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Cuenta la Historia, en palabras del romano Suetonio, o quizá se trate de una leyenda recogida por él, que al reprocharle Tito a su padre, el emperador Vespasiano, que obtuviera dinero con el impuesto sobre el uso de los desechos de las letrinas, él le respondió con una frase plena de cinismo, 'el dinero no huele', para lo que previamente el padre le había dado a oler una moneda de oro y preguntado si tenía un hedor molesto. El hijo le respondió que no, a lo que Vespasiano adujo «y sin embargo procede de la orina».
Ciertamente, por muy indigna que sea su procedencia, el dinero se blanquea con la simple operación de extraerlo de las cloacas de la corrupción, la explotación de la miseria o cualquier tráfico ilícito (sea de mujeres, inmigrantes, armas o drogas), poniéndolo seguidamente en circulación, un proceso en el que se pierde totalmente cualquier rastro de su origen inmundo. Del billete que guardamos en la cartera nunca sabremos qué oscuros caminos ha podido seguir ni en qué miserables operaciones ha servido como pago.
Hoy, la frase 'pecunia non olet' se utiliza para señalar con descaro y desvergüenza que el dinero vale por sí mismo, independientemente de la nobleza o villanía de su procedencia. Tan cierta es esta aseveración que el excelente ensayista y narrador Rafael Sánchez Ferlosio, recientemente desaparecido, dio el título 'Non olet' a uno de sus libros, en el que indaga en las contradicciones y lacras que rodean el beneficio económico procedente de operaciones publicitarias, empresariales, de mercadotecnia, del mundo del trabajo e incluso los no siempre inocentes ámbitos del ocio y la cultura. Naturalmente, me estoy refiriendo al dinero obtenido en actividades éticamente reprobables, no al que origina la normal transacción del comercio, las finanzas o el procedente como compensación legítima por trabajos a los que no se les puede reprochar nada ignominioso.
Ocurre a menudo que los detentadores del poder, tanto a pequeña escala como con alcance global, utilizan sutiles estrategias para blanquear los beneficios obtenidos por actividades éticamente detestables. Es algo que ocurre en las redes, el mundo de las finanzas, el de la comunicación y, por supuesto, el de la política, que se acogen al viejo adagio, casi siempre falso e interesado, de 'el fin justifica los medios'. Por eso, produce algunas dudas que ciertos conglomerados empresariales, entidades financieras o deportivas de alto rango posean Patronatos y Sociedades con los que colaboran en actividades de carácter social, cultural o humanitario. Tengo la sospecha, probablemente exagerada, de que tales participaciones sirven, en algunos casos, para encubrir actividades 'non sanctas' que forman parte de su actividad en la vida pública. Actividades como la fabricación de armas, no siempre utilizadas para prevenir conflictos sino para ser usadas, y que afectan dolorosamente a poblaciones civiles (siempre mueren en las guerras más civiles que soldados). Actividades de compra de bloques inmobiliarios por 'fondos buitre', respaldados por poderosas corporaciones bancarias, que afectan a la parte más vulnerable e indefensa de la población (ancianos, viudas, familias con escasos recursos). Estas y otras muchas operaciones se explican siempre como necesarias para mantener puestos de trabajo o mejorar el perfil urbano de las ciudades, cuando en realidad son simples especulaciones monetarias.
No es difícil detectar en el panel de sociedades que dependen de ellas, y con la finalidad de 'lavar' actividades turbias, algunas dedicadas a la beneficencia, la solidaridad o la difusión cultural. Naturalmente, no todas las corporaciones financieras o empresariales actúan así, de lo contrario habría que recurrir al famoso dicho 'que paren el mundo, que me bajo'.
Ha llegado un tiempo en que cualquier actividad altruista, humanitaria o cultural necesita dinero para mantenerse y difundir sus actividades. Y es ahí donde se produce la intromisión de grupos financieros o industriales. Entidades beneméritas como la Real Academia de la Lengua, el Museo del Prado, oenegés con fines filantrópicos y trayectoria impecable, incuso modestos museos etnográficos o de Historia de las ciudades más perdidas del mapa nacional no pueden sostenerse sin el mecenazgo de grupos financieros o marcas comerciales de todo tipo: coches, perfumes, relojes, moda, bebidas... Cualquiera de nosotros ha podido observar en su propia ciudad o cuando ha salido de viaje cómo monumentos señeros en restauración lucen en las vallas que los envuelven grandes anuncios publicitarios que promocionan los objetos más valiosos del mercado. En esta mezcla, no siempre decente, de intereses contradictorios, el dinero se lava, desprendiéndose del mal olor que lo impregna cuando ha intermediado en operaciones deleznables (muchos de los detentadores de ese dinero los vemos con frecuencia en los juzgados o en la cárcel).
Así pues, el dinero continúa sin oler mal, lo que quiere decir que en algunos aspectos del comportamiento social, la Humanidad no ha avanzado mucho desde los lejanos tiempos de Vespasiano.
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