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Nos quejamos de la mediocridad que atenaza a la política española y, por inclusión, a la murciana. Es un mantra que forma parte casi de ... cada análisis que se realiza –en tertulias, artículos de opinión, conversaciones de barras de bar–. La ciudadanía pide –como si de agua en medio del desierto se tratara– políticos diferentes, que rompan esta inercia mortecina y claustrofóbica en la que se halla inmersa la vida pública. Acusamos a la clase política de una homogeneidad que la vuelve previsible e irrelevante. Y, por lo general, no falta razón a quienes así se pronuncian. No es la política española y regional un espacio en el que operen los mejores. El desempeño político conlleva ya de por sí un desgaste personal y de la propia imagen que muy pocos profesionales y personas de éxito están dispuestos a soportar. Las redes sociales se han convertido en un picadero de odio en el que, desde la cobardía del anonimato, se insulta, se injuria y se amenaza con absoluta impunidad.
Resulta curioso que muchos de los que exigen políticos diferentes y con criterio propio sean los que, a la postre, trituran a cualquier persona mínimamente diferente con un cargo de responsabilidad. Se burlan de ella y la acribillan precisamente porque se sale del estándar que tanto critican. Es entonces cuando se suele emplear una opinión del tipo de «este no es político» –como si, en realidad, ajustarse a la idea de lo que la sociedad entiende como político fuera algo bueno, un ideal a seguir–.
El 'político profesional' es justamente el mal que corroe a los partidos políticos. A los 18 años suele entrar en la organización juvenil de cada partido, comienza a ir en listas poco después o a tener cargos de confianza. Con suerte finaliza un grado universitario –muchas veces por los pelos y con la única intención de tener un título que dé alguna enjundia a su currículum–. Cumplidos los 30, no se le conoce ningún trabajo fuera de la política y, por lo tanto, solo le queda tirar hacia adelante y saltar de cargo en cargo de la manera que sea. Su libertad de pensamiento ya ha sido vendida por un sueldo mensual.
Desde ese momento, se convertirá en un peón que hará lo que sea con tal de permanecer en la esfera política. Carecerá de ideas propias, se alineará con el que mande en cada momento, jurará lealtad ciega a su superior aunque éste sea un mediocre contrastado, repetirá como un autómata el argumentario que diariamente le envíe su partido por mail. Comencemos a sumar unidades que se comportan de esta manera y obtendremos la razón por la que la política constituye, a día de hoy, más un problema que una solución. Sinceramente, siempre he pensado –y soy consciente de que no es una opinión my popular– de que no se debería dejar entrar a la política a nadie que no tuviera un mínimo de años cotizados. Y el motivo para ello es que se necesitan más que nunca personas con criterio, que no dependan de la actividad pública para vivir, y que no se comporten como estómagos agradecidos.
Desgraciadamente, estamos lejos de que esta situación se produzca y sea mayoritaria. Por el contrario, y con el horizonte de las elecciones autonómicas y municipales a pocas semanas vista, nos encontramos con que los mejores han sido o corren el riesgo de ser purgados. El primer caso flagrante y ya conocido por todos ha sido el de Ginés Ruiz Maciá, hasta hace unos días portavoz de Podemos en el Ayuntamiento de Murcia. Su labor durante los casi cuatro años que ha desempeñado su cargo de concejal se puede calificar no solo de buena, sino de emocionante. Se trata de una de esas personas –por desgracia una 'rara avis'– que dignifican la acción política y que te invitan a tener esperanza en quienes ejercen su desempeño. Y, para desconsuelo de todos los murcianos, su partido lo ha barrido por tratarse de una pieza suelta. Aquello que no advierte Podemos es que Ginés Ruiz Maciá era un político que ensanchaba considerablemente su base electoral, posibilitando que gente que se desenvuelve con saludable fluidez por diferentes opciones del tablero político pudiera confiarle su voto.
Algo parecido sucede con otros dos concejales del PSOE en el Ayuntamiento de Murcia: Teresa Franco y Antonio Benito. Poseen una sólida formación, demuestran una disposición al diálogo por encima de la media y, además, caen muy bien entre una ciudadanía que valora su trabajo. Es indudable que se trata de dos de los miembros más destacados del actual equipo de Gobierno del Ayuntamiento de Murcia y que constituyen un soplo de aire fresco para la política municipal. Pues bien, según se rumorea, no parece que tengan muchas papeletas para entrar en las listas de su partido para las próximas elecciones. Y sería un error mayúsculo, imperdonable, ya que suponen dos de los principales atractivos para plantearse depositar el voto en el PSOE.
Del mismo modo resulta sorprendente que alguien como Gloria Alarcón no tenga mayor y mejor provecho en la política regional. De no continuar en la próxima legislatura se tratará de otra enorme pérdida que contribuirá a que, en la política, se acentúe la depuración de los que más valen, esos librepensadores que no se limitan a reproducir cansinamente la podredumbre de ideas que regula la vida diaria de los partidos.
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