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La política del maniqueísmo imperante impide descender a los matices y, por tanto, conferir algo de lucidez a la presente campaña electoral. Todo está enfangado ... con el barro de la mediocridad. Si no eres un recitador de consignas mañaneras, poco tienes que hacer en el espacio político actual. Cualquier asunto a debatir permanece en el nivel de lo grosero por la falta de finura analítica. Pero es que, además, cuando el 'asunto' no es menor y presenta múltiples aristas, la impudorosa mediocridad lo termina por convertir en la cifra del destino fatal de nuestra época: la estulticia pandémica.
A estas alturas, ya no queda un solo español que no sepa que Bildu ha incorporado a sus listas para las municipales a 44 exetarras, siete de los cuales fueron condenados por delitos de sangre –es decir, por asesinar–. Para que quede meridianamente clara mi postura al respecto: que un terrorista pueda ser concejal de un ayuntamiento me parece algo repugnante, obsceno, inmoral, una fisura legal que no debería existir. Nadie que tenga un mínimo de cultura democrática podrá estar de acuerdo con esto. La razón que ha llevado a Bildu a abrir sus listas a tales individuos no ha sido aclarada, pero es evidente que, en un contexto de normalización democrática de sus siglas y de sus políticas, ha intentado tensar al máximo nuestro sistema de convivencia con el fin de blanquear el pasado más funesto de la reciente historia de España. Ante tal probatura, solo cabe el rechazo más firme y la exigencia del máximo respeto a las víctimas. Que, pocos días después de conocerse la noticia, los propios asesinos comunicaran que renunciarían a sus actas de concejales en caso de conseguirlas constituye un triunfo de la ética democrática, un triunfo colectivo.
Como era de esperar, estos lamentables hechos han sido aprovechados por PP y Vox para atizar al Gobierno de España por sus pactos con Bildu y, ya de paso –en el caso de Vox y de Díaz Ayuso–, solicitar su ilegalización. De la misma manera que acabo de afirmar, con contundencia y sin eufemismos de ningún tipo, que la presencia de asesinos en unas listas electorales resulta intolerable, sostengo que Bildu es una formación política legítimamente democrática, con el mismo derecho que cualquier otra a participar en los procesos de gobernabilidad. Si el interés por ETA de la derecha y de la ultraderecha no obedeciera al puro interés electoralista, y si en verdad importaran tanto los muertos causados por la sinrazón terrorista, PP y Vox comprenderían rápidamente que la vía política por la que ha optado la izquierda 'abertzale' ha ahorrado mucha sangre, desfile de ataúdes y lágrimas sin consuelo. ¿Cuánto hubieran dado los que ahora piden un cordón sanitario para Bildu por que, en la sangrienta década de los 80, ETA hubiera dejado de matar y hubiera reconducido sus aspiraciones por vía parlamentaria? Gregorio Ordóñez y Miguel Ángel Blanco seguirían vivos, por ejemplo.
Pero, claro está, en esta exacerbación de la demagogia en la que está instalada la gestión de la memoria del terrorismo etarra, saldrían los mediocres de turno –esto es, los actuales líderes del PP– a replicar que, vale, aceptamos el estatuto legal de Bildu, pero que permanezca aislado bajo un férreo cordón sanitario. Y entonces, ¿de qué serviría su resignificación como fuerza política democrática? No es difícil entender que si se aparta a Bildu de las dinámicas parlamentarias se le condenará a la marginalidad y, a través de ella, a una situación de agravio y victimismo que solo puede conducir al cuestionamiento de la propia vía política. Dicho de otra manera: si hacer política no sirve para nada porque nos siguen considerando unos asesinos, ¿por qué no seguir matando? A lo que habría que añadir: ¿de verdad el PP es partidario de quemar el diálogo democrático con Bildu y abocarlo a la violencia? Pero es que pongámonos en el peor de los casos: imaginemos que los asesinos finalmente no renuncian a sus actas de concejales y nos tenemos que tragar, durante cuatro años, a tipos que han segado la vida de inocentes sentados en los plenos de los ayuntamientos. Se nos revolverían las tripas, maldeciríamos y vomitaríamos. Pero, qué quieren que les diga, prefiero a un asesino de concejal que empuñando una pistola.
Que el Gobierno de España haya conseguido que una fuerza política como Bildu apoye medidas que contribuyen a la gobernabilidad de España no me parece ni un acto de sumisión ni, mucho menos, una traición a la patria; antes bien, me parece un éxito inobjetable de nuestro sistema democrático, inimaginable hace dos décadas. Los mismos partidos que reniegan de la Ley de Memoria Democrática porque –según ellos– reaviva el conflicto entre las dos Españas y revigoriza el guerracivilismo, tendrían que mantenerse coherentes a este argumento y aplicar los mismos criterios con Bildu. No hay mejor manera de amar a España que contribuyendo a ensanchar y mejorar la convivencia entre todos los españoles. Y que Bildu participe en las políticas de Estado constituye un magnífico servicio a nuestro país por parte de quien lo ha conseguido. Dejémonos de simplismos y mediocridades, y hagamos política con cierta altura de miras.
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