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Lo que más nos gusta a los que hemos estudiado Letras, y seguramente a otras muchas personas simplemente aficionadas a ellas, es la historia de las palabras; palabras que a veces nos sorprenden con enormes cambios de significado. Términos como 'retrete' o 'correrse' expresan hoy ... algo muy distinto a lo de hace siglos: tocador y avergonzarse. De esto saben los adaptadores del teatro clásico, que han de reemplazar aquellos vocablos si no quieren provocar la risa entre los espectadores.
Este verano se ha puesto de moda la palabra 'palanca' gracias al fútbol, mire usted por dónde. Y no por tratarse de alguna jugada original, o nueva manera de tocar el balón: es porque con una palanca se acciona cierta maniobra para sacar dinero de donde no lo hay. La moda la ha traído el FC Barcelona. No es que esté muy al tanto de lo que pasa en Can Barça, sino que he leído que, ante la absoluta falta de numerario para poder fichar a las figuras que pretenden, han decidido hacer una 'palanca' por medio de la cual brotan billetes, de la misma manera que brotó agua en la peña de Horeb cuando Moisés golpeó la roca en pleno desierto. Como lo oyen. No tienen dinero, pero tienen palancas.
Yo creía que las palancas eran otra cosa. Por eso he acudido al diccionario de la RAE, que la define como: «Máquina simple que consiste en una barra que se apoya o puede girar sobre un punto de apoyo y está destinada a vencer una fuerza mediante la aplicación de otra fuerza». Más o menos lo que nos dijeron en la escuela. Luego hay otras acepciones que nos llevan al mismo camino. Hasta se habla de la palanca de cambios de un coche. Me voy al María Moliner, y allí, tras la definición de rigor, aparece otra que indica que palanca es «cosa que sirve de impulso para vencer una resistencia y alcanzar un fin». Intento penetrar en el significado de dicha sentencia y, en efecto, veo que el Barça sufría la resistencia de un déficit morrocotudo, ya que, por no sé qué norma europea, no podía aumentar su deuda con nuevos derroches que llenen su plantilla de futbolistas de máximo nivel, es decir, caros. Y entonces van e inventan un sentido económico a la palabra palanca. ¿De qué manera? Vendiendo o empeñando patrimonio de futuro, es decir, dando a fondos de inversión los beneficios que tendrá el club en un futuro, tales como derechos de televisión, venta de la comercialización de camisetas, pantalones, gorras, etc, y otras lindezas. De esa manera, nos informamos de que no solo han empleado una palanca, sino dos, tres, las que hiciere falta. Si mi instinto no se equivoca, creo que se han empeñado más allá de las cejas. Estos catalanes, ¡lo que no hagan por aquello de que la pela es la pela!
Ya creo haber entendido la moda de las palancas. Sin embargo, lo que no llego a averiguar es hasta dónde puede uno llegar con una de esas operaciones, si quisiéramos aplicarlas a la vida corriente. Es decir, si nos salimos de lo que es un poderoso club de fútbol. Porque, vamos a ver, qué pasaría si usted, o usted, llega un día y le dice a la parienta o al pariente: mira Pepe, lo he pensado bien, y este verano no nos queda otra que irnos a esa playa paradisíaca que anuncian por la tele o, si no te gusta quemarte al sol, apuntarnos a aquel crucero en el que tienes todo pagado, menos las propinas. Anda, que los chicos nos lo agradecerán. ¿Qué hacer en un caso así, sobre todo, tras una pandemia que tiene a Pepe y su familia metidos en el piso, con el aire acondicionado que está por las nubes, y un calor que te mueres solo con pisar la calle? Pues Pepe va y hace una palanca. Como quiera que no tiene derechos de televisión, ni puede comercializar más que los cromos de Pepito, va al banco y ¡hala! pide una palanca.
Claro que ni Pepe es el Barça, ni su banco es una casa de la caridad. Pepe tiene que empeñar parte de su nómina de otoño, sin reparar en que la Navidad está a la vuelta de la esquina y los gastos habrán subido como la vida. Aunque si esa primera palanca le va bien, tampoco será un problema que, para la Pascua, pida otra palanca. Como el Barça. Con dos narices.
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