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Era una noticia sorprendente que hacía mención a un gran personaje nacional y, como es de suponer, me quedé pegado a las palabras del titular. ... Alguien destacado había matado a alguien, alguien importante estaba enfermo de muerte, alguien muy famoso había cometido un terrible delito y guardaba un secreto impenetrable, así que seguí leyendo con la curiosidad natural del personaje y de los hechos. Estuve un buen rato hasta que, mosqueado, me percaté de que aquel texto parecía interminable y no acababa nunca de decirlo todo, como si se tratara de uno de aquellos juegos interminables y absurdos que leíamos en nuestra infancia y que al final eran tan solo un mero juego de palabras. Pues algo así, pero con figuras muy conocidas e incluso valiosas, lo que aumentaba, si cabe, mi curiosidad por llegar hasta la última línea. Sigue leyendo, insistía el texto y yo me afanaba en hacerlo cada vez más rápido y muy atento a todas las palabras, porque estaba a punto de enterarme de un gran secreto y no llegaba nunca a satisfacer mi curiosidad.
Se me pasaban por la cabeza asesinatos, estafas o misterios rocambolescos, pero por mucho que porfiaba en aquel texto interminable el final de cada página me conducía a otra página más con aquel insistente sigue leyendo, que era una especie de mantra infalible al que le hacía caso siempre, una orden venida de algún lugar secreto que tenía el poder de concertar todos mis sentidos y provocar mi obediencia absoluta. Sigue leyendo, decía al final de cada página y yo obedecía sin rechistar el mandato, como lo hacía Sherezade en los cuentos de 'Las mil y una noches' y al día siguiente, a la noche siguiente proseguía contándole al sultán otro de esos cuentos maravillosos que tenían el poder de librar a todas las mujeres de morir ejecutadas por un hombre cruel y sanguinario, que solo se calmaba con los efluvios mágicos de la literatura, con aquellos relatos poderosos de la joven y bella narradora que iba alargando artera el primer cuento de la primera noche y lo iba transformado en una historia interminable.
Aunque en algún momento de aquella lectura en la que yo iba invirtiendo mi entusiasmo y gastando a manos llenas mi pasión hube de darme cuenta de que algo no iba bien del todo, porque ya había pasado muchos sigue leyendo y aquello no finalizaba nunca, no conseguía enterarme de qué se estaba muriendo el famoso político de turno ni cuál era el terrible secreto de alcoba que escondía desde su juventud una conocida actriz, así que detuve por un instante la lectura, respiré con profundidad y me dije a mí mismo que algo no iba bien, porque aquella historia no acababa nunca y yo no me enteraba de nada, aunque mi afán por llegar al término continuaba intacto, y además aquello empezaba a parecerme un juego infantil, un mero entretenimiento sin sustancia y yo era el ratón que habían atrapado o un hámster que no cesaba de darle vueltas a la rueda, así que la noticia no eran los famosos, sino el insignificante y anónimo lector que había caído en su engaño y ese lector era yo mismo, momentáneamente interesado por los avatares de personas de renombre a las que les pasaba de todo para disfrute nuestro que de este modo nos resarcíamos de nuestra pequeñez, al menos por un tiempo, y continuábamos con nuestra vida hacia adelante, sin protestar, conformes con casi todo. Al fin y al cabo, nosotros, que no éramos nadie, no teníamos un hijo delincuente ni una hija prostituta ni tantas otras calamidades que se nos mostraban en estos sigue leyendo, porque ahí aprendíamos que la vida era larga, larga y aburrida, aunque nos deparaba un final pavoroso, con el que a buen seguro nos divertiríamos de alguna manera.
Confieso que me fui cansando poco a poco, me aburrí de perseguir una pista prometedora e inalcanzable y de no dar con nada estimulante ni definitivo.
De hecho creo que terminé tomándomelo a mal y dejé de seguir leyendo.
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