Después de un invierno malo
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Mapas sin mundo ·
La amnistía se ha comido gran parte del debate. Y el trozo que quedaba se lo ha llevado la corrupciónAsí se dice en la mítica canción 'Soldadito marinero', de Fito & Fitipaldis: «Después de un invierno malo, una mala primavera». Al menos, la primera parte ... de la frase valdría para caracterizar el clima político de la estación meteorológica que acabamos de cerrar: 'Un invierno malo'. Y lo peor es que, habida cuenta de lo irrespirable que está el ambiente, todo parece indicar que también va a ser 'una mala primavera'. Tanto en el contexto nacional como en el regional, el último trimestre ha marcado un pico en el proceso irrefrenable de degradación que vive la escena política. De hecho, el desenvolvimiento de nuestros representantes políticos está muy lejos de aquella expresión catalana de 'volver a las cosas' –es decir, ocuparse de los asuntos cotidianos, aquellos que hacen que la vida de los ciudadanos pueda ser mejor–. La política en España se ha convertido en una versión cutre de 'West Side Story': PP y PSOE, como si de bandas callejeras se tratara, citándose en las instituciones públicas para acuchillarse y golpearse con cualquier tipo de objeto lacerante. Falta el talento de la música de Leonard Bernstein y la coreografía de Jerome Robbins. Aquí las voces son altisonantes y el lenguaje corporal, feo y chabacano. En el ámbito de la Región de Murcia –y como afirmaba el pasado miércoles el director de este periódico, Alberto Aguirre–, nos encontramos con un López Miras desaparecido de la gestión y una oposición inoperante. Ya hemos dicho, en numerosas ocasiones, que al presidente regional lo que verdaderamente le gusta es hablar de Pedro Sánchez y reproducir diariamente las frases que Génova ingenia cada mañana. No es que la Región se le quede pequeña y, por este motivo, necesite de la política nacional para cubrir sus necesidades intelectuales: es que directamente la autonomía que preside se le queda grandísima y necesita huir de ella por cualquier medio.
Si ampliamos el foco a la política estatal, el panorama sigue siendo igual de desalentador. Los chantajes de Junts han acabado por hacer desistir al Gobierno de sacar adelante los Presupuestos de 2024. Quedan en el aire asuntos mollares: políticas sociales, el aumento del SMI, el incremento del sueldo de los funcionarios y un largo etcétera. La legislatura no arranca y, por cómo están las cosas, es difícil que lo haga. La ley de amnistía se ha comido gran parte del debate político del invierno. Y el trozo que quedaba se lo han llevado los casos de corrupción y las comisiones por las mascarillas. Se hace muy difícil pensar cómo, en un periodo en el que estaban muriendo decenas de miles de españoles, con todo el país encerrado, los niños sin poder pisar la calle y la policía preguntándote qué llevabas en las bolsas de basura, unos muchos sinvergüenzas estaban amasando fortunas para comprarse coches de lujo y pisos millonarios en Chamberí. El sacrificio de los muchos construyó la fortuna de los pocos.
Por si fuera poco, durante estos últimos días nos hemos enterado de las presiones y amenazas ejercidas por el jefe de Gabinete de Ayuso, Miguel Ángel Rodríguez, a periodistas de 'El País' y 'eldiario.es'. La presidenta de Madrid defiende a ultranza la libertad de los madrileños para tomarse cañas –lo cual me parece perfecto y saludable–, pero, a tenor de estos hechos, no cree tanto en la libertad de prensa. No hay peor actitud que la del victimismo: todos los males de la humanidad han venido por visionarios que se han sentido agredidos por el resto de los mortales. Pues bien, resulta innegable que Díaz Ayuso gobierna desde el continuo victimismo y desde el sentimiento de estar siendo constantemente agredida por el Gobierno de la nación. La historia –según ella– es una confabulación social-comunista para destruirla y apartarla de su destino –que es ser la líder y garante del orden mundial–. Como buena victimista, ella siempre lleva la razón y, por tanto, la democracia es un modelo de convivencia hecho a su imagen y semejanza. Cualquier hecho que desborde el perímetro de su solipsismo se considera un ataque a la libertad. Habría que recordarle, en este sentido, que amenazar a la prensa se encuentra en el origen del totalitarismo, y que, a buen seguro, bajo la dictadura de Putin, los rusos tienen mucha libertad para beber vodka pero ninguna para expresarse libremente.
Después de este invierno, la primavera no parece augurar muchas mejores cosas. Por lo pronto, nos encontramos con un ciclo electoral intenso en el que las elecciones vascas, las catalanas y las europeas no van a dejar aire ni margen para la normalidad y la gestión diaria. Si ya de por sí vivimos en un mitin continuo, en el que la demagogia se come cualquier argumento mínimamente consistente, la permanente vida en campaña electoral va a radicalizar las peores actitudes de nuestros políticos. Se vienen muchos titulares y poca miga. Estamos dominados por los asesores de campaña, y eso no conlleva nada bueno. Además, el lodazal de la corrupción es un escenario en el que nuestros representantes políticos se desenvuelven como cerdos en el barro. Es el contexto perfecto para ataques personales, insidias, sospechas de todo tipo, faltas de respeto mayúsculas. Lo dicho: «Después de un invierno malo, una mala primavera».
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