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La súbita e inesperada convocatoria de elecciones para el 23-J ha comprometido la política de pactos del PP en comunidades autónomas y ayuntamientos. Los « ... ultras» –como así fueron calificados por Borja Sémper– constituyen la única llave del gobierno en todos aquellos lugares en los que el PP no tiene mayoría absoluta. Y materializar, en este momento, los inevitables pactos con la ultraderecha podría aportar a la izquierda una munición que, en la medida de lo posible, Feijóo prefiere no activar. El discurso oficial pasa por no pactar con Vox; la realidad, sin embargo, muestra una cara muy distinta. La relación del PP con la ultraderecha está lejos de ser nítida. A diferencia de los populares europeos, que han dibujado en la extrema derecha una línea roja inviolable, el PP español nunca ha practicado ni practicará un cordón sanitario con Vox. En realidad, para una parte importante de este partido, los de Abascal constituyen una suerte de 'placer culpable': no se atreven a reconocerlo públicamente, pero disfrutan de él en la intimidad. Ya he comentado, alguna que otra vez, que hay representantes conspicuos del PP murciano que reconocen, en la intimidad –al puro estilo aznariano–, compartir los postulados de Vox. Esta confesión resulta tanto más sorprendente cuanto que proviene de personas jóvenes y que tendrían que abanderar un espíritu renovador y aperturista. Lo más tentador sería afirmar, en descargo de ellas, que su 'deseo de Vox' obedece a un puro pragmatismo que les impulsa a conquistar el poder a costa de lo que sea. Si realmente fuera así, ni siquiera la pulsión de poder justificaría los pactos con un partido negacionista y que tiene en su punto de mira a las políticas que garantizan la diversidad. Quizás porque nunca he sido un político 'profesional', preferiría, sin duda alguna, permanecer en la oposición a ser cómplice de un liberticidio.
Ahora bien, aunque el recurso al pragmatismo político resulta bastante plausible como argumento justificativo, no termina de explicar del todo el 'placer culpable' que el PP siente por Vox. En realidad, ambas formaciones coinciden en más aspectos de lo que parece. Y, en aquellos en los que pudieran divergir, la distancia que los separa no es tanto de índole ideológica cuanto del grado de vergüenza y decoro que evidencian uno y otro partido: mientras que Vox ha demostrado ser un partido descarado y sin el más mínimo de pudor, el PP todavía –y quizás por ese cada vez más vaporoso prurito de centro derecha– se esfuerza algo en que no se le descorra el maquillaje democrático. Sin embargo, recordemos algunas de las declaraciones que ha realizado Feijóo durante esta última semana. En ellas, el político gallego –presionado por el ala dura del PP– anunció que derogaría varias leyes –entre ellas, la 'ley Trans', la de la memoria democrática–, y que retocaría otras como, por ejemplo, la de la eutanasia. Sinceramente, no creo que Feijóo se atreva a fulminar leyes que han supuesto un importante avance social para el conjunto de la sociedad y, en especial, para algunos colectivos. Si lo hace, crearía un precedente de odio difícil de borrar de su currículum. Pero el simple hecho de que lo anuncie ya constituye un abrazo apasionado con los postulados más acérrimos de la ultraderecha que cuesta digerir.
Lo más preocupante del 'placer culpable' que el PP siente por Vox es que, en rigor, los pactos que pueda establecer con la ultraderecha hace mucho que dejaron de ser contemplados, por su electorado, como un anatema que tuviera como respuesta la condena moral. López Miras, por ejemplo, no se cansa de repetir que gobernará solo y que, en el caso de que Vox decida no abstenerse durante la sesión de investidura, convocará nuevas elecciones y obtendrá mayoría absoluta. Esta bravuconada –porque no se puede calificar de otra manera– es más una reacción de adolescente que de un político bregado, como se le presupone a López Miras. En primer lugar, si el presidente del PPRM convoca de nuevo elecciones, la ciudadanía lo inmolaría en plaza pública ante el hastío por tanto proceso electoral. Entre las aficiones de fin de semana de la ciudadanía no se halla la de ir a votar cada domingo y, sobre todo, por la incapacidad de sus representantes públicos para llegar a pactos de gobernabilidad. En España y, por inclusión, en la Región de Murcia, hemos naturalizado que los dos grandes partidos de gobierno no puedan pactar ni por fuerza de causa mayor. Y, en este momento histórico, impedir que la ultraderecha llegue a un gobierno autonómico es un motivo de la suficiente envergadura y gravedad como para que esta estúpida tradición de mutua incompatibilidad se acabe de una vez por todas. PPRM y PSRM deberían dejar de conducir con esas luces cortas que le llevan a creer que pactar supondría una traición a su electorado. Pero, ¿qué mayor traición para el tejido social de la Región de Murcia puede haber que, por mor de unos intereses mediocres, permitir el desembarco de la ultraderecha en San Esteban? El PP debe alejar de su cabeza la tentación de satisfacer su 'placer culpable' de pactar con Vox. Ya estamos mal, pero es que con Antelo en el Gobierno el proceso de construcción de la Región de Murcia se convertiría en algo muy distinto y distópico. O la derecha toma conciencia de que hay que tener tolerancia cero con los ultras o será la primera y gran culpable de conducir a la Región a un abismo de consecuencias inimaginables.
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