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Los lectores que siguen estas líneas cada dos jueves se habrán percatado de que no utilizo las repeticiones que tanto abundan en estos tiempos, del ... tipo niños y niñas, trabajadores y trabajadoras, etc... Aunque he oído justificaciones sobre este asunto, me parece un absurdo gasto de energía, además de que cualquier discurso o texto plagado de estas repeticiones aburra a un muerto. Sin olvidar que, por ejemplo, para esta columna dispongo de 750 palabras y, si me diera por usarlas, les estaría escamoteando más de 50 cada quincena. ¿O es que alguien piensa que cuando hablo de mis estudiantes solo me estoy refiriendo a los hombres? ¿Debería remarcarles en cada ocasión que son tanto estudiantes como estudiantas? Hoy, en plan jocoso, he llevado el uso de la repetición hasta el título. Pero no les quiero hablar de esta moda ya duradera, incluso llevada al terreno político queriendo hacer pensar que cualquier persona que no use la redundancia es un ultra. Se me antoja una soberana estupidez. Y este es en realidad el tema de hoy, la estupidez humana de la que no paro de maravillarme. Vaya por delante que muy a menudo me siento como un buen ejemplar cometiendo grandes estupideces.
Una fuente inagotable donde encontrar ejemplos de estúpidos asuntos y comportamientos son los periódicos. Soy desde joven un adicto a estos medios, primero, claro, en papel, y ya desde hace tiempo en tableta, aunque intento leerlos en el formato que reproduce las hojas al completo, con la ventaja de poder aumentar el tamaño del texto con los dedos. Tan habituado estoy a este gesto que cuando de vez en cuando vuelvo a tener en mis manos un periódico en papel también me encuentro queriendo ampliar el tamaño de las letras. Voy a compartir con ustedes algunas historias que me han llamado la atención recientemente. Sin mencionar actividades que ponen en peligro la salud, como beber lejía o mirar al sol directamente. Me centraré en asuntos menos corrosivos.
Hace unos días leía una noticia sobre la feria del libro que se estaba celebrando en Madrid. Como saben, una de las actividades más populares es la firma de libros, con los autores esperando en las casetas a que los lectores compren su libro que se llevarán con una firma o dedicatoria. Si el escritor tiene cierto tirón, toca esperar a los lectores haciendo una cola. En el caso que me llamó la atención, la cola era de tal calibre que los pacientes lectores debían esperar más de cinco horas sin saber en muchos casos si verían cumplido su deseo. Lo interesante del asunto es que el autor que atraía a tal gentío no se trataba de un ilustre literato ni de un premio Nobel. Era una señora cuyos méritos principales se restringían a aparecer en la televisión en los minutos de cambio de años y a airear sus penas familiares en las revistas. Sin duda debe ser digno de estudio conocer qué pasaba por las mentes de las personas que esperaban horas en la cola para ver a la susodicha señora unos segundos.
Siguiendo con mitos, leo en un influyente periódico económico internacional en primera plana, que el primer concierto de la gira mundial de una cantante que había tenido lugar en Estocolmo era el responsable de la subida de la inflación de Suecia en dos décimas. El periodista hacía notar que no se tenían noticias de que un único evento hubiera tenido tamaña influencia en los datos macroeconómicos de todo un país. Las razones, miles de personas habían acudido a presenciar el concierto, lo que había provocado la subida estratosférica de los precios de alojamientos, transportes, comida y bebida. Ya saben, la ley de la oferta y la demanda llevada al extremo en los días del concierto. Es curioso lo que la gente es capaz de hacer y pagar por ver a estos personajes y lo poco por cosas más importantes.
Y termino con otra noticia en la que se mezcla la estupidez con una cierta esperanza. El mismo periódico económico informaba del gran interés que varias empresas de juguetes tenían en el desarrollo de ositos de peluche dotados de avanzados sistemas de inteligencia artificial. Los ositos en cuestión librarían a los padres de la tarea de contar cuentos y jugar con los niños. Estos muñecos aprenden rápido lo que les gusta a los nenes y lo que les hace más felices. El rayo de esperanza es que quizás esta generación de humanos y humanas criados por ositos inteligentes será menos estúpida.
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