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El 'caso Ábalos' es sintomático de la situación estructural que vive –o más bien padece– la política española. Su decisión de no renunciar a su ... escaño y pasar al Grupo Mixto tras ser dado de baja por el PSOE revela un 'modus vivendi' entre los representantes públicos de este país que debería ser abordado seriamente por las diferentes formaciones políticas en pos de una salud democrática más robusta y beneficiosa para la sociedad. José Luis Ábalos es un claro exponente de lo que se denomina un 'político profesional'. Y, en este caso, el empleo de un adjetivo como 'profesional' se entiende no a través de la cuarta acepción que le otorga la RAE –«que realiza su trabajo con pericia y aplicación»–, sino por medio de su primer significado: «Persona que ejerce una profesión». Convertir la política en un oficio o profesión de por vida es algo que en España se ha asumido con naturalidad durante el periodo democrático, pero que, en rigor, constituye una absoluta anomalía. Precisamente, la fortaleza de la política debería ser su precariedad –o, por enunciarlo en otros términos, la relación inestable y temporal de cualquier individuo para con ella–. Pero, en el caso de Ábalos y de otros miles de ejemplos, esta idea de 'la política como lugar de paso' no solo no se cumple, sino que salta por los aires por un acomodamiento en ella como forma de vida.
Cuando se repasa el currículum del político valenciano, llama la atención que el primero de los puntos que se destacan en él es que es un maestro de Primaria en excedencia. El concepto de 'excedencia', más que un eufemismo, supone aquí una expresión cínica que desafía a la inteligencia. En realidad, Ábalos ejerció la docencia durante tres meses. Tras ellos ha desempeñado los siguientes cargos: jefe de Gabinete del delegado del Gobierno de la Comunidad Valenciana (1983-1987); jefe de Gabinete del consejero de Trabajo de la Generalitat Valenciana (1988-1991); director de Cooperación Internacional de la Generalitat Valenciana (1989-1992); concejal en el Ayuntamiento de Valencia (1999-2009); diputado en las Cortes Valencianas (2003-2007); diputado por Valencia en el Congreso de los Diputados (2009- actualidad); y ministro de Fomento (2019-2020). La suma nos dice que, con excepción de un breve intervalo en la década de 1990, Ábalos lleva más de cuatro décadas encadenando desempeños políticos. Se trata, por tanto, de una persona cuya única profesión es la política, de la cual vive y a la que ha exprimido regularmente para obtener un sueldo durante cuarenta años. Cuando, desde este prisma, se analiza su negativa a entregar el escaño conseguido bajo las siglas del PSOE y a encastillarse en el comodín del Grupo Mixto, se entiende que la razón que subyace a esta decisión a la desesperada es que, fuera del sueldo que le proporciona la política, no hay nada –está la intemperie–.
El político profesional es un arma de doble fila para los partidos: de un lado, y en la medida en que su sueldo depende de la confianza que depositen en él, se mostrará dúctil, sumiso a las exigencias del aparato, dispuesto a cambiar de ideas de la noche a la mañana para acomodarse al perfil de su nuevo jefe –será, por así decirlo, un 'mercenario de la obediciencia y del peloteo', un lameculos de manual–; pero, de otro, y justamente porque su supervivencia económica depende de la política, esta lealtad se puede tornar en rebelión cuando la necesidad del sueldo deja de coincidir con los intereses de su partido. Entonces –y como ha sucedido con Ábalos–, la desobediencia y el 'secuestro del escaño' se convertirá en la única salida para preservar la manutención del Estado.
La política está llena de 'Ábalos' que no conocen oficio ni beneficio fuera de ella y que matarían con tal de no pasar a engrosar las filas del paro. En la Región de Murcia, por ejemplo, el mismo presidente de la Comunidad es un claro ejemplo de persona que, desde muy joven, se ha especializado en el artero arte de vivir de los cargos públicos. Los casos de transfuguismo que vivió la política regional en 2021 tenían su motivación última en la necesidad de sobrevivir en la política mantener un buen sueldo todo el tiempo que se pudiera. Muchas veces, me he mostrado crítico con el papel jugado por las organizaciones juveniles de los diferentes partidos, que, por desgracia, se han convertido en fábricas de políticos profesionales. Cuando, a los 20 años, una persona entra en la rueda de la política como concejal o asesor, la seducción del cargo y del buen sueldo lo ciega y le lleva a descuidar su formación. Tan joven, pasa a formar parte del engranaje del partido y a convertirse en un peón, carente de sentido crítico y de formación intelectual, y dispuesto a lo que sea con tal de no ser excluido de la siguientes listas o equipos de gobierno. En estos generalizados casos, lo político –que es la sana inquietud del activista, del que lucha por transformar la sociedad– se ve sustituido por la política –la profesión, el estatus social, el mamoneo–. Sinceramente, creo que, por una cuestión de higiene y de regeneración democrática, no se debería permitir ostentar un cargo político a nadie que no tuviera un mínimo de años cotizados y una profesión fuera del desempeño político. La diferencia entre 'buenos profesionales' y 'profesionales de la política' es tan grande como para decantar la percepción que desde la sociedad se tiene hacia la vertiente de la política como un acto de servicio público o la de la política como un nido de vividores.
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