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Afirmaba, hace unos días, el periodista y escritor Juan Soto Ivars, en una tertulia televisiva, que él no tenía conocimiento alguno sobre incendios y que, ... por tanto, prefería inhibirse a la hora de dar cualquier opinión sobre la tragedia de Las Atalayas. Le doy toda la razón en este punto. Si todo lo sucedido hubiera sido la consecuencia de un simple y fatal accidente, poco margen para la opinión habría por parte de los que no tenemos ni idea sobre incendios. Pero, en el caso de las discotecas Teatre y Fonda Milagros, el accidente parece ser la consecuencia de una serie de irregularidades cometidas tanto por la empresa propietaria de ambos locales como por el Ayuntamiento de Murcia –lo cual es más grave si cabe–. Durante toda esta semana, hemos asistido a un torrente de declaraciones provenientes de empresarios, abogados, políticos, etc. Cada parte intenta salvar el pellejo a través del argumento más plausible y no pocas triquiñuelas dialécticas. Pero esto no va de quién lleva la razón, sino de quién la ha perdido –las trece víctimas del incendio–. Que nunca se nos olvide esto para no caer en una manifiesta falta de respeto que, por momentos, parece bordearse por un desplazamiento malintencionado del foco.

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