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Hoy quiero empezar hablando de esa pléyade de aficionados que están abonados a las proyecciones del FICC, convertidos estos días en mis compañeros de butaca ... disfrutando (o padeciendo), y con los que viajé el jueves a Guatemala y Argentina, con dos obras que bucean en la desgarradora historia de ambas naciones.
La africana se llamaba 'Papicha', sobre la situación de la mujer en un país musulmán, y habla de cómo pueden enfrentarse a los prejuicios, haciendo de su maquillaje o sus ropas un absoluto acto de rebelión. Eso en una Argelia en guerra civil contra el islamismo radical.
Me ha encantado, y eso es porque cada vez valoro más en el cine la sutileza de los planteamientos, que me hagan pensar y que no me lo expliquen todo. Aunque hacia el final de la cinta se les va la pinza un poco, es una película notable, que nos indica que tenemos que seguir a su debutante directora. 'La llorona' (no confundir con la estúpida película de miedo), es maravillosa, y nos muestra a un dictador genocida guatemalteco cuando debe enfrentarse a la justicia de los hombres, de Dios y de otras deidades.
Casi una obra de teatro, pues transcurre prácticamente íntegra en una gran y señorial mansión. Allí dentro tenemos a los personajes del drama: el ogro, su sufrida esposa, la hija abnegada, la inocente nieta, la sirvienta fiel, el efectivo guardaespaldas. Son presentados con una sola pincelada que los define y los sitúa para el desarrollo del drama, que transcurre generalmente ante planos fijos, con encuadres bien pensados, que narran visualmente más que las palabras. 'El otoño del patriarca' tiene lugar rodeado de una familia de impoluta fachada, pero llena de miedos alojados en armarios que no quieren abrir. El protagonista es un remedo del dictador Efraín Ríos Montt, lo que hace aún más significativa la película, porque esas cosas horribles que perpetró no son fruto de la imaginación calenturienta de un guionista, sino reales.
Lo original reside en que la película de denuncia a lo Costa Gavras se disfraza de sobrenatural. El director no solo conoce las claves del género, sino que sabe que las conocemos, y usa la narrativa cinematográfica de fantasmas para colarnos de rondón los remordimientos de un viejo hijo de mil leches, que es un cobarde cuando ya no puede huir del terror que ha provocado en los demás. Un acierto de planteamiento es que lo sobrenatural va haciéndose hueco poco a poco hasta adueñarse de toda la trama. Dicen que el Presidente Johnson deambulaba de madrugada por la Casa Blanca, abrumada su conciencia por los muchachos que mandaba morir en Vietnam. A este patriarca en su otoño le vienen a visitar los espectros cuyos cuerpos ordenó abandonar en cunetas, arrojar en fosas comunes o ahogar en ríos. Y, sin embargo, el director no lo caricaturiza, porque sabe que hasta los monstruos tienen nietas que los quieren (y eso les hace aún más terribles e incomprensibles).
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