Abascal, vicepresidente
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Para compensar el terremoto de la Comunidad Valenciana, Feijóo ha utilizado a la Región de Murcia como una lavadora de imagenFeijóo, el moderado, llegó a la presidencia del PP con el pacto entre su partido y la ultraderecha cociéndose para gobernar juntos en Castilla y ... León. Su aterrizaje fue a lo grande y, aunque en aquel momento puso como excusa que se trataba de un acuerdo que venía cocinado del 'ancien régime' representado por Casado y García Egea, lo cierto es que el plato se sirvió con él ya sentado en el despacho principal de Génova. El mensaje que, consciente o inconscientemente, lanzó con aquel acuerdo de gobierno con Vox fue muy claro: los ultras dejarán de ser ultras cuando exista la más mínima posibilidad de desbancar al PSOE a través de su apoyo.
El fichaje posterior de Borja Sémper como portavoz del PP buscaba precisamente rebajar el perfil duro de este partido y trazar una nítida línea de separación con las posiciones extremas de los de Abascal. El político vasco no dudó en proclamar, hace unos días, que el PP jamás pactaría con los ultras –ni de un lado ni de otro–. O mintió o su partido se la ha jugado. Porque esta misma semana hemos conocido el acuerdo de gobierno al que han llegado PP y Vox para dirigir los designios de la Comunidad Valenciana durante los próximos cuatro años. El centro-derecha considera que Vox es un comodín que se puede utilizar a su antojo según las circunstancias y la conveniencia: unas veces, constituye el fondo de contraste de la extrema derecha frente al que cabe significarse como un partido moderado, constitucional y respetuoso con los derechos de la diversidad; y, otras, como el apoyo necesario para alcanzar el poder, pese a que esto suponga firmar textos programáticos que atentan contra los principios constitucionales que aseguran la libertad y la diversidad. En lo que respecta a Vox, el PP ha dejado de ser un partido creíble, en el que se pueda confiar. Su alianza con la extrema derecha se producirá tantas veces como sus intereses lo exijan. No hay líneas rojas. No existen los escrúpulos ni el deber democrático que impidieran pactar con una formación que, en puridad, no cree en los valores de la Constitución.
Para compensar el terremoto de Valencia, Feijóo ha utilizado a la Región de Murcia como una lavadora de imagen. Pero –seamos sinceros– esta estrategia tiene trampa. López Miras puede negarle ahora a Vox su presencia en la Mesa de la Asamblea y decidir gobernar en solitario porque tiene a tiro de piedra la mayoría absoluta. Se siente fuerte y sabe que tiene a Antelo contra las cuerdas: si no hay abstención de la ultraderecha en el debate de investidura, convoca elecciones y conjura la tormenta del voto de castigo sobre la ultraderecha. Pero, ¿qué sucedería si el apoyo de Vox resultara más decisivo y la posición de Miras fuera de más debilidad? ¿Se resistiría a la convivencia con Vox? La respuesta no hay pasarla por el tamiz de lo hipotético; la conocemos porque ya ha sucedido. Cuando López Miras se vio contra las cuerdas a raíz de la moción de censura presentada por Cs y PSOE, el presidente regional no dudó en comprar voluntades y en ofrecer en bandeja la Consejería de Educación y Cultura a la ultraderecha. No le tembló la mano. Su prioridad, en este caso, no fue la defensa de los valores democráticos, sino la preservación del poder a toda costa. Que no nos engañen: el ataque de dignidad de Génova y López Miras al negarse a pactar con Vox no obedece a cuestiones ideológicas y de salud democrática, sino al hecho de que en la Región de Murcia no están con el agua al cuello y esta situación de ventaja les permite maquillar el desastre de Valencia y los que puedan venir en posteriores fechas.
Si se cumplen las encuestas, y finalmente Feijóo gana las elecciones del 23-J, necesitará a Vox para gobernar. Los ultras ya no serán ultras, y Abascal será presentado como el vicepresidente del Gobierno que siempre necesitó España. Feijóo, de hecho, ya ha comenzado a hacer público el argumentario con el que justificará la alianza más desastrosa de la historia de la democracia española. Interrogado sobre su acuerdo de gobierno con Vox en Valencia, el gallego tuvo el rostro de decir: «En la Comunidad Valenciana, Vox ha sido determinante y lo ha votado mucha gente». Fabuloso. Desde luego que todos los resultados salidos de las urnas son legítimos y no han de ser cuestionados ni de pensamiento. Pero no olvidemos que Hitler llegó al Gobierno alemán aupado por las papeletas. Si un mal se hace grande, no es menos mal por el hecho de haber adquirido tal escala. Es más, el principal papel del PP –aquel por el que podría recuperar su credibilidad perdida y dejar de ser la puerta al poder de la ultraderecha– tendría que ser el de frenar a Vox, salvaguardar la democracia de sus intentos de encogerla, dañarla, convertirla en el violento reflejo de un monohumanismo asfixiante que no tolera la diversidad. Feijóo va a catapultar a Abascal a la vicepresidencia del Gobierno de España. Repitámoslo: un ultraderechista desempeñará, con toda probabilidad, el cargo de vicepresidente de nuestro país. Desde La Moncloa se activarán políticas racistas, homófobas, machistas, clasistas. Nuestras libertades se verán reducidas. Vox es un cáncer y el PP el vehículo que favorece su metástasis. Estamos muy jodidos.
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