La mejor tierra del mundo
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Desde hace unos años, la imagen de la Región de Murcia en el resto de comunidades autónomas españolas se ha devaluado hasta el punto de ... convertirnos en la chufla y el hazmerreír del país. Nos consideran abiertamente el «nuevo Lepe». Y resulta a todas luces injusto. En un momento en el que figuras deportivas y culturales de esta región -Carlos Alcaraz, Pedro Acosta, Arde Bogotá, Viva Suecia, Second, Marta Nieto, Salva Espín, por citar unos pocos- se han convertido en referentes indiscutibles en su campo, su reputación está por los suelos. Hace algunos meses me desplacé a Alicante, en numerosas ocasiones, por asuntos personales, y me sorprendió las mofas que hacían allí de los murcianos, considerándonos poco menos que catetos. Alicante, que siempre había sido una ciudad culturalmente por detrás de Murcia, posee ahora un aire de condescendencia hacia sus vecinos que me resulta sorprendente. A nadie escapa que la Región de Murcia está siendo víctima de un proceso de reduccionismo que la ha transformado en un puñado de estereotipos. Toda la complejidad y riqueza que posee desaparecen cuando se trata de proyectar su realidad al exterior. Quizás, y como ya he escrito en alguna otra ocasión, una gran parte de este problema radica en la naturaleza intransitiva de su estructura de representación. La efervescencia de un tejido cultural brillante queda invisibilizada por la nula capacidad de absorción del sistema institucional de la Región de Murcia. Lo que somos no se transparenta en lo que parecemos. Y, en definitiva, en esta época del simulacro, no importa tanto la realidad de los hechos sino la manera en que estos se venden y logran generar un relato atractivo.
Hay determinadas fórmulas y eslóganes que hacen flaco favor a la imagen reputacional de la Región de Murcia. Y una de ellas -con seguridad, de las más perniciosas- es la empleada por el presidente de la Comunidad Autónoma cuando se refiere a la nuestra como «la mejor tierra del mundo». Vaya por delante que el análisis crítico que a continuación voy a desarrollar no se base en prejuicios políticos ni personales y que, perteneciese el sujeto en cuestión al partido que fuere, mis argumentos seguirían siendo del mismo tenor. Calificar a la Región de Murcia como «la mejor tierra del mundo» puede que funcione en un contexto local en tanto que estrategia para la lograr la satisfacción fácil y precognitiva de los murcianos. Somos los mejores, los más guapos, donde el sol es más bello y la luna se ve más de cerca. La expresión posee una raíz populista incuestionable, y trabaja como una píldora saciante que elimina el hambre rápidamente. Pero, precisamente por esto, dicha fórmula es por completo injusta para con la realidad que se pretende elevar -la Región de Murcia-. En primer lugar, se trata de una hipérbole que no se compadece con los datos objetivos. En ningún estudio a escala global, esta comunidad autónoma aparece en los primeros lugares con mejor calidad de vida. Nos podemos sentir muy orgullosos del lugar en el que vivimos y proclamar a los cuatro puntos cardinales nuestras bonanzas, pero un maximalismo de este tipo es falso y, por su exageración, ridículo. El peligro de adjetivar una realidad mediante hipérboles es que se la puede acabar convirtiendo en una parodia de sí misma. Y, justamente, lo que necesita la imagen exterior de nuestra región es mayor ponderación y menos imágenes distorsionadas. Toda exageración implica una inexactitud; y las inexactitudes acaban sumando. El efecto producido al afirmar que somos «la mejor tierra del mundo» es el mismo que cuando se nos tacha como el «nuevo Lepe» -esto es: la falta de credibilidad y, por lo tanto, la chanza-.
Se puede objetar a este argumento que, cuando López Miras etiqueta a la Región de Murcia como «la mejor tierra del mundo», en realidad solo está expresando un sentimiento personal y, en este sentido, subjetivo. Todo el mundo mínimamente orgulloso del lugar en el que ha nacido considera que la suya es la mejor tierra del mundo. Pero, claro está, si aceptamos esto como una razón válida, tendremos que convenir que, entonces, bautizar a la nuestra como «la mejor tierra del mundo» no es un hecho diferencial. Un enunciado como este es recibido por cualquier interlocutor mínimamente inteligente como una estupidez y un supino simplismo.
Es posible pensar que, por exagerar una realidad, se la dignifica y se la enriquece. Aunque sucede todo lo contrario: decir que somos «la mejor tierra del mundo» es dinamitar nuestra complejidad y reducir la Región de Murcia a un estereotipo fácil que no hace más que alimentar nuestra leyenda negra. Ningún territorio es perfecto y, a causa de ello, cualquier sistema social presenta imperfecciones e injusticias que lo alejan de cualquier definición paradisiaca. La Región de Murcia no es, a este respecto, menos. A sus problemas estructurales se suman otros coyunturales que la alejan de ser «la mejor tierra del mundo». Solo en el ámbito de la educación, estamos viviendo un arranque de curso escolar desastroso -falta de transporte, comedores sin un servicio de catering decente, barracones como aulas, etc-. Además, estamos entre las regiones con mayor índice de contaminación de Europa. Tenemos un Mar Menor que se muere. En suma, no somos un paradigma de excelencia en muchas cosas. Falta realismo y sobra populismo.
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