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En esta página, ya he sacado a colación varias veces mi creciente falta de sintonía frente a muchas de las tendencias de estos tiempos. Nada ... extraño, me dirán, una mera consecuencia de envejecer, que nos va alejando de las nuevas modas y usos. Lo normal para un carroza, un vejestorio, o como se dice ahora, un 'boomer'. Así que vuelvo hoy con uno de los asuntos que me deja más desubicado: la facilidad con la que ahora se hace el ridículo, labor a la que muchos se dedican con fruición.
Alguien en ridículo, dice la definición de la Real Academia, está expuesto a la burla o al menosprecio de las gentes. Con esto en mente, recuerdo que ponernos en ridículo era lo último que se nos podía ocurrir antaño. No vayas a hacer el ridículo, eran palabras casi mágicas para que evitáramos cierta vestimenta o estudiáramos más para prevenir un resultado desastroso.
Parece que el ridículo ha pasado de ser un temor ancestral para convertirse en el rey de las redes sociales. Desde tiempos inmemoriales, la humanidad ha temido caer en el abismo del ridículo como si fuera una trampa mortal en la maraña de la vida social. Hacer el ridículo era como bailar desnudo en una fiesta elegante. La gente cuidaba su reputación con celo y ser objeto de burla hacía tan poca gracia como recibir una carta de Hacienda. Pero ahora, especialmente en el mundo occidental, hay una tolerancia creciente hacia el ridículo, que incluso se busca para ganar notoriedad. Esta actitud es evidente en los medios de comunicación y las redes sociales, donde los programas de televisión y las plataformas como TikTok y YouTube muestran, y a menudo celebran, tales momentos, reduciendo el estigma asociado y promoviendo una cierta conexión empática con los actores del ridículo.
No conozco cuáles han sido las causas de este cambio, pero mi sensación es que la desaparición de las barreras que nos impedían hacer el ridículo hace a las personas más vulnerables. Una celebridad multimillonaria haciendo el fantasma tiene poco que perder. Pero un joven buscándose un hueco en la vida puede poner en riesgo muchas posibles oportunidades. Hacer el ridículo suele ser una indicación contraria a la buena educación, al esfuerzo y la formación. Y estos son todavía, a pesar de todo, valores importantes en los momentos decisivos.
Con tantos ejemplos de personajes conocidos viviendo en un ridículo permanente, no es fácil que la gente normal lo sienta como un problema. A nadie se le cae la cara de vergüenza cuando un cantante hace peroratas sobre un tratamiento médico milagroso del que no sabe distinguir el agua de la sangre. Ni si una actriz de cine luce en las fiestas disfrazada de pollo o con un trasero de talla superextragrande.
Incluso los situados más altos en la jerarquía social y la política se han lanzado de cabeza al pozo del bochorno sin un ápice de rubor. ¿Qué me dicen de los bailecitos de los políticos en cualquier circunstancia? Al principio parecía una excentricidad y han acabado bailoteando todos por cualquier motivo. Desde dictadorzuelos latinoamericanos con sobrepeso hasta ministros o candidatos en elecciones regionales. Sin duda, los políticos son los maestros del arte del ridículo. Más allá de los bailes, están los discursos con errores garrafales o las cartas abiertas diciendo que quizás hagan lo que saben que no harán.
En el mundo académico también se han traspasado como si nada todas las líneas rojas del ridículo. Catedráticos con sus currículos montados con plagios y refritos, publicaciones de autobombo y sin ningún rigor que se exhiben como si fueran incunables.
¿Qué ha cambiado para que tanto las figuras públicas como los ciudadanos ordinarios se hayan lanzado al ridículo sin pensarlo dos veces? La respuesta podría residir en la omnipresencia de las redes sociales y la cultura de la sobreexposición. En un mundo donde cada movimiento puede ser documentado y compartido al instante, ¿por qué no abrazar la imperfección convirtiendo las propias limitaciones en entretenimiento y de paso disimularlas? Quizás también la sensación de impunidad, sabiendo que cualquier cosa que se haga, por falsa y absurda que sea, no tendrá consecuencias. Todo vale dentro de un contexto de ridículo generalizado.
Así que, la próxima vez que noten a alguien en el completo ridículo, recuerden que está simplemente siguiendo la tendencia del momento. El ridículo ya no es un miedo que se esconde en las sombras, sino una estrella que brilla con luz propia en el firmamento de la vida moderna. Es nuestro 'zeitgeist'.
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