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Parece que va por rachas, ya saben aquello de que a perro flaco todo son pulgas. Hay temporadas en las que todo parece salir mal. ... No les quiero aburrir aquí, pero siento que estoy inmerso en una de ellas. Y esto me ha llevado a pensar sobre la mala suerte. Vaya por delante que siempre me he considerado lo que se suele llamar un tipo con suerte. Pensaba que recurrir a la mala suerte era el refugio de quienes no aceptan el azar en la vida. Desde un punto de vista probabilístico, la mala suerte no es más que una distribución aleatoria de eventos adversos. En un número dado de sucesos, por pura estadística, una parte de ellos serán negativos. Lo interesante es cómo interpretar esos eventos. Nuestro cerebro está entrenado para detectar patrones, incluso donde no los hay. Si nos ocurren tres cosas malas seguidas, tendemos a pensar que estamos en una racha de mala suerte, cuando en realidad lo más probable es que no haya ninguna conexión entre esos acontecimientos.
Si, por el contrario, nos referimos a la buena suerte, lo más habitual suele ser atribuir el éxito ajeno a la buena fortuna en lugar de a su trabajo o capacidad. Pero la realidad es que cuanta más preparación, más oportunidades se tienen de que ocurran cosas buenas. El psicólogo inglés Richard Wiseman realizó un estudio sobre la suerte y concluyó que las personas 'afortunadas' tienen en común ciertos rasgos, son más abiertas a nuevas experiencias, confían en su intuición y son perseverantes. En sus experimentos, demostró que la actitud influye en la percepción de la suerte. En uno de ellos, entregó un periódico a los participantes y les pidió que contaran las fotos que había. En las páginas centrales del periódico, había un mensaje en letras grandes que decía: «No cuente más, hay cuarenta fotos». Los sujetos más 'afortunados' lo notaban, mientras que los no tanto seguían contando hasta el final. No es que unos tuvieran suerte y otros no, sino que unos estaban más predispuestos a ver las oportunidades. Esto plantea hasta qué punto la percepción de la suerte está moldeada por nuestra actitud. Hay quienes, ante una misma circunstancia, la interpretan como una oportunidad, y otros, como un desastre.
Esto no significa que podamos controlar todo lo que ocurre, pero sí la forma en que lo interpretamos y reaccionamos. Por supuesto, también hay situaciones en las que la mala suerte parece irrefutable. Nadie elegiría nacer en una región en guerra o con una enfermedad grave. Pero incluso en esos casos, hay personas que consiguen sobreponerse y otras que se dejan arrastrar. No es una cuestión de ignorar la adversidad, sino de cómo responder a ella.
Quizás un punto diferenciador en estas ideas sea la enfermedad sobrevenida. No hablamos de pequeñas molestias, sino de diagnósticos inesperados que alteran por completo la vida de una persona cuando se es aún joven y sano. Es fácil argumentar que el éxito se construye con esfuerzo, pero ¿qué sucede cuando un diagnóstico de cáncer, esclerosis múltiple o una enfermedad rara irrumpe sin previo aviso? Aquí, la mala suerte toma un cariz diferente. No es una cuestión de decisiones, ni de actitudes, ni de trabajo, simplemente sucede. A diferencia de otras situaciones, no puede hablarse de predisposición a ver oportunidades. La lucha contra la enfermedad es una prueba que pocos elegirían y que, en muchas ocasiones, no tiene relación con hábitos previos, ni con elecciones personales. En estos casos, hablar de 'actitud positiva' o 'trabajo duro' para revertir la situación no sólo es ingenuo, sino completamente cruel. Les confieso que me pone de los nervios cuando oigo a menudo que fulanito está «luchando» contra tan terrible enfermedad. Si el lenguaje importa, la idea de 'luchar' contra una enfermedad sugiere que quien no mejora es porque no ha luchado lo suficiente. Como si la recuperación dependiera de una especie de voluntad mística. A veces el cuerpo cede, y no hay nada más que hacer, no por falta de coraje, sino por pura biología y fisiología.
En resumen, si bien existen eventos desafortunados que escapan a nuestro control, la mayoría de los casos en los que creemos tener mala suerte pueden explicarse mediante la probabilidad, los sesgos cognitivos y, en muchos casos, nuestras propias decisiones. No sé si esto les convence del todo, pero ojalá les sea útil para encarar el futuro próximo con más optimismo y perseverancia, pensando que esa mala racha va a terminarse pronto. ¡A ver si me lo aplico a mí mismo!
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