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Desde mi humilde posición social , por no usar otro adjetivo menor, entiendo muy bien este refrán que incumbe a dos ámbitos distintos, el económico y ... el metafísico, pero que en el fondo afecta de un modo directo a la parte más humana de hombres y mujeres, el pan y las penas, que además de compartir sonidos, son palabras que comparten la verdad esencial de nuestra cotidianidad. Por eso nos vienen a la cabeza juntas, la materia y el espíritu, el apetito saciado y el ánimo inquieto y confuso, aunque cualquiera que haya pasado alguna clase de falta esencial sabe que lo primero es el cuerpo y su provisión y que bien atendida la materia, el alma resulta más fácil de contentar.
Pienso en esos últimos imputados de oro que disfrutan de una posición privilegiada en un ámbito desventurado, pienso en Iñaqui Urdangarin, refugiado en una cárcel de mujeres, de las que recibía a diario durante su estancia piropos y procacidades variadas, proposiciones deshonestas y acosos verbales de un alto contenido sexual, pienso en su desvalimiento entre las féminas, aunque tenga una estatura considerable y una envergadura atlética, pienso en el millón de euros que le ha costado a un amigo de Dani Alves su libertad, aunque se le calculan al futbolista más de cincuenta millones, pienso en todos los delincuentes millonarios, en todos los condenados millonarios, en sus escasas y regaladas estancias en la cárcel, en sus comodísimas estancias en la trena, en los que no han entrado ni entrarán nunca, hagan lo que hagan, porque de un modo anacrónico son irresponsables ante la ley y la democracia no va con ellos. Y me acuerdo, no lo puedo evitar, de la historia de Edmundo Dantés, el Conde de Montecristo, de su miserable aventura en una atroz mazmorra del país vecino, de algunos cuentos de Allan Poe y de otras célebres obras maestras de la literatura en las que se trata el asunto de los presidios y sus muchas torturas, pero con dinero, con mucho dinero, ninguna de esas desidias pueden tocarnos. Porque el poder y los millones nos protegen incluso en una sociedad igualitaria, moderna y demócrata en la que, en teoría, todos deberíamos tener los mismos derechos al margen de nuestro nivel social.
Leo lo del millón de euros de Alves y me sonrojo y supongo que a muchos otros les pasa lo mismo, porque esa cantidad para él no ha sido inaccesible ni mucho menos, de manera que la justicia en nuestro país no parece tener en cuenta las desigualdades sociales y económicas, que no es, por supuesto, como reza el tópico, ciega por mucho que la representen así. Y lo peor de todo es que cuando suceden estos casos, siempre pensamos en nosotros, en lo que hubiese sido de nosotros en un caso así. Como no tengo un millón de euros ni lo tendré nunca, como no soy hija ni yerno de ninguna personalidad política inviolable e inmune, no tendría más remedio que quedarme en la cárcel, el único lugar para los pobres y con la esperanza de recibir un juicio justo o no, según se mire, porque a los valores absolutos en democracia habría que darles otra vueltecita, redefinirlos y debatir sobre ellos durante algún tiempo. Porque para volver a la justicia de El Conde de Montecristo mejor nos habíamos quedado en los tiempos de Franco, que los teníamos más a mano, aunque esta afirmación pueda costarme la enemistad de un puñado de amigos y el reproche masivo de mis lectores. Porque no quiero caer en el tópico impertinente y cínico de que con Franco vivíamos mejor o en la versión de Montalbán, contra Franco vivíamos mejor, pero en ciertas ocasiones nos golpea la nostalgia de años peores, porque tenemos la impresión de que estamos retrocediendo en calidad democrática o, por lo menos, de que no avanzamos del todo.
La verdad es que hay días aciagos como este en que uno sospecha de la integridad de algunos valores que parecían eternos y universales.
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