Patente de corso
VERITAS VINCIT ·
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VERITAS VINCIT ·
Mención especial en la lista de corsarios merecen los filibusteros independentistas cuya actuación es dobleEn pleno siglo XV, algunas naciones, viendo peligrar el tráfico comercial marítimo unas veces por la acción de la piratería y otras muchas por la ... competencia de naciones enemigas, y no disponiendo de barcos suficientes para atajar el problema, procedieron a dar una cédula o despacho que autorizaba a un sujeto a hacer el corso, o sea piratear, contra los enemigos de la nación, actuando por su propia cuenta pero dentro del sistema Así comenzó la llamada navegación al corso. Los ingleses Francis Drake, John Hawkins y Barbanegra, el español Amaro Pargo y otros muchos navegaban y atacaban como piratas, pero protegidos por la patente y honrados por la nación que se la había otorgado. Lo que, en principio, facilitó la lucha contra la piratería y la competencia de otras flotas enemigas, ahorrando a los estados el dinero que hubieran tenido que invertir en aumentar la Armada nacional, derivó en abusos flagrantes, puesto que, muchas veces, amparados por la patente, y a pesar de las fianzas que tenían que aportar, los corsarios abordaban y saqueaban barcos y ciudades que nada tenían que ver con la piratería o con los enemigos con el único fin de enriquecerse. El Tratado de París de 1856, al que España no se adhirió hasta 1909, acabó con esta singular y peligrosa forma de navegar.
Recién, 'tener patente de corso' se emplea para definir toda autorización expresa o tácita, oficial u oficiosa, que permite llevar a cabo actos que a los demás están prohibidos o vedados. ¿Quiénes son –me pregunto y pregunto a mis queridos lectores– los corsarios españoles del siglo XXI? Destacado, en primer lugar y a varios cuerpos de distancia del resto, don Sánchez 'El Largo', a bordo de su Falcon, acompañado por una tripulación tan ansiosa de botín como iletrada, bien armado con la artillería que le proporciona el Boletín Oficial del Estado, disponiendo sin tasa del tesoro nacional, ataca una y otra vez al sufrido, entregado e indefenso pueblo consiguiendo excelente botín que consolida su poder. Mención especial en la lista de corsarios merecen los filibusteros independentistas cuya actuación es doble: de una parte prestando votos al corsario jefe a cambio de una parte sustanciosa del botín y, por otra, navegando al corso en sus territoriales mares, provistos de la patente que ellos mismos se han concedido para poder, impunemente, saquear a sus resignados y engañados conciudadanos. Existen otros corsarios de menor rango navegando a bordo de barcos de menor porte quienes, en sus pequeños mares regionales, hacen, de vez en vez, pequeñas incursiones aunque muy lucrativas.
Otra flota, con bandera popular, amarrada a puerto genovés, amenaza unas veces con grandes batallas navales y la otra iza bandera de alianza. La dotación dispuesta pero inactiva, los cañones preparados pero enmudecidos, los mandos, megáfono en ristre, vociferando pero no actuando, solo pendientes por si una joven y aguerrida capitana quiera disputarle el mando a don Casado 'El Flojo'. Sueñan con que en un descuido del 'Largo' puedan arrebatarle el mando, o aliarse con él, para hacerse a la mar y piratear al corso de igual manera. Por el catalejo se avista una flota de pequeñas lanchas cañoneras como las que inventó el gran marino mallorquín Antonio Barceló, que fueron definitivas en batallas como la de Gibraltar. Conociendo la dificultad para atacar una plaza por mar dada la inferioridad de los buques de vela y madera de la época contra las fortificaciones terrestres, Barceló obtuvo permiso de Madrid para la construcción de sus famosas lanchas cañoneras. Atacaban de noche acercando los pequeños artilugios navales a los recintos fortificados hasta donde los grandes navíos no podían llegar y con el fuego de su único cañón producían grandes daños en muros, armamento y dotación. Estos éxitos, y otros muchos, hicieron que aquel marino corsario llegara a ser almirante de la Armada española y el pueblo lo recordara con estos versos: «Si el rey de España tuviera gente como Barceló, Gibraltar sería española que de los ingleses no».
¿Será capaz esta pequeña flota de cañoneras 'voxeras', aliada con la flota popular, de derribar las temidas fortificaciones monclovitas donde don Sánchez, el gran corsario, disfruta de sus fechorías? El tiempo y el arrojo de los 'abascales' lo dirá. Mientras tanto, paciencia y barajar, como decía aquel cumplido jugador tras perder una y otra vez la mano y el lance.
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