La pausa como acción política
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Nada mejor que desaparecer para convertirse en omnipresenteA estas alturas, la hemeroteca generada por el periodo de reflexión de Sánchez resulta –de tan vasta– inabarcable. Se ha escrito y hablado muchísimo y – ... lo reconozco– ya parece un tema quemado y con poco margen para la opinión. La actualidad es vertiginosa y no tiene piedad de ningún asunto. La velocidad que define a la sociedad contemporánea no jerarquiza entre asuntos de envergadura y asuntos triviales. Una vez que el foco de la información se retira, todo pesa lo mismo. Y, en rigor, lo sucedido la semana pasada con la decisión de Pedro Sánchez de parar durante cinco días su actividad pública es algo que, en última instancia, atañe al factor de la velocidad –sobre el que tanto escribió Paul Virilio–. Lo que empezó siendo una decisión motivada por un colapso emocional ha terminado por convertirse en algo más; 'algo' que, hasta la fecha, no se había producido en la política contemporánea y que, por lo tanto, merece su correspondiente análisis.
Una de las ideas que, desde siempre, más me han interesado del pensador francés Michel Maffesoli es que, en tiempos de urgencia como los que vivimos, la única alternativa plausible es practicar una estrategia de la lentitud. Como hemos dicho, la velocidad es el mayor factor productivo y de poder del mundo global. Quienes controlan la distribución de la 'verdad' y de los bienes de consumo son los que aseguran una mayor capacidad de influencia sobre la sociedad. Se trata de que todo suceda con la mayor celeridad posible y de que los tiempos necesarios para cualquier actividad se acorten. La velocidad es el mayor capital que existe. Las estructuras de poder buscan diariamente proponer una alternativa más rápida para vencer al adversario. El que antes llega es el que gana. Ahora bien, la velocidad requiere de una superestructura, y pocos pueden tener acceso a los medios necesarios que garanticen una gestión más rápida. Ir más rápido requiere crecer y crecer, implementar más y más medios. Cuando la competición se plantea en estos términos de quién propone 'a más', el ruido crece y la polución se torna insoportable. De ahí que, como sostiene Maffesoli, la única forma de diferenciarse de esta escalada insoportable sea por medio de la lentitud.
Cuando Pedro Sánchez anunció, a través de su famosa carta, que habría una pausa de cinco días para la reflexión, introdujo en el espacio político una temporalidad otra que dejó descolocado a todos. En un mundo en el que la capacidad de influencia se mide por la capacidad para hacer, el presidente del Gobierno optó por el no-hacer como forma extrema de visibilización de su mensaje. Ni la mejor campaña de comunicación sostenida indefinidamente en el tiempo habría conseguido una presencia tan rotunda en el debate social como la que Sánchez logró. Nada mejor que desaparecer para convertirse en omnipresente. La velocidad minimiza la experiencia del tiempo. Todo sucede tan rápido que somos incapaces de experimentar el instante, el ahora. Por primera vez en la historia de la democracia española, Sánchez detuvo la maquinaria de producción y situó a la sociedad en una situación desconocida para ella: la de la espera.
Su aislamiento absoluto, la ausencia de contacto con asesores y núcleo duro, generó un vacío de información frente al cual solo cabía reaccionar de una manera: mediante la paciencia. El término 'paciencia' posee una raíz etimológica bastante reveladora: 'pathos'. Es el mismo étimo que se halla en el origen de la palabra 'pasión'. De hecho, la paciencia es una experiencia apasionada. Que durante esos cinco días muchos analistas manifestaran que aquello que Sánchez estaba haciendo era apelar a las emociones no es casual. Esperar es algo a lo que esta sociedad no está acostumbrada. Antes de que el pensamiento se active, las cosas ya han sucedido. Y, durante los cinco días de espera que Sánchez impuso a la sociedad española, las pasiones se desataron. Si el presidente del Gobierno quería convertir esta pausa en un marco para la reflexión, no lo consiguió. El 'pathos' desatado de la paciencia aumentó todavía más la insoportable polarización en la que vive la política española desde hace dos décadas. Los detractores de Sánchez entendieron esta pausa como una burda estrategia a mayor gloria de su ego; sus partidarios, por el contrario, barnizaron el silencio de su líder con una pátina de reflexividad que, en realidad, no era tal. La reflexión que, en verdad, se requería en estos momentos necesitaba de un análisis global que incluyera a los adversarios pero también a sí mismos. Si uno quiere solucionar un problema, la primera pregunta a realizar no es qué puede hacer el otro, sino qué puedo hacer yo. Y este cuestionamiento nunca se produjo. Por ninguna de ambas partes hubo empatía ni intersubjetividad. Nadie se puso en la piel del otro. Por lo que nadie propuso un marco de reflexión real y eficaz.
Lo que queda de los cinco días de silencio de Pedro Sánchez es la inédita propuesta de una temporalidad para la política. Su pausa se convirtió en un modo de acción política que hasta el momento nadie había practicado. Todo el mundo esperaba una resolución a la altura de tan grande ejercicio de espera y paciencia. Pero lo que el secretario general del PSOE demostró es que el único mensaje que quería transmitir era el de un paradigma temporal diferente, una experiencia del tiempo distinta que valía más que cualquier final apoteósico.
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