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Las aspiraciones que albergaba Núñez Feijóo, en las anteriores elecciones generales, de llegar a La Moncloa se vieron frustradas por pactos como el que, en ... la Comunidad Valenciana, firmó Mazón con Vox. El miedo a la ultraderecha retrajo a muchos españoles de depositar su voto en el partido de la gaviota. Aunque la frustración fue inmensa entre los populares, parece que las causas que impidieron su gobierno no han llegado a ser interiorizadas. Porque no de otra manera se explica que, hace unos días, Mazón haya vuelto a firmar otro pacto –esta vez para la aprobación de los presupuestos de 2025– con la formación de Abascal. Las concesiones que el PPV ha tenido que hacer a la extrema derecha no son pequeñas: negociar la eliminación de la Ley de Memoria Histórica; negarse a acoger a los menores migrantes no acompañados; y suprimir todas aquellas políticas derivadas del Pacto Verde. Casi nada al aparato.
Mazón es un político amortizado, un cadáver cuyo olor ya resulta insoportable desde los días posteriores a la dana. Su prolongado relato de mentiras, salpicado de cualquier tipo de reflejos políticos y un coeficiente intelectual molecular, han hecho de él una de las realidades políticas más insostenibles de España. El paternalismo que Feijóo está mostrando con él es por entero incomprensible. El de Mazón no es uno de esos casos que se solucionan con la manida fórmula de 'ya se olvidarán'. No. Lejos de olvidar, la opinión de la sociedad hacia él va engangrenándose con cada día que pasa. Apenas puede asistir a actos oficiales por el miedo a las increpaciones y a la creación de situaciones comprometidas. El viaje que Felipe VI realizó el pasado miércoles a Torrent no contó con la presencia del presidente de la Generalitat –lo cual es una anomalía se mire como se mire–. De hecho, esta nueva visita del monarca a las zonas afectadas por las riadas no fue comunicada al gobierno valenciano con el fin de evitar compañías indeseables. Mazón es un lastre y ni siquiera el Rey quiere aparecer junto a él. Se podría pensar que el 'efecto Mazón' se circunscribe a la Comunidad Valenciana, en la que –según las últimas encuestas– el PP perdería en estos momentos tres de los trece escaños que conquistó en las últimas generales. Pero no: el efecto contaminador de Mazón ya afecta a las expectativas de Feijóo en toda España, tal y como se colige de los últimos sondeos publicados. En el momento más difícil de Sánchez, con todo en contra y bajo el chantaje inmisericorde de Puigdemont, el PP no solo no despega, sino que comienza a ver cómo mengua su distancia con respecto al PSOE. Y, pese a ello, Feijóo ni se inmuta. El aire que le concede a Mazón para mantenerlo como aforado de cara a una más que probable imputación es directamente proporcional al oxígeno que le esta quitando a su partido. Como Mazón finalice la presente legislatura, Feijóo acabará por regresar a Galicia porque nunca llegará a pisar las alfombras de La Moncloa.
Y, por si fuera poco, el presidente valenciano estampa en la cara del líder gallego un vergonzoso pacto con la ultraderecha trumpista. Esta semana escuché una reflexión al político Ignasi Gardans que no puedo dejar de reproducir aquí: las derechas moderadas tienen el deber moral histórico de aislar a la ultraderecha y no blanquear sus discursos supremacistas y enloquecidos. La creciente radicalización de la juventud española –con líneas de pensamiento y proclamas que se declaran nostálgicas del franquismo y animan al fusilamiento de los rojos– debería de ser un motivo de elevada preocupación no ya para la izquierda, sino para esa derecha más o menos centrada y que se define como partido de Estado. Todos los jóvenes que se decanten por Vox y por lo que está más a su derecha son votantes que irremisiblemente perderá el PP. Pero, lejos de ello, el PP ha encontrado en el rebautizado como 'Obescal' su deseado aliado a la hora de asegurar el gobierno de varias comunidades autónomas. A Mazón –que ya ha demostrado no tener principios ni escrúpulos de ningún tipo– le importa un bledo el calado xenófobo y negacionista de las políticas que ha pactado desarrollar con Vox. Pero Feijóo debería poner límites más firmes a los devaneos ultras de sus barones. El PP se está desangrando y no parece haber nadie en Génova que ponga algo de cabeza y estrategia y diga al menos por dónde no hay que ir.
Vuelvo a reiterar que jamás votaré a ningún partido que pacte con la ultraderecha –sea del signo que sea–. Y, en este momento, los dos grandes partidos del panorama nacional –PSOE y PP– están contaminados por sus alianzas con las extremas derechas –el primero por sus indecentes pactos con el supremacista Puigdemont, y el segundo por la legitimación institucional de las políticas neofascistas de 'Obescal'–. Si a ello sumamos los diferentes socios de unos y otros que tragan con el veneno con tal de ver al enemigo muerto en el campo de batalla, el paisaje político que queda en España es completamente desolador. ¿Quién está libre del pecado ultra? Por acción u omisión, nadie. El antifascismo se ha convertido en un activismo de salón que sirve para amenizar cenas, pero que nadie cumple en la realidad de la arena política. Los tacticismos se han impuesto a las ideologías y las éticas. Y no hay partido, hoy en día, que no esté dispuesto a vender su alma al diablo con tal de gobernar.
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