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El país más raro del mundo

La extrema debilidad tecnológica es nuestro mayor hándicap para ser una nación líder que mire al futuro con confianza y con seguridad

Jueves, 10 de diciembre 2020, 01:22

Es posible que hayan visto en estas últimas semanas alguno de los anuncios de una campaña publicitaria del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación para promover los alimentos de España. Las imágenes muestran fotos de panes, quesos o aceitunas sugiriendo paisajes. En mi modesta opinión, con unos pobres resultados estéticos que no contribuyen a abrir el apetito. El mensaje de estos anuncios es: 'El país mas rico del mundo'. Los publicistas han querido jugar, sin duda, con la idea del 'rico, rico' de la comida. Pero la frase es poco afortunada en un tiempo en el que todo parece indicar que España será uno de los países con mayor pérdida de riqueza por la pandemia. Nuestros alimentos puede que estén muy ricos, pero nuestro país es más pobre.

Lo cierto es que esta campaña no ha tenido en mi el efecto deseado. No me ha impulsado a un mayor consumo de alimentos nacionales, pero me ha llamado la atención hasta el punto de permitirme sugerir que algún departamento ministerial prepare otra con la siguiente variación del eslogan: 'El país más raro del mundo'.

Me dirán que, aunque obviamente no somos el país más rico del mundo, tampoco debemos ser el más raro. Pensando en rarezas siempre solemos imaginar lugares que nos parecen exóticos por las diferencias en cultura y comportamientos. Lo nuestro, por cercano y convivencia, siempre nos parece normal. Sin embargo, a mí, España o, mejor dicho, algunas de las cosas que pasan aquí, me parecen de lo más raro. Aunque varias de estas rarezas nacionales ya han merecido alguna de estas columnas, solo con juntar algunas más aquí creo que justificaré de sobra el título de hoy.

Nuestra tendencia a los autoritarismos extremos no sé si tiene parangón. Mirando a lo que nos sucedió en los primeros meses de la pandemia, desde mediados de marzo a mitad de mayo de este año, siento rabia por algunos detalles del confinamiento al que fuimos sometidos. Entiendo que fue un momento de completo desconcierto frente a una situación para la que no se estaba preparado. Pero encerrarnos, literalmente, durante meses fue una muestra de nuestra rareza como país. Solo China sometió a un encierro tan estricto a sus ciudadanos. Pero al menos allí lo combinaron con otras medidas que erradicaron el virus. Nosotros, niños y mayores, no pudimos salir al aire libre durante dos meses cuando ha quedado claro que en los espacios abiertos la posibilidad de contagios es remota. Solo podíamos salir a comprar en tiendas llenas y potencialmente más peligrosas. Las escenas de ciudadanos indignados gritando desde las ventanas si creían ver jugar a un niño por la calle o a un ciclista expansionándose son documentos para olvidar y evitar la vergüenza ajena. Nuestra idiosincrasia de chivatos y censores salió bien a la superficie en esos tristes días junto a la docilidad para aceptar cualquier arbitrariedad.

Otro ejemplo del raro amor a las imposiciones, este ya con mayor recorrido temporal e imposible mejora, es la situación del idioma castellano en algunas zonas de España. Diríase que se vive allí una situación casi paranormal. El idioma común, y que por cierto hablan casi 600 millones de personas en todo el mundo, se encuentra proscrito en algunos lugares de este raro país. Por supuesto, los ciudadanos lo siguen hablando cotidianamente, pero ha desaparecido en su forma escrita de prácticamente todos los sitios. Nuestra otra rareza tradicional de abrazar con entusiasmo los extremismos se manifiesta aquí con todo su esplendor. Hemos pasado de tener marginados los idiomas locales a la práctica prohibición, y en algunos casos, persecución del que era común. El uso de los idiomas como elementos de separación en lugar de servir para la comunicación y la convivencia es una de nuestras más repugnantes rarezas.

Y este país es también extravagantemente raro en su ínfima capacidad de crear conocimiento tecnológico. Con datos que sacarían los colores a cualquiera pero que aquí se ignoran. Una nación que descubrió nuevos mundos y que tiene 47 millones de habitantes produce menos patentes que decenas de empresas por sí solas con unos miles de empleados cada una. Probablemente, junto a las tensiones territoriales, la extrema debilidad tecnológica es nuestro mayor hándicap para ser un país líder que mire al futuro con confianza y con seguridad. Una anomalía que produce una profunda sima que nos separa del mundo más avanzado y nos hace irrelevantemente raros.

A pesar de lo que digan los anuncios, no somos el país más rico del mundo, sino probablemente uno de los más raros.

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