La España inmoderada
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La política española ha abandonado la senda del debate ideológico para pasar al ataque sin bridasNo son tiempos buenos. Y lo que es más preocupante: todo indica que vendrán tiempos peores. La política española ha abandonado la senda del debate ... ideológico para pasar al ataque sin bridas. La distribución de carteles con la cara de los diputados socialistas por la Región de Murcia bajo la acusación de «traidores»; que el pasado jueves se arrojaran huevos contra representantes del mismo partido político al salir de un bar; que Abascal acuse a Sánchez de perpetrar un golpe de Estado y haya calado en buena parte de la sociedad que la democracia está en peligro... todos estos son indicadores de un contexto tan inflamado y ya fuera de control que cualquier cosa es esperable. Una vez que se le echa gasolina al caos, la expansión es imparable y poner límites se torna una tarea imposible.
La sesión de investidura de Pedro Sánchez ha evidenciado el clima de guerra total que se ha apoderado no ya de la política nacional, sino de todo el tejido social. Hemos conocido momentos de polarización durante este siglo XXI, pero lo que estamos viviendo ahora mismo ha superado cualquier parámetro conocido. El odio es tan espeso que se agarra al asfalto y lo ensucia todo. Y algo habrá que hacer por el bien de todos –aunque algunos piensen erróneamente que la violencia y la ocupación de las calles les beneficia–. A la postre, todos –sin excepción– saldremos perdiendo. Porque la violencia no se puede contener en un perímetro ni admite una dosificación: una vez que se desata, cualquiera puede ser la víctima. El PP acusa al PSOE; el PSOE al PP; Vox al PSOE y al PP. Incluso los ultras han puesto en la diana a Felipe VI, tachándole de masón y de traidor a la patria. Estamos en una situación en la que el enemigo es todo aquello que desborde el perímetro de la propia y estrecha visión del mundo, de esa mismidad fundamentalista y radical que todo lo atraviesa.
Pedro Sánchez leyó un discurso con una idea fundamental: el fin –que es impedir el Gobierno de la extrema derecha– justifica los medios. Y ahí estamos muchos. Pero hay que explicar los medios. Su racanería a la hora de explicar y legitimar la ley de amnistía no ha ayudado a sumar muchos adeptos a esta causa. Que su principal argumento para justificarla sea que «hay que hacer de la necesidad virtud» no constituye, de hecho, un ejercicio de refinamiento intelectual y de pedagogía, que es precisamente lo que la sociedad española necesita. Sánchez tiene que comprender que, si en la política nada es evidente y se vende por sí mismo, cuando se toman decisiones muy arriesgadas se ha de ser pedagógico hasta el aburrimiento. Y por ahora no lo ha sido.
A esta falta de elocuencia hay que sumar la naturaleza del que se ha convertido en su socio clave y principal: Junts, un partido marcado por la megalomanía y el odio de su líder supremo, Carles Puigdemont. El discurso que esta formación pronunció durante la primera jornada de la investidura fue ilustrativo de sus intenciones. La frase admonitoria de «con nosotros no tiente la suerte», sumada al reconocimiento de que Junts no estaba para garantizar la gobernabilidad, pone de manifiesto algo que ya se intuía: Junts no ha pactado con el PSOE porque su objetivo final sea mejorar la convivencia entre Cataluña y España. Puede que, para Sánchez, la ley de amnistía sea un instrumento para reconducir al conflicto catalán, pero para Junts este acuerdo es solo la manera que han encontrado para reagrupar sus tropas. Hace tiempo que Puigdemont dejó de ser un político que buscara soluciones para convertirse en un saboteador y un chantajista sin escrúpulos. Su afán de pasar a la historia le va a hacer muy difícil la legislatura a Sánchez, quien va a tener que armarse de una paciencia y frialdad como pocos políticos en la historia reciente de Europa hayan tenido.
Por su parte, Feijóo fue a ganarse el respeto de los más ultras de su partido. Como ya comenté en esta misma sección la semana pasada, en el particular drama que vive la política española no hay ninguna parte pura e inocente, y todos tienen su parte de culpa. Y el PP de Feijóo ha encaramado a la ultraderecha a las instituciones y la ha convertido en el otro árbitro de la política española. Me jode cómo es difícil de imaginar que la política española haya desembocado en un panorama en el que las dos únicas opciones a elegir sean Puigdemont y Abascal. ¿De verdad que no somos más inteligentes como para no haber creado otras posibilidades intermedias y más moderadas? Nos han condenado a elegir entre un supremacista megalómano y cobarde y el franquismo. ¡¡¡Es que es de locos!!!
Por supuesto, la intervención de Abascal no defraudó a los más incendiarios. En su odio retestinado hacia Sánchez no se le ocurrió otra cosa que acusarle de perpetrar un golpe de Estado. Y manda narices que sea él quien lance esta acusación cuando la extrema derecha está pidiendo estos días, en la calle, un levantamiento militar y la suspensión del régimen constitucional. Nos encontramos viviendo un círculo vicioso en el que todos se retroalimentan entre sí. O alguien detiene esto o las consecuencias pueden ser nefastas y muy dolorosas. Lo digo por experiencia.
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