Voy a pasármelo zzz
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De todas las derechas, ninguna se resiste a añadir el nuevo ingrediente secreto que todo lo gana: el pasadoEl pasado, cómo queréis que os lo diga, vende. Vende mucho. Más que los NFT. Más que las cryptos. Más que –y ya es decir– ... Amazon. El pasado vende más que el amar, en tiempos revueltos. Se vende solo, como esos agujeros en que, dicen, las avestruces meten la cabeza cuando se ven en peligro y que les cuestan –literalmente– la vida. Creedme, llevo una librería y ya ni me sorprende que no me lleguen 'best sellers' ambientados en la actualidad: la antigua Roma, la melancolía imperial, el Romanticismo y la guerra fría se reparten el mercado.
Porque hay competencia, claro. Todo tiempo pasado fue mejor, de acuerdo, pero algunos fueron más mejores, para el gusto del gran público. Ahí tenemos a Posteguillo, Pérez-Reverte, Roca Barea y Ken Follett buscando el pasado perfecto con que enamorar a tu padre el 19 de marzo. Quien se equivoca acaba calzando una mesa, y esto también es válido cómo no para nuestros políticos de derechas. De todas las derechas: las ultras, las moderadas, las extremas, las alternativas, las tímidas y las populistas; ninguna se resiste a añadir a su producto el nuevo ingrediente secreto que todo lo gana: el pasado.
Pero te puedes equivocar de tiempo verbal, claro. Que llegue alguien con una época mejor y te coma el suflé. Imposible no acordarse, estos días de rápido desinflado de Vox, de esas imágenes de su líder asomado a la ventana (no vaya a ser que pasen los de la ORA y le multen el coche) con un puntiagudo casco de los Tercios de Flandes. O aquella otra en cota de malla: ser don Pelayo sin pasar la mili. Vox apostó por la épica de la Reconquista y el esplendor imperial. Santiago Abascal, aun computando menos días cotizados que Victoria Federica, aspiró a encarnar a ese macho alfa hispánico y bravío que un día te evangeliza América y al siguiente te aplasta al Turco en Lepanto. Y le fue bien un tiempo. Hasta Pablo Casado, el chaval aquel, tuvo que dejarse barba para no ser menos.
Sin embargo, la nostalgia también cansinea, y al final tienes que cambiar de retrofilia. Y en estas llega Feijóo con un producto que lo peta por sorpresa en el mercado del pasado: déjate las cruzadas, nosotros lo que queremos es aburrirnos. El aburrimiento bipartidista de los 80 y 90, echar la siesta con las páginas de política o con el Tour en la segunda cadena. Tener treinta años menos, ver 'Verano azul' por la tele y tal vez una picante del videoclub. La política de Yo fui a EGB, el fetichismo de unos años perdidos pero no tanto donde podías irte de putas en la mili, fumar en los bares, soltar piropos por la calle, zumbarle un bofetón al crío y decir «lleno, por favor» en la estación de servicio. Los escasos medios de comunicación contribuían a tu sopor, apartando de tu vista cualquier cosa remotamente relacionada con el feminismo, el cambio climático, el movimiento okupa o el referéndum catalán, y la chavalada ni te indicaba sus pronombres ni decía nosotres. Sí, ya sé, es una especie de spa mental para forococheros que en realidad nunca existió, pero vaya si funciona. España, 2022. Nos creemos que el acontecimiento musical del año es la gira de la Rosalía, pero lo que más recauda es I Love 90zzz, un festival de bandas tributo que ha petado más estadios que la Champions League. O el Mecano Experienzzz, homenaje que nos trae Kiss FM. Por no hablar del tour reunión de Hombres Zzz, un 'sold out' tras otro que ha degenerado hasta en una nueva película, Voy a pasármelo zzz, ambientada en Valladolid, 1989. ¿El valor cultural, artístico, musical o cinematográfico de todo ello? Retrotraernos a esos años prerreguetón en que teníamos pelo y nuestro mayor problema era un niño pijo con un jersey amarillo, y ya.
A Feijóo tenemos que agradecerle haber puesto algo de orden en las derechas españolas, campo en el que se estaba desarrollando (por el lado de Vox y también por el de Ayuso) un proceso de fanatización similar al de Estados Unidos. Pero para ser presidente hace falta algo más. Con el Poder Judicial y la inmensa mayoría de medios de comunicación en el bolsillo, el gallego practica con éxito una oposición frontal al Gobierno, pero cambia, oculta o carece de propuestas con las que encarar los inmensos retos del presente. Su proyecto es emocional y –permitidme– tediopopulista; su receta, obsoleta y siempre la misma: bajar impuestos directos. Su futuro es nuestra morriña y ahí no se puede perrear.
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