para una reflexión en profundidad.
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