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Que en la vida nada es perfecto y aquello con lo que hemos soñado puede convertirse en una pesadilla al tenerlo, es algo que se ... va aprendiendo con el tiempo. Que nunca llueve a gusto de todos es tan cierto como saber que cuando intentas agradar a todo el mundo acabas teniendo a todos en tu contra.
Viene a cuento este inicio por la revolución, relativamente silenciosa, que estamos viviendo sin que nos demos mucha cuenta, y como suele pasar, sin que nadie nos haya preguntado nada al respecto. Se trata de un ejemplo de algo que, por un lado, puede aportar múltiples beneficios, pero por otro, nos puede cambiar la vida profundamente, y no todo a mejor. Algo que gustará a unos y odiarán otros. Me refiero a las llamadas constelaciones de satélites que están invadiendo el cielo.
Un cielo nocturno en el que, hasta hace poco, solo flotaban tranquilamente la luna y miríadas de estrellas lejanas. Y que, poco a poco se va llenando de satélites que ahora llaman megaconstelaciones. Miles de ellos flotando sobre nuestras cabezas, coordinados como un enjambre de abejas cósmicas que nos proveen, entre otras cosas, de internet en cualquier rincón, por aislado que se encuentre. A mi, personalmente, ya me sacaron del aislamiento en el que me encontraba en mi pequeña viña del interior de la región de Murcia. Ahora allí, gracias a los satélites, ya no tengo excusa para no trabajar, ni para escaparme de una reunión, a la vez que puedo despistarme en internet a mi gusto.
Las megaconstelaciones son agrupaciones de cientos o miles de satélites en una baja órbita terrestre que funcionan de manera coordinada para proporcionar servicios, tales como internet de alta velocidad, comunicaciones globales o el seguimiento de sucesos en la tierra. Su importancia radica en el potencial para mejorar significativamente la conectividad en todo el mundo, especialmente en regiones remotas y rurales donde las infraestructuras terrestres son limitadas o simplemente inexistentes. Esto va a reducir, sin duda, la brecha digital y democratizará el acceso a la información, un aspecto clave para el desarrollo económico y social de países en vías de desarrollo, o en nuestro caso en las zonas de España más despobladas.
Un conjunto variado, y combinado, de avances tecnológicos ha permitido el desarrollo práctico de los satélites de estas megaconstelaciones que operan de manera eficiente y coordinada. La miniaturización de los componentes, los sistemas de propulsión, los paneles solares más eficientes, y la tecnología de comunicación por láser, son esenciales para mantener su operatividad. Además, la capacidad de automatización y el uso de la inteligencia artificial hacen que estas redes se gestionen de manera autónoma, lo que reduce los costes operativos y mejora su eficiencia. Por otro lado, lanzar satélites ha pasado de ser una actividad exclusiva, y limitada a las grandes agencias espaciales, a estar al alcance de muchos. De manera simplista, lo que antes requería satélites del tamaño de un autobús ahora se puede hacer con satélites mucho más pequeños, del tamaño de una nevera.
Además del acceso rápido a internet, estas redes de satélites proporcionan datos sobre el clima, la deforestación, o la gestión de los recursos naturales, ayudando a tomar mejores decisiones. Sin embargo, no están exentos de problemas, como el riesgo de generar más basura espacial y la posibilidad de interferencias en la observación astronómica, lo que plantea preguntas sobre cómo gestionarlos de manera responsable en el futuro.
Las constelaciones de satélites no son una moda, sino el futuro que viene sin vuelta atrás. Próximamente, junto a las nubes en el cielo, verá pasar unos cuantos satélites que garantizan que pueda revisar el correo electrónico en la selva amazónica o en la cima del Everest. Con la tecnología de fabricación y lanzamiento siendo cada vez más accesible el número de satélites flotando va a aumentar sin cesar y existe el riesgo de que en algún momento nos quedemos sin espacio. Esto no es tan disparatado como suena, ya que los enjambres satelitales pueden colisionar entre sí y generar más residuos que orbiten descontroladamente. Además de los amantes del cielo nocturno, los astrónomos se quejan, con razón, de que estos satélites interfieren con sus observaciones. Imagine que mira las estrellas y, de repente, en lugar de la Osa Mayor, aparece una constelación de Starlink, el proyecto de la compañía de satélites SpaceX que proporciona conexión global a internet. Quizás una vez le haga gracia, pero cuando encuentre el cielo permanentemente perturbado en sus paseos nocturnos añorará las noches estrelladas anteriores a la invasión.
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