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Uno de los principales síntomas de la crisis de un sistema democrático es la perversión de los instrumentos que lo sostienen. La falta de respeto ... a las instituciones y sus mecanismos funciona como un indicador meridiano del proceso de menoscabo y banalización que vivimos, como consecuencia fundamentalmente de la retórica populista de la ultraderecha. La moción de censura presentada por Vox esta semana ha constituido el episodio más lamentable en el proceso de degradación del marco constitucional inaugurado en 1978. Que un Gobierno –con todos los problemas que tiene este país– quede 'secuestrado' parlamentariamente durante dos días por el delirio fóbico de Santiago Abascal y lo suyos dice mucho –y nada bueno– acerca del respeto que esta formación profesa hacia las instituciones. Llama la atención que el líder de Vox afeara el pasado martes, a varios diputados, su indecorosa forma de vestir y la consiguiente falta de respeto que esta suponía hacia el corazón legislativo del Estado. Para Abascal, no acudir en traje y corbata al Congreso de los Diputados constituye un agravio contra el aura y la autoridad que emanan de este. En cambio, el representante de la ultraderecha no considera un desprecio hacia las instituciones el que estas sean utilizadas espuriamente y desde la absoluta ausencia de rigor y de criterio. La moción de censura montada por Vox es un escupitajo en la cara de todos los españoles, una muestra de desprecio como pocas se han visto a lo largo del periodo democrático. Lo que desvela que Vox no es ni será nunca un partido de gobierno, precisamente por la frivolidad con la que es capaz de montar un procedimiento parlamentario de esta índole que, a tenor de lo comprobado los pasados martes y miércoles, no se lo tomaron en serio ni Abascal ni su bizarro candidato, Ramón Tamames.
Ambos llegaron al momento decisivo sin programa alternativo de gobierno alguno. De hecho, si por una carambola cósmica, la moción hubiera salido adelante, a Abascal le hubieran hecho un desgraciado. Lo único que tiene tras de sí son unas cuantas frases inflamadas y apocalípticas, una buena dosis de odio y pocas ganas de trabajar. Que te caiga un gobierno con esos mimbres es como para querer morirte. Por su parte, el candidato Tamames no dejó de ser una caricatura de sí mismo durante las dos jornadas. Fue exclusivamente a exponer un discurso difuso, y a escuchar lo menos posible. Detesto el sentimiento de pena, pero es el que me provocaba ver a uno de los grandes intelectuales de la historia reciente de España hacer el ridículo como lo hizo. Desde el punto de vista de Vox, la moción de censura no superó, en ningún momento, el nivel de una viñeta de Pepe Gotera y Otilio. Si la ultraderecha quería dar un golpe de efecto y colocar sobre la figura de Sánchez toda la 'terribilitá' de una sociedad española enfurecida y desencantada, no lo consiguió. De hecho, y por primera vez desde la explosión de Vox, la ultraderecha provocó más risa que miedo. Valga como ejemplo clarificador del nivel intelectual del 'programa' con el que concurrió Vox a la moción de censura la afirmación de Santiago Abascal de que él no odia a las mujeres porque, en su casa, manda la suya. Que se haya tenido que gastar dinero del Estado para organizar una moción de censura en la que se escuchen tamañas gilipolleces es algo que, con total seguridad, pasará factura a Vox. Reconozco que, hasta el momento, siempre he creído en la capacidad de crecimiento de la ultraderecha en un contexto de decepción generalizada y prerreflexiva. Tenía y tengo miedo a su aterrizaje en las instituciones. Pero es indiscutible que un esperpento como el vivido esta semana ha dejado incluso al abracadabrante populismo en cueros y sin capacidad para idear otro trampantojo de urgencia.
Por paradójico que parezca, el único que se tomó la moción de censura en serio fue el Gobierno. Pedro Sánchez puso el listón de su intervención tan por encima del de Abascal y Tamames que terminó por competir consigo mismo. Solo él era capaz de censurarse a sí mismo, habida cuenta de que los proponentes de la moción se encontraban a otros menesteres. Las respuestas del presidente del Gobierno fueron tan elaboradas y rigurosas en datos y argumentos que, evidentemente, llevaban implícitas preguntas que jamás se habían realizado. A tenor de la profundidad de sus intervenciones, Pedro Sánchez había anticipado una estructura interrogatoria infinitamente más brillante que la del tándem Abascal-Tamames. Si Abascal hubiera estado más avispado, hubiera elegido a Sánchez para censurar a Sánchez. O –también una opción interesante– a Yolanda Díaz, cuya 'autoritas' como mujer de Estado crece por momentos y de una forma imparable. Si las luchas cainitas de las formaciones a la izquierda del PSOE no la devoran, será la gran líder de la izquierda española dentro de un plazo no muy largo de tiempo.
Por su parte, el PP jugó a pasar inadvertido –que es la mejor manera de colocarte todos los focos sobre ti–. El centro-derecha se relaciona con Vox a través de un doble y esquizoide sentimiento de pánico: de un lado, quiere evitar cualquier efecto de contaminación con sus políticas; y, de otro, lo necesita para futuros pactos de gobiernos. Tal esquizofrenia bloquea a Feijóo y lo condena a practicar el escapismo, escondiéndose por las embajadas y el cuerpo diplomático con tal de que no le pongan un micrófono delante y acabe diciendo algunas de esas incongruencias que le convierten en noticia.
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