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No voy a negar mi aprecio personal por Cayetana Álvarez de Toledo. También tengo amigas zopencas. El runrún veraniego (atemporal) de la salida de la portavoz parlamentaria del PP era el cuento que un día se iba a acabar. Ya está. En el PP hay quien prefiere la mediocridad a la brillantez. Luchas por el poder aparte, reconozcamos que muchos en el partido no entienden lo que dice Cayetana. Si no, no se explica que alguien piense que pueda estar cerca de Vox. Igual que no entendieron en su día su desprecio lógico del sí hasta el final que tanto indignó a las Montero en un debate. Pero, ay, no vayamos a parecer agresivos. Centralidad, palabra tan espantosa como sororidad. En las sesiones de control del Gobierno, como hace años con el estriptís en los programas de Nochevieja, si me había ido un rato de la tele siempre preguntaba: «¿Ha salido ya Cayetana?». No me imagino preguntando si ha salido ya Cuca Gamarra. No le arriendo la ganancia.
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