El mal negocio de pactar con Vox
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No, querido Borja, el problema no es que la ultraderecha se pasara de frenada, sino que vosotros le calcasteis su 'modus operandi'Hace tiempo que vengo diciendo que no me fío de ninguna empresa demoscópica. Por desgracia, las encuestas han dejado de ser termómetros a través de ... los cuales medir el pulso de la sociedad sobre determinados temas para convertirse en creadoras de opinión. Y donde se dice 'creadoras de opinión' en realidad se pretende afirmar que se han arrogado el papel de construir la realidad y modelar su estado de ánimo en función de los intereses de quienes les pagan. Durante toda la campaña electoral, los diferentes sondeos impusieron una realidad que todos terminamos por creer a ciegas: gobernaría Feijóo con Abascal como vicepresidente. Muchos asumimos anticipadamente nuestra inclusión en listas negras durante al menos cuatro años; tocaba engrosar una especie de 'résistance' que operaría al margen de la cultura oficial. Si ya de por sí escribir contra la ultraderecha tiene su coste en circunstancias normales –insultos, amenazas, etc–, tenerla en La Moncloa se antojaba un asunto cuando menos peligroso. Conozco a varios que, por mor de lo transmitido por las encuestas, ya tenían hechas las maletas. Pero he aquí que, cuando a las 21.00 horas del pasado domingo comenzaron a volcarse los resultados del escrutinio, una mezcla de perplejidad y de alegría cada vez menos contenida fue desplazando a mi fatalismo. El milagro se había producido: España –en su maravillosa e irreductible pluralidad– se había movilizado para evitar que Arias Navarro regresara de entre los muertos y, desde ese plomizo y claustrofóbico blanco y negro, anunciara: «Españoles, Franco ha vuelto». Por los pelos, es verdad, pero el tsunami involucionista que los estudios demoscópicos habían previsto no se produjo finalmente. Al menos esta batalla se ganó.
Feijóo desaprovechó una oportunidad que, muy probablemente, no volverá a tener. Sus resultados fueron objetivamente buenos: 136 escaños. Desde la erosión del bipartidismo por la aparición de las nuevas fuerzas políticas, nadie había alcanzado unos números tan elevados. Pero se esperaban mejores –de hecho, podrían haber sido mejores–. Y no lo fueron por varios factores. Para empezar, por una funesta campaña electoral, diseñada desde la soberbia alimentada por el triunfalismo de las encuestas. El laboratorio de Génova consideró que, en plena ola antisanchista, todo valía y nada sería penalizado por los españoles. Apostaron por mentir con el descaro de quien piensa que cualquier ataque a la verdad siempre sería superado por el odio a Sánchez que anidaba en el tejido social. La arrogancia de quienes ya se repartían ministerios les llevó a ausentarse del debate electoral organizado por TVE y sustraerles así a los electores su derecho a contrastar los diferentes programas. La incontenible Ayuso se encargaba de dar voz al estado de ánimo generalizado: la campaña no servía para nada; todo estaba decidido. ¿Para qué rebajarse a debatir con un hatajo de perdedores? A estas alturas, el reino de Feijóo ya no era de este mundo.
Pero no contentos con esto, estaba el peor lastre del actual PP: Vox. Afirma Borja Sémper que la culpa de los no tan buenos resultados obtenidos la tiene Abascal, quien, durante la última semana de campaña, asustó a parte del electorado con advertencias del tipo de que, en Cataluña, se recrudecería la tensión y el conflicto con la llegada de un gobierno del PP y Vox. La cuestión entonces es: ¿por qué si tan mal le parecían al PP estas declaraciones no las rechazaron? Es más: ¿cómo se puede acusar de radical a tu socio de ultraderecha cuando el lema de campaña del PP ha sido el vomitivo y asqueroso 'Que te vote Txapote'? No, querido Borja, el problema no es que la ultraderecha se pasara de frenada, sino que vosotros le calcasteis su 'modus operandi'. Además, ¿qué distancia higiénica se pretendía mantener con Vox cuando el PP gobierna con la ultraderecha en más de un centenar de instituciones en España, y los efectos de esos pactos son la guerra contra la igualdad, el desbocamiento del machismo y la cancelación de la cultura no afín? Feijóo estaba convencido de que las alianzas con la ultraderecha no le penalizarían porque, en una escala de barbaridades, los desmanes del sanchismo siempre estarían en un grado superior. Pero se equivocó. Como observó el actor Daniel Pérez Prada la misma noche del 23-J, «es mejor Frankenstein que Hitler». Indudablemente. Los españoles preferimos a Mary Shelley antes que el 'Mein Kampf' y el 'Cara al sol'.
Es difícil que Feijóo obtenga mejores resultados que los del pasado domingo. O lo que es igual: es imposible que el PP pueda volver a gobernar España si no se deshace de una manera absoluta y nítida del tufo franquista de Vox. A lo sumo, sus pactos con la ultraderecha le darán para gobernar autonomías y ayuntamientos. Pero llegar a La Moncloa exige una aritmética parlamentaria que jamás conseguirá si se empeña en ultraderechizarse y en alejarse de la realidad plurinacional y multisensible de España. Mientras que ciertas fuerzas políticas sigan siendo calificadas como «los enemigos de España», el PP estará condenado a la frustración del sexo sin orgasmo. Y, desde luego, el discurso que, en este sentido, ha trasladado durante el último ciclo electoral ha sido ese y nada más que ese. Un partido autonomista y municipalista; eso es a lo que puede quedar reducido el PP si no espabila y le deja de hacer el juego a la ultraderecha.
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