Secciones
Servicios
Destacamos
Hace un año, muchos españoles votamos para que la ultraderecha –subida a los hombros de Feijóo– no entrase en La Moncloa. El peligro era real ... y, por los pelos, se consiguió el objetivo. Se trató de un voto de resistencia que, gracias a una aritmética casi imposible, posibilitó la investidura de Sánchez. Un año después, esta línea de resistencia sigue fijada en sus posiciones pero incapaz de avanzar un paso –es decir: de hacer despegar la legislatura y gobernar–. El encarnizado enfrentamiento entre los dos socios catalanes –Junts y Esquerra– por demostrar quién es más independentista ha convertido en una entelequia la posibilidad de automatizar mayorías que otorguen viabilidad a la agenda legislativa del Gobierno. El último episodio de esta historia de melancolía ha sucedido esta semana, cuando el voto en contra de Junts ha impedido la aprobación de la necesaria Ley de Extranjería, así como la no menos urgente senda de estabilidad y el techo de gasto –indispensables para un nuevo proyecto de presupuestos–. Si lo que se pretendía era desactivar el 'procés' y que el sentimiento soberanista descendiera al mínimo de los últimos años, el plan ha sido un éxito: la guerra abierta entre Junts y Esquerra favorece a un PSC que crece lo suficiente como para desbaratar la mayoría independentista en el Parlament. El problema es que lo que sirve para restar conflicto a la política catalana no vale para generar estabilidad en el resto del Estado. La fórmula del 'todo por la parte' –una suerte de 'política de la sinécdoque'– está llevando a Sánchez a una dramática situación: gobernar para Cataluña no te asegura una repercusión positiva y directa en la totalidad de España. Se podría decir, en este sentido, que nos hallamos ante un caso de 'la parte por la parte' que pone entre interrogantes la eficacia de tanta inversión de esfuerzos.
Como ya hemos dicho en numerosas ocasiones, Junts se ha convertido en una estructura de sabotaje dentro del entramado institucional. Su objetivo es fundamentalmente detener el funcionamiento de la maquinaria de la gobernanza para hacer del caos el desnorte desde el que sobrevivir. Por así decirlo, su oposición a cualquier política de Estado se da por descontado. Son lo que son y morirán matando. Pero ¿qué es lo que pasa, en otro orden de cosas, con el PP? Al partido que lidera Feijóo se le presupone un compromiso de país y la definición de una alternativa de gobierno. Por muy mal que quieran los de Génova que le vayan las cosas a Sánchez, tendría que haber un momento en el que los intereses de España estuvieran por encima del mal del adversario. Es lógico que, en sede parlamentaria, voten en contra de medidas que transparentan un mayor sesgo ideológico. Ahora bien, ¿oponerse a la aprobación de Ley de Extranjería y a un techo de gasto que otorga mayores recursos a todas las comunidades autónomas –incluidas las muchas gobernadas por el PP– a qué responde? No es difícil responder: al simple tacticismo de dejar ahogarse a Sánchez, pese a que, en esta política unívoca y radical, se sacrifiquen medidas que benefician a la totalidad de los ciudadanos y, por inclusión, a sus barones autonómicos.
Traigamos a colación, en este sentido, las declaraciones que el pasado jueves realizó el consejero de Economía y Hacienda de la Región de Murcia, Luis Alberto Marín. Según este alto representante del Gobierno autonómico, el rechazo a la senda de déficit y al techo de gasto en el Congreso de los Diputados «pone en riesgo las cuentas de las comunidades autónomas», las cuales tendrán que trabajar a ciegas «por la incompetencia, debilidad e inestabilidad del Gobierno de España». Analicemos estas palabras. Efectivamente, el ejecutivo que preside Sánchez muestra una debilidad que no podrá sostener por mucho tiempo más. Pero si tan beneficioso es el techo de gasto propuesto por el Gobierno –que supone un montante de más de 7.000 millones de euros de incremento en la línea de gasto de las comunidades autónomas–, ¿por qué no lo ha apoyado el grupo parlamentario del PP? Puestos a aplicar con rigor el adjetivo de 'incompetente', ¿no habría que incluir en su perímetro a un Feijóo que se ha olvidado del interés común de los españoles para asfixiar –a costa de lo que sea– a Sánchez? En las manos del PP habría estado votar a favor de la senda de estabilidad y procurar un balón de oxígeno a las depauperadas arcas de las comunidades autónomas. Y no lo ha hecho. En España, el sentido de Estado de las formaciones políticas ha pasado al territorio de la utopía y, por lo tanto, de lo que no tiene ni tendrá lugar.
Supongamos, en esta misma línea de pensamiento lanzada por Luis Alberto Marín, que Feijóo hubiera sido presidente de España gracias a los votos de Abascal. ¿Viviríamos en un contexto de mayor estabilidad? Recordemos que, hace unos días, el líder de la ultraderecha forzó la ruptura de todos los pactos de gobierno con el PP en las comunidades autónomas por un mero ataque de cojones. Esto es: si Junts es un socio nada fiable, Vox empata como mínimo con los independentistas catalanes. En una coyuntura en la que, por tanto, PSOE y PP se encuentran atrapados por las veleidades del populismo, ¿cuánto mas tardarán para apoyarse mutuamente en aquellas cuestiones que sean nucleares para el buen funcionamiento del Estado? Dejémonos de demagogias y del cortoplacismo propio de la supina mediocridad, y aspiremos a una política que despegue –aunque sea un poco– del fango.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.