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Entre 2011 y 2013, el artista chino He Xiangyu realizó una escultura titulada 'Tank Project'. La pieza en cuestión reproduce, a escala real, un tanque ... soviético que, durante décadas, utilizó el ejército chino y que terminó por convertirse en un elemento familiar del imaginario colectivo de aquel país. Lo interesante de la obra de Xiangyu es que el material en el que está realizado el tanque es piel de alta calidad, la misma que las firmas de lujo utilizan para realizar sus chaquetas, zapatos y complementos de todo tipo –como, por ejemplo, las maletas–. Como consecuencia de estar confeccionado con este material blando y sensual, el aspecto que ofrece el tanque es el de una estructura aplastada, recorrida por grandes y elegantes pliegues. Es evidente que el objetivo perseguido por Xiangyu era tensar al máximo el contraste entre un vehículo militar como es el tanque y la apariencia de objeto de lujo que salta a la mirada. ¿Por qué quería enfatizar este contraste? La transformación de China en una potencia económica había convertido su estrategia de inversiones en su verdadera política expansionista. Donde, en otros periodos, las conquistas territoriales se hacían por la fuerza destructiva de los tanques, ahora era la 'soft diplomacy' de la economía el arma más eficaz a la hora de colonizar el mapa entero internacional. La maleta de piel –como símbolo del individuo de negocios– es, en la actualidad, el más devastador armamento del que se vale el imperialismo contemporáneo para reducir a las voluntades. He Xiangyu lo tenía muy claro: en el mundo global, las guerras mundiales se librarán a través de la economía, y no de los tanques.
Poco más de una década después de que 'Tank Project' viera la luz, Donald Trump ha desencadenado la tan temida Tercera Guerra Mundial a través de su delirante política económica. Cuando toda Europa estaba debatiendo la manera de lograr una autonomía militar y de aumentar exponencialmente el gasto en defensa para hacer frente a un hipotético ataque de Putin, de repente el escenario de la batalla se ha trasladado a la economía. La política de aranceles para todos ha sido recibida por todos aquellos países castigados por Trump como una declaración de guerra. De hecho, el vocabulario empleado por gobernantes y analistas es plenamente bélico: 'guerra', 'batalla', 'lucha' –son términos que no se dejan de escuchar estos días–. El Gobierno chino ha respondido al incremento vertiginoso de los aranceles contra sus productos con frases del tipo de «no vamos a dejar de luchar». Y lo más interesante –o, quizás, inquietante– de todo es que las antiguas alianzas militares parecen desfallecer en beneficio de coaliciones económicas que desconciertan por completo en este escenario de guerra mundial. Si, desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta hace cuatro meses, la Alianza Atlántica definía una colación militar nítida e incontrovertible, en este momento la espantada de Estados Unidos de todos los acuerdos multilaterales y la guerra económica declarada por Trump ha hecho que uno de los 'enemigos' inveterados de Occidente –la 'terrible' China– se convierta en un posible nuevo aliado de Europa.
La visita que esta semana ha realizado Pedro Sánchez a China con el fin de cerrar un frente económico contra Trump pone bien a las claras que el orden mundial que ha imperado durante los últimos ochenta años ha saltado por los aires. Pero también evidencia un factor que, quizás, resulta más tenebroso: la economía lo oculta todo. Lo militar suele generar alianzas entre regímenes de la misma especie –o democráticos o autocráticos–. Pero la economía es una fuerza transversal que se olvida de la calidad de los derechos para generar alianzas basadas en intereses meramente productivos. No tiene ninguna lógica política, intelectual y democrática que Pedro Sánchez pretenda liderar un frente internacional contra Trump por considerarlo un fascista –que lo es–, pero, al mismo tiempo, pretenda una connivencia económica con China, que es el país que más fusilamientos ha perpetrado durante el pasado año. Si, en estos últimos años, hemos comprobado cómo el deporte mundial ha blanqueado a dictaduras como Arabia Saudí o Qatar por cuestiones principalmente económicas, ahora vemos cómo la necesidad de encontrar un contrapeso para Trump lleva a las democracias liberales europeas a buscar en China –la gran aliada de Putin, el gran enemigo de la Unión Europea– el abrazo caluroso que necesita.
Es cierto que, ante la debacle de los mercados bursátiles, Trump se ha echado temporalmente hacia atrás y ha decretado una tregua de tres meses para todos aquellos países que no han tomado represalias contra su guerra de aranceles. El hecho de que sus amigos multimillonarios hayan perdido billones de dólares en pocos meses tiene que haber jugado un papel importante en esta decisión. No esperemos en Trump ninguna rectificación o reflexión basadas en criterios éticos: su naturaleza de sádico castigador no ha desaparecido de un día para otro por una toma de conciencia de sus efectos devastadores. Volverá a la carga. Y será interesante ver cómo todos los actores reaccionan, por ejemplo, nuestra ultraderecha patriota, Vox, que luego irá a buscar a los castigados agricultores para que les entreguen su voto mientras Abascal actúa como uno de los felpudos de Trump.
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