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Me niego a creer que Murcia sea una región tan casposa e intolerante como indica su contumaz voluntad de figurar en las crónicas de la ... España negra contemporánea. Esta tierra tiene un sustrato creativo y vital apasionante, de mentes abiertas e innovadoras, que en nada se parece a la estructura de poder que la domina desde hace décadas. El problema es que la impermeabilidad de este 'statu quo' ha ocasionado que el sector social más innovador no impregne la parte más visible y representativa de la Región. El conservadurismo voraz que se come a grandes bocados las alternativas de futuro de este rincón del Sureste parece la única realidad existente y posible, condenándolo a un destino fatídico que una gran mayoría comienza ya a aceptar. La Región de Murcia que yo quiero es, por ejemplo, la de grupos como Viva Suecia, Arde Bogotá y Second, y no la de la Policía que cubre las tetas de una cantante como Rocío Saiz durante la celebración del Orgullo en la capital. Esta Murcia –desgraciadamente, mayoritaria– me asquea, me provoca náuseas y rechazo, me hace sentir vergüenza de un proyecto social que se va al garete y a la radicalidad de las corrientes posdemocráticas.
El incidente acontecido el pasado sábado 24 de junio no debería ser considerado como un hecho puntual, una anécdota sin recorrido propiciada por un policía local con un sentido franquista y cavernario de la moral. Lo sucedido durante la celebración del Orgullo de Murcia ha de ser interpretado, más bien, como un síntoma, como la cristalización de un modo de pensar que sociológicamente está más implantado de lo que cualquier modelo de convivencia en libertad puede soportar si no quiere ver comprometida su viabilidad. La acción del policía de tapar las tetas de Rocío Saiz es la consecuencia del éxito logrado por una serie de discursos que, lanzados desde la ultraderecha y legitimados institucionalmente por el PP, cuestionan los mismos fundamentos de la diversidad social y, por esto mismo, muestran su temor por la amenaza que las identidades no-normativas suponen para el modelo hetero-patriarcal. Cubrir los pechos de una mujer por considerarlos motivo de escándalo público es algo tan viejo como el propio machismo y su miedo visceral a que la mujer disfrute de su cuerpo y lo gestione como le salga de los ovarios. De sobra es conocido que la mujer puede y debe ser objeto del placer del hombre, pero que, bajo ningún concepto, le está permitido ser el sujeto de su propio placer. Unas tetas son legítimas si es el propio hombre el que las descubre, pero resultan sucias si es la mujer la que decide mostrarlas. Uno de los grandes objetivos de la sociedad patriarcal ha sido hacer sentir a la mujer culpable de su propio cuerpo y del disfrute que pudiera extraer de él. De hecho, cuando la mujer ha ejercido el control sobre él y ha decidido cómo vivirlo se le ha denominado históricamente puta, bruja, histérica o drogadicta, que es el término empleado por el agente de policía para justificar el 'gesto inmoral' de Saiz.
¿De qué nos extrañamos? Es cierto que no hubo instrucciones directas desde la institución de interrumpir el concierto y que la Policía Local de Murcia abrió expediente al agente abusador con cierta celeridad ante la escalada mediática del incidente. Pero no basta solo con aclarar la ausencia de respaldo de esta acción, sino de apostar firmemente por aquello que este policía detesta: la libertad y el derecho a la diversidad. Durante el pasado miércoles, Día del Orgullo LGTBIQ+, la Asamblea Regional y algunos de los ayuntamientos señeros de la Región, como el de Murcia y el de Molina de Segura, decidieron no exhibir la bandera arcoíris. Muy mal. En estos tiempos de crecimiento de la ultraderecha y de sus políticas del odio, la neutralidad y el silencio solo pueden ser interpretados de un modo: como un acto de connivencia con sus postulados. No colgar la bandera arcoíris no conlleva la preservación de la neutralidad institucional; por el contrario, supone un gesto harto tendencioso y explícito que desliza el siguiente mensaje: «No nos metamos en problemas». ¿Cómo? ¿La defensa de la libertad y de los derechos fundamentales del individuo constituye, en pleno 2023, uno de esos problemas que los políticos paniaguados y falsamente salomónicos intentan evitar? ¡Ah, claro, se nos olvidaba! Que no hay que tocarles demasiado las narices a Vox, que son los guardianes de las llaves de la mayoría de los posibles gobiernos del PP. Y, con tal de no molestarles, convirtámonos –por inacción– en cómplices de su desmontaje de la democracia. Si el presidente de las Cortes de Castilla y León amenaza con mandar a los miembros de la seguridad al despacho del Grupo Parlamentaria Socialista a descolgar la bandera arcoíris, ¿para qué va a realizar el supuesto partido de centro-derecha un comunicado en el que denuncie los métodos mafiosos y antidemocráticos de sus compinches de Vox?
La cosa está fea, muy fea. Y peor que se puede poner. Si, como todo indica, Abascal acaba siendo vicepresidente del Gobierno de España, animo a todos los demócratas a que hagan y digan en libertad todo lo que deseen antes del 23-J porque, después, la cuestión de los derechos fundamentales se va a poner muy jodida. Me gustaría que este mal augurio fuera una hipérbole o una pasada de frenada de una mente 'despistada', como me han llamado 'cariñosamente' desde las filas azules. Pero no lo es. El riesgo del deterioro democrático es real. Y quien vote a Feijóo ha de ser consciente de que estará encumbrando a Abascal a la vicepresidencia del Gobierno. La distopía ya está aquí.
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