Rubiales como síntoma
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El mayor auge social del fútbol femenino se produce en un marco en el que quienes mandan y deciden sobre el fútbol siguen siendo los hombresOtro artículo más sobre Rubiales –dirá el lector–. ¿Acaso queda algo más que decir sobre el beso más analizado de la historia de España y ... sobre la muchas veces performada prepotencia machista del presidente de la RFEF? Ciertamente, la avalancha de opiniones que se ha producido durante las dos últimas semanas ha dejado poco margen para nuevas aportaciones. De ahí que el presente artículo no pretenda ser tanto una vuelta de tuerca más a los sucesos del 20 de agosto cuanto una breve reflexión sobre los síntomas sociales que aquellos han destapado. Que el mundo del fútbol es uno de los mayores reservorios de machismo en la actualidad es algo tan indiscutible que su mero reconocimiento constituye un ejercicio de obviedad. La fotografía de la reunión de los presidentes territoriales parecía un fotograma coloreado del NO-DO: veintiún hombres y una mujer al fondo, en una escenografía rabiosamente tardofranquista. Los asistentes resolvieron, después de cinco horas de reunión, que la RFEF necesitaba una renovación en profundidad. ¡Acabáramos! Y lo afirman quienes suponen el principal obstáculo para que tal renovación se haga efectiva.
Efectivamente, esta escena y el texto derivado de ella aportan un ejemplo paradigmático de a qué nos referimos cuando hablamos de 'Rubiales como síntoma'. Resumamos: veintiún hombres consensuando la necesidad de una estrategia de renovación en un contexto de levantamiento social causado por un comportamiento abiertamente machista. Los barones de fútbol español que acudieron a aquella reunión no tuvieron la lucidez de comprender que, a la hora de lograr una igualdad efectiva en el fútbol español, el primer problema a resolver es ellos –o lo que es lo mismo: que ninguna mujer presida, aunque fuera por un accidente histórico, ninguna de la federaciones territoriales–. Como en tantos otros sectores, la incorporación de la mujer al mundo del fútbol se ha producido en tanto que elemento agregado a un sistema inamovible. El falso mantra de la ultraderecha es que el feminismo resulta innecesario en la medida en que la mujer tiene los mismos derechos y oportunidades que el hombre. Falso. En el referido mundo del fútbol, es cierto que los partidos entre equipos femeninos son seguidos por un mayor número de aficionados y que, por ejemplo, la victoria de la selección femenina en el Mundial se vivió con la intensidad de los mayores éxitos del deporte nacional. Pero que no se nos olvide una cosa: el mayor auge social de fútbol femenino se produce en un marco en el que quienes mandan y deciden sobre el fútbol siguen siendo los hombres. Aquí nada ha cambiado ni cambiará a corto plazo.
De hecho, para la mayor parte de dirigentes y aficionados al fútbol masculino, la verdadera causa por la que Rubiales debería ser inhabilitado para el desempeño de cualquier función en el mundo del fútbol no es el beso a Jenni Hermoso, sino todo su comportamiento previo o posterior a este. Nadie duda en reconocer que Rubiales es un impresentable; pero muchos son los que no ven en el beso un acto de abuso de poder y de violencia. Un sector de la población masculina considera que ha superado el cavernario machismo solo porque reconoce violencia contra la mujer cuando esta es violada o asesinada. Que el reconocimiento de la violencia machista se sitúe en estos hechos extremos ha llevado a que la estructura patriarcal incorpore una 'falsa conciencia' sobre ella. Su radar solo reconoce los momentos de máxima intensidad, pero no todas esas acciones más normalizadas que también implican abusos y excesos. No en vano, que, para el machismo sistémico, el beso de Rubiales a Jenni pueda ser contemplado como una agresión sexual conlleva una sensación de abismo que hace tambalear toda su cosmovisión del mundo. De súbito, la víctima ya no es ella –Jenni–, sino él –el hombre machista genérico–. Si ni siquiera se pueda dar un pico en un instante de euforia celebratoria, ¿qué es lo que podemos hacer? Su libertad se siente atacada, los límites se hacen cada vez más estrechos y todos los actos que el 'sentido común' y la 'costumbre' habían dado por buenos son puestos en cuestión. Para muestra, un botón: hace unos días, el editorial del telediario más visto de España planteaba cuál debería ser, a partir de ahora, el comportamiento de un hombre en situaciones tan cotidianas como ayudar a una mujer a subir una maleta en un tren o dejarla pasar al abrirse la puerta de un ascensor. Desde el momento en que un inocente beso es tachado de agresión sexual, ¿qué se pensará del pobre y desvalido hombre en actos que solo pretenden expresar un comportamiento cívico? Es, en este momento, cuando el patriarcado reconoce un delirante 'exceso de ética' instalado por el feminismo, que obliga a pensar cada acto del hombre con respecto a la mujer. El «falso feminismo» del que hablaba Rubiales es aquel que obliga a reflexionar sobre actos automatizados por el hombre durante décadas y siglos, con la finalidad de desnaturalizarlos. Ni más ni menos. Y esto es lo que más pánico genera en el machismo estructural. Que, de repente, cualquier acción esté impregnada por el deber ético de tratar a una mujer como si no fuera el territorio de expansión de las pulsiones sexuales masculinas es algo que se considera intolerable por parte de los 'razonables' 'señoros'.
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