Debates de otro siglo
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Lo que hace años se recibía con naturalidad, ahora es un motivo de cruzadaEspaña vive en un delirio ideológico que le ha llevado a perder esa naturalidad innata desde la que asumía las manifestaciones culturales. Una de las ... cuestiones que suelo tratar con mis alumnos es la irrelevancia que, en la era de la globalización, posee la cultura para generar debates de calado, que interfieran en el terreno de lo político desde una posición de autoridad, con argumentos sólidos y disruptivos. El otro día lanzaba una pregunta en clase: ¿creéis que, en la actualidad, una obra artística es capaz de abrirse paso en este panorama hipertrofiado de imágenes y calar en el tejido social con la intención de transformarlo? ¿Alguien ha cambiado últimamente su forma de ver la realidad por el impacto que le haya provocado una imagen artística? Ante tales interrogantes, mis alumnos suelen guardar silencio, intentando encontrar un solo ejemplo que les permita contestar positivamente a ellas. No suelen identificar un solo trabajo. De hecho, las últimas grandes polémicas que el arte fue capaz de trasladar a la esfera social se remontan a la década de 1990, cuando algunos de los 'Young British Artists' –como Damien Hirst, Tracey Emin, Marcus Harvey o los hermanos Chapman– se colaban en las portadas de los periódicos por soliviantar la moral pública, o cuando algunos artistas chinos –ahí está el caso de Zhu Yu– ponían en jaque el código moral. Pero, desde entonces, ¿qué capacidad han tenido los artistas de escandalizar al corpus social cuando la realidad ya de por sí lo suficiente escandalosa y horrísona como para hacerse escuchar?
Valga esta introducción como factor de contextualización de dos polémicas que se han generado estas últimas semanas con dos productos culturales: el ya celebérrimo cartel realizado por Salustiano García Cruz para la Semana Santa de Sevilla 2024, y la canción ganadora en el Benidorm Fest para representar a España en el festival de Eurovisión, 'Zorra', de Nebulossa. Comencemos por esta última: más allá de la calidad de esta canción –que no deja de ser un refrito plano de los lugares comunes del pop naif español–, llama la atención que todos aquellos que han puesto el grito en el cielo porque se emplee un adjetivo como 'zorra' sean los mismos que, en paralelo, critican furibundamente el tono inquisitorial que ha llegado a adquirir la cultura de la cancelación. De un lado, la derecha mojigata y la ultraderecha franquista se lanzan como fieras cuando, desde la óptica actual, se cuestiona la pertinencia de seguir cantando temas como 'Me gusta ser una zorra', de Las Vulpes; 'Sufre mamón', de Hombres G, o 'La mataré', de Loquillo. Con este comportamiento, caen en una contradicción que les resta toda la credibilidad: el pasado no puede ser sometido a la revisión de la cultura de la cancelación porque es patrimonio de todos, pero el presente sí que puede ser objeto de censura porque constituye la parcela de unos pocos –los enemigos, los socialcomunistas–. Los mismos que cantan a todo lo que le da los pulmones «voy a vengarme de ese marica» o «que no la encuentre jamás pues sé que la mataré» entran en ebullición con 'Zorra', solo porque a Pedro Sánchez le gusta y el feminismo la considera un acto de empoderamiento para la mujer. Probablemente, aquellos que se santiguan cada vez que escuchan esta canción de Nebulossa tendrán un adjetivo como 'zorra' entre su repertorio habitual y normalizado de insultos. Nada hay más efectivo que descontextualizar un elemento cultural para que genere tensión y los hipócritas saquen sus vergüenzas a relucir.
Y, claro está, hablando de hipócritas y meapilas, qué decir del cartel de Salustiano para la Semana Santa de Sevilla. Por primera vez en muchos años, un cartel anunciador de Semana Santa posee unas mínimas cualidades artísticas –no como los de Murcia y Cartagena de este año, que continúan la senda de la mediocridad de los que le preceden en el tiempo–. El punto de conflicto –aquel que ha llevado a tanto capillitas a rasgarse las vestiduras– es la desnudez del Cristo resucitado que protagoniza el cartel; una desnudez que, vaciada del sustento dramático de la pasión, se ha traducido en una figura carnal, jubilosamente física. Salustiano –que ha tomado como modelo a su hijo– ha jugado con un elemento que es consustancial a la historia de las representaciones de Cristo a lo largo de la historia: la androginia. Además, no se ha de olvidar que ningún ámbito de la historia del arte ha ofrecido tantos desnudos como el de la representación de los pasajes del cristianismo. Hay más sexualidad y lascivia en un solo Caravaggio que en un millón de carteles que Salustiano hiciera sobre el tema. Por no hablar de cierta escuela de la imaginería actual, cuyas representaciones de la Pasión están impregnadas de una ambigüedad homoerótica, y que son aplaudidas unánimemente por el 'establishment' cofrade –un buen ejemplo es la figura central de 'El Expolio de Cristo', obra de Ramón Cuenca, y que la Cofradía de la Caridad de Murcia sacó a la calle el año pasado. Que yo recuerde, no escuché a los Abogados Cristianos promover una recogida de firmas para retirar esta imagen del desfile procesional. Por desgracia, la cultura ya no genera polémica porque sus propuestas sean más atrevidas y amplias, sino porque las mentes de la mayoría social son más estrechas. Lo que hace años se recibía con naturalidad, ahora es un motivo de cruzada y de reconquista de la moralidad supuestamente perdida por el avance de las horas socialcomunistas. Un desastre.
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