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El pasado domingo, este diario publicaba un interesante artículo –firmado por Cristina López Zumel, Fernando López Hernández y Fuensanta Carreres– en el que se informaba ... sobre la alta tasa de abandono escolar que lastra a la Región de Murcia, así como las causas que se encontraban tras ella. Concretamente, se indicaba cómo dos de cada diez estudiantes abandonan los estudios antes de adquirir una formación mínima. Un día después se conocía cómo la pobreza estructural en esta comunidad autónoma afecta a un 31% de la población, cinco puntos más que la media nacional. A estos dos factores –intrínsecamente relacionados–, habría que añadir el retroceso cultural experimentado por esta región que, a tenor del informe anual confeccionado por la Fundación Contemporánea, ocupa el último lugar en innovación cultural, solo por delante de Ceuta y Melilla. El panorama no puede ser más desalentador. Fracaso escolar, pobreza cronificada y baja competencia cultural constituyen un cóctel explosivo del cual no puede salir nada bueno. De hecho, el que durante la última semana, la esfera política haya estado dominada por el discurso xenófobo y racista de José Ángel Antelo y Rubén Martínez Alpañez –representantes ambos de Vox– indica hasta qué punto resulta preocupante la degradación del debate público en la Región de Murcia y –lo que es tanto peor– la estructura social no pequeña que avala este discurso del odio.
Las razones que el citado artículo identificaban como claves para comprender la alta tasa de abandono escolar en nuestra comunidad eran múltiples: un mercado laboral con perfiles de baja cualificación que invita al estudiante al abandono prematuro, el menor gasto público en educación, la limitada formación de los padres y los inferiores niveles de renta. Detengámonos en estos dos últimos puntos, porque resultan especialmente reveladores a la hora de comprender la estructura social de la Región de Murcia. La limitada formación de los padres pone el foco en la necesidad de la educación como mecanismo de mejora y ascenso social. Si cada niño o niña estuviera limitado por las competencias intelectuales de sus padres, no existiría evolución alguna y viviríamos en un círculo vicioso desgarrador. La importancia de la educación reside precisamente en que cada sujeto mejore la formación y las expectativas vitales de sus progenitores. Y, claro está, cuando se parte del hecho de que la reducida formación de los padres limita el desarrollo formativo de los hijos, enseguida asoma una de las cuestiones de las que la ultraderecha ha hecho uno de sus principales caballos de batalla: el denominado 'pin parental'. La razón de ser de este mecanismo intervencionista es que los padres sean capaces de capar la formación de sus hijos, imponiendo unos criterios cognitivos y morales consolidados culturalmente. Desde este punto de vista –porque, en rigor, no existe otro desde el que ser abordado–, el 'pin parental' constituye ya no solo una fuente de abandono escolar, sino de fracaso personal y social. El que una generación de murcianos proyecte su escasa formación sobre sus hijos solo conduce a la perpetuación de una deficiente competencia cultural que impedirá el desarrollo de la Región.
Por otra parte, los inferiores niveles de renta se comportan, al mismo tiempo, como causa y consecuencia del prematuro abandono de los estudios. Llama la atención, a este respecto, que la mayor parte de los esfuerzos del Gobierno de coalición entre PP y Vox pasen por la defensa a ultranza de la agricultura como principal motor económico de la Región de Murcia y, por extensión, como su principal elemento identitario. El 'reduccionismo agrícola' ha llevado a repensar nuestra comunidad autónoma como un todo agónico en el que, si va mal la agricultura, vamos mal todos. Esto ha llevado a que la ultraderecha –aunque también la derecha– invierta todos sus esfuerzos políticos en legitimar los desmanes del agro en el Mar Menor. Se refiere una región contaminada a una región agrícolamente sostenible. Este apunte ahora desarrollado resulta imprescindible para comprender la desacertada política económica que aprisiona a la Región de Murcia. En lugar de potenciar el agro como el sector que la identifica económica y culturalmente, el Gobierno regional debería entender la educación como su principal factor de riqueza. El fracaso escolar conduce a la precariedad laboral –precisamente la que se ofrece en la agricultura–; y las rentas bajas imposibilitan un despegue del consumo y lastran, en definitiva, el resto de parámetros económicos.
Lo extraordinario es que una población con una pobreza estructural del 31%, lejos de rebelarse, permanezca anestesiada en una inercia autodestructiva. La deficiente formación es un criadero de conformismo; y la sociedad murciana ha renunciado al derecho de mejorar su calidad de vida. El éxito del mencionado discurso antimigración es un claro exponente de hasta qué punto los ciudadanos de esta tierra tienen averiada la brújula de sus prioridades. Pero a nadie se le escapa que una sociedad con escasa formación carece de espíritu crítico y, por lo tanto, resulta fácilmente manipulable. Lo cierto es que hay mucho interés en que sigamos a la cola de España en abandono escolar.
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