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Aunque suelo hablarles poco de asuntos locales, ya han sido varias las ocasiones en las que he criticado aquí, constructivamente creo, Murcia. Como la ciudad ... está celebrando su 1.200 cumpleaños, me ha parecido un buen momento para volver a hablar de ella. Tras más de 30 años en Murcia, supongo que los de fuera ya me consideran murciano y los de dentro aún forastero. Esto, probablemente, me permite una visión desapasionada, que no desinteresada.
Recuerdo una de mis primeras visitas a Murcia, en la que a la salida del restaurante donde habíamos comido, el entonces vicerrector de la Universidad de Murcia, don José Ballesta, se me acercó y me dijo algo similar a esto: «Murcia es la mejor ciudad de España, lo único que nos falta es tener al Real Murcia en Primera División». En ese momento, en el que estaba decidiendo si me instalaba en Murcia, lo cierto es que me preocupaban más otros asuntos, y no había pensado en el fútbol, del que no era un gran seguidor. Pero, sin duda, fue una opinión que me influyó, pues todavía la recuerdo y quien la emitió se convirtió en alcalde de la ciudad.
En estos años, Murcia no ha cambiado en su esencia, que sigue siendo una mezcla peculiar de aspiraciones y resignación, pero sí por su enorme crecimiento urbano. En 1990, la población de Murcia rondaba los 320.000 habitantes; hoy, la cifra supera los 470.000. Quizás sea la ciudad de su tamaño que más ha crecido en España. Esto podría verse como un éxito, pero el crecimiento ha traído problemas, como la contaminación o el caótico tráfico. Ambos de alguna manera relacionados, aunque en la mala calidad del aire también influyen las quemas agrícolas. El área metropolitana ocupa una gran extensión, y con un transporte público muy mejorable, la dependencia del coche particular es muy alta. En mi caso personal, bajaba al centro desde Altorreal en poco más de 10 minutos, y ahora se necesitan al menos 45, y en ocasiones puede ser una hora. Evitar la muerte de la ciudad por éxito requiere de una cierta imaginación y de la mejora de las infraestructuras viales.
En un terreno menos práctico, un tema en el que Murcia brilla por su particular idiosincrasia es en su relación con la historia. Aquí, los restos arqueológicos no se exhiben, sino que se esconden en sótanos con una mezcla de vergüenza y desinterés. La arqueología parece ser un problema que conviene tapar. La ciudad tiene un pasado islámico fascinante que podría ser un imán para turistas y académicos. En su momento de mayor esplendor, Murcia tenía una alcazaba, murallas que protegían la ciudad y una red de acequias que la convertían en un centro de innovación hidráulica. Sin embargo, la mayoría de los restos de esta época están ocultos o han sido destruidos sin que a nadie parezca importarle demasiado. El yacimiento de San Esteban, por ejemplo, es un recordatorio perfecto de esta actitud. Se trata de un hallazgo arqueológico de primer nivel, con una ciudad islámica del siglo XII en un estado de conservación envidiable, que ha pasado más tiempo cubierto de polvo y polémicas que recibiendo la atención que merece.
En mi modesta opinión, el desinterés por el pasado no es solo un problema cultural, sino también un síntoma de un complejo de inferioridad que Murcia arrastra y que le cuesta arrancarse. No sé si es el huevo o la gallina, pero haber llegado tarde a la autovía, al AVE o el aeropuerto ha alimentado este sentimiento. Mi sugerencia es hacer una apuesta por ser diferentes y destacar sobre otros, combinando pasado y futuro. Tener ideas a lo grande para dar lustre al patrimonio y valorizarlo, y creer, y crecer, en el conocimiento. Tirar por la ventana los complejos, y convertirnos en el centro de una gran área verde, que imagino surcada por muchos corredores, únicos y limpios, de decenas de kilómetros flanqueados por árboles en flor. Con centros de investigación y conocimiento que atraigan talento de todo el mundo que haga aquí su vida y genere riqueza sostenible.
Tengo la esperanza de que Murcia decida que ya es hora de reivindicar toda su identidad. Que no necesite compararse con nadie porque su historia, su cultura y su potencial son extraordinarios. En la que los restos arqueológicos no sean un estorbo, sino una oportunidad. Que el tráfico y la contaminación no sean el precio inevitable del progreso, sino un problema que se puede y debe solucionar. Una ciudad que acoja y ofrezca oportunidades a los jóvenes más brillantes.
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