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¿Cuándo se es demasiado viejo? La respuesta a esta pregunta depende, obviamente, de muchos factores. De quién se trate y a qué actividad se ... refiera son las principales consideraciones. Es un tema intemporal, que vuelve recurrentemente a estar de moda, ahora entre otras cosas por el posible enfrentamiento de dos octogenarios por la presidencia de los Estados Unidos el próximo mes de noviembre. Los ataques al actual presidente por sus deslices, supuestamente causados por los achaques de la edad, llenan los medios y siembran de dudas su idoneidad para el cargo. Curiosamente, en el caso del contrincante, y expresidente, sólo ligeramente más joven, no parece pesar de la misma forma el asunto de su edad. Esto da una idea de la subjetividad que envuelve todo lo relativo a este peliagudo tema. En estos tiempos de enfrentamientos, hay quienes se empeñan en dibujar una intensa pugna generacional entre jóvenes y viejos.
Los jóvenes frecuentemente ven a los mayores como figuras obsoletas, ansiosos por avanzar y ocupar sus puestos. Naturalmente, la capacidad y el talento no tienen que ver demasiado con la edad, encontrándose los zoquetes bien representados en todos los rangos de edad. Lo cierto es que el aumento de la esperanza de vida, y especialmente de su calidad a edades avanzadas, ha colocado a las generaciones de sesentones y setentones, los llamados 'boomers', en buenas condiciones para seguir en la brecha, lo que provoca un tapón para los jóvenes. Mi visión del asunto, sin duda sesgada por pertenecer al grupo de los viejos, no es muy diferente a la que tengo en las discusiones con un trasfondo similar sobre mérito y género. No debería haber discriminación en ningún caso, siendo la disposición y el conocimiento los valores a considerar. No es de recibo despachar a alguien por su edad, y en esto me gusta lo que ocurre en los mencionados Estados Unidos, donde no hay una jubilación obligatoria como la nuestra. Veo a menudo razonamientos brillantes que provienen de nonagenarios e idioteces de treintañeros. También se da el caso contrario, por supuesto. Lo que quiero decir es que habría que tratar caso por caso y no imponer unas normas generales que hacen tabla rasa. Muchos consideran la jubilación como el umbral dorado hacia una edad de ocio, descanso y libertad. Según las normativas establecidas, la edad de jubilación no suele superar los 67 años, aunque es bastante menor en muchos casos. En la universidad nos dan un tiempo extra y podemos continuar hasta el final del curso en el que se cumplen 70 años. Todas estas fechas son claramente arbitrarias cuando se considera la diversidad de capacidades, actividades y aspiraciones humanas. ¿Acaso alguien se ha parado a pensar en los septuagenarios que corren maratones, o en los octogenarios que deciden iniciar nuevas aventuras vitales? En este contexto, la cifra asignada para la jubilación parece más un recordatorio de limitaciones percibidas que de posibilidades reales.
Hablemos también del amor, aprovechando que ayer celebramos el manoseado día de San Valentín. La sociedad, con su inclinación hacia la juventud y a lo que representa de belleza y lozanía, a menudo supone que el enamoramiento está reservado exclusivamente a jóvenes. Sin embargo, parece también obvio que el amor y las relaciones personales no tienen fecha de caducidad. La idea de que uno pueda ser 'demasiado viejo' para el amor desafía la noción misma de lo que significa estar vivo.
Finalmente, el aprendizaje y la educación, se suele pensar que es un dominio de los jóvenes, una aventura que debe emprenderse temprano en la vida. Siendo esto cierto, la tendencia en todo el mundo es a un aumento en la matrícula de estudiantes que se calificarían como demasiado viejos. Estos estudiantes no solo enriquecen su propia vida, sino también la experiencia educativa de sus compañeros más jóvenes, demostrando que el aprendizaje es un camino que no tiene fin.
La pregunta de cuándo se es demasiado viejo para algo es, en sí misma, un reflejo de las limitaciones impuestas más que de las capacidades. La vida, con su variedad de experiencias, peripecias y oportunidades, no debería conocer edades, ni fechas de caducidad, más allá de las biológicas. Tal vez, la verdadera ironía reside en que, mientras más nos esforzamos por definir y delimitar lo que significa ser demasiado viejo, más nos alejamos de la esencia misma de la vida: un desafío a vivir sin restricciones, sin importar cuántas velas hay en nuestra tarta de cumpleaños y disfrutando de una vida que mientras dura, dura.
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