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Les escribo esta semana en Nueva Orleans, ciudad sureña de los Estados Unidos, en la que me encuentro participando en un congreso. Tras los años ... de parón de la pandemia, el circuito de congresos científicos ha vuelto a su completa normalidad, y aquí me tienen de nuevo yendo de un lado para otro. En la ciencia y la tecnología, como imagino sucede en casi todas las profesiones, la interacción personal es de gran importancia, así que estos viajes son fundamentales y necesarios para presentar nuestros últimos trabajos, conocer los que hacen otros, organizar colaboraciones, buscar proyectos y financiación. Sin embargo, suele ser difícil saber a priori lo productivo y útil que pueden resultar cada uno de estos viajes y si realmente va a merecer la pena el esfuerzo que supone asistir. Por ello, uno mismo, y sobre todo la familia y el entorno, se preguntan si cada uno de los viajes era necesario y cuáles se podrían haber evitado.
Estando a miles de kilómetros de casa, supongo que es normal sentir la añoranza de los hijos pequeños al no verlos durante muchos días, y vienen a la memoria las imágenes del niño agarrado a la pierna llorando al no querer que marchara al salir de casa al aeropuerto. Pero, de no haber venido, habría tenido durante los días que hubiera durado el congreso la sensación de que me había dejado llevar por la comodidad de no hacer el viaje, que estaba perdiendo oportunidades y, además, haciendo una cierta dejación de mis responsabilidades profesionales. Todo este preámbulo, un tanto personal, me sirve para llegar al tema en el que me quiero centrar hoy: la culpa. En el caso que les he narrado, y en muchos otros similares, la culpa aparece, en cualquier caso, sea cual sea lo que uno haya decidido, tanto hacer el viaje como no hacerlo.
La culpa es una emoción compleja que tiene un impacto en el desarrollo, tanto de las personas como de las sociedades. La culpa surge a partir del conflicto entre los impulsos instintivos y los valores sociales que nos han inculcado. En el caso que les refería antes, la culpa aparece como resultado de la tensión para compaginar los aspectos de la vida personal y la laboral. Se trata, ciertamente, de un nivel relativamente menor de culpa que desaparece al volver de cada uno de los viajes, aunque es posible que vaya quedando un poso que se acumule. Y en algunas ocasiones, la marca que queda puede ser mucho más profunda, como en un viaje de hace 30 años en el que justamente nació mi primer hijo, estando yo en una ciudad del entonces llamado 'telón de acero'. Cuando llegué de vuelta, varios días después, el bebé y la madre estaban bien, pero el recuerdo de la culpa sentida por no haber estado presente en aquel momento perdura. Creo que, en muchos aspectos de la vida, el sentimiento de culpa marca nuestras acciones y nuestro comportamiento final, y puede ser una fuerza motivadora para el cambio y el crecimiento personal, pero también una fuerza destructiva que limita la libertad y lo que somos capaces de hacer.
Más allá de la culpa que siente cada individuo, es también un sentimiento colectivo que puede afectar a países o sociedades completas, adquiriendo una dimensión incluso mayor. En muchos casos, la culpa de los países por su pasado se expresa a través de la negación, o la justificación, de acciones que podrían ser consideradas moralmente cuestionables. La culpa puede ser un obstáculo para la reconciliación y para la creación de un futuro mejor, ya que impide que la sociedad admita y enfrente su pasado. Un ejemplo histórico de esta dinámica es el de Alemania después de la Segunda Guerra Mundial. Tras la derrota del Tercer Reich, la sociedad alemana tuvo que enfrentarse a la culpa y la vergüenza por los crímenes cometidos durante la guerra. En España, hay, sin embargo, algunos casos curiosos como el País Vasco, donde, a pesar de haberse cometido numerosos crímenes durante años, una parte de la sociedad no parece mostrar ningún sentimiento de culpa, e incluso jalea a criminales confesos. La negación y la minimización de la culpa solo prolongan el dolor y el sufrimiento de aquellos que fueron víctimas en el pasado.
Por supuesto, tanto los colectivos como las personas nunca son perfectos, y los actos que realizan no son completamente neutros, y por lo tanto son susceptibles de generar culpa. El quid del asunto es quizás saber admitirla, conllevarla y utilizarla como motor de mejora.
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