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No son los apéndices más atractivos de la cabeza. Tampoco, como ocurre con ojos, nariz o labios, se hallan situadas en su lugar más noble, ... es decir, el rostro, sino a trasmano, como escondidos, frecuentemente ocultos por las guedejas. Quizá por una valoración cultural un tanto despectiva, las orejas han tenido escasa presencia en el género poético, mientras que ojos, cabellos, labios, lengua, incluso la nariz, pueblan los poemarios de todos los tiempos con imágenes de enorme variedad y exquisita belleza.
Además de cumplir la función primordial de servir como pabellón acústico para una más perfecta audición, las orejas son apéndices que van sumando funciones ancilares según el correr de los tiempos. Posiblemente, la más antigua aplicación tuviese el carácter ornamental de servir como sostén masculino y femenino de pendientes, plumas, aros, broches, vinculados al afán de agradar o como signo de estatus social. También sirvieron, en olvidados tiempos de piratas y corsarios, los aretes de oro en el lóbulo para señalar la heroicidad de haber cruzado el cabo de Hornos sin perder la vida en la aventura. Hoy, las orejas sirven de panoplia para variadísimos modelos de 'piercings'.
Cuando niños, las orejas eran objeto de tortura por los abusones escolares, que golpeaban sin piedad a los más débiles con un toque seco del dedo corazón, tras soltarlo con presión del pulgar, sobre los apéndices auriculares afectados de sabañones. Era invierno, hacía frío y causaba un dolor atroz.
En lejanas épocas de arcabuces, las orejas aguantaban, entre una y otra descarga, la mecha para encender la pólvora utilizada en cada disparo. De este uso militar viene 'tener la mosca detrás de la oreja'. Hoy es una expresión, de espera inquieta, de sospecha sobre las nefastas consecuencias de algo aún por suceder. Se tiene 'la mosca detrás de la oreja', por ejemplo, cuando se producen fusiones bancarias, porque casi inevitablemente les siguen recortes en los servicios al cliente, cierres de sucursales y despidos de miles de empleados.
La extensión universal de las gafas como elemento ornamental, que ha sobrepasado su primitiva función de mejorar la visión ocular, ha convertido las orejas en sostén adecuado para sus patillas. Y la llegada masiva de transistores, aparatos digitales y de transmisión inalámbrica ha disparado el uso de auriculares y pinganillos que se sostienen, naturalmente, en ellas.
Mientras que fumar fue una extendida y bien vista costumbre social, algunos hombres de las clases menestrales –nunca las mujeres– llevaban el cigarrillo en la oreja, en un gesto de coquetería varonil. Para aguantar los lápices, tenderos, ebanistas y camareros los llevaban ahí como seña simpática y gesto práctico para anotar datos relevantes de su oficio. Sin embargo, quienes más los usaban, los escolares, lo evitaban, pues se consideraba un gesto de 'mala educación'. Hoy los carpinteros trabajan con calculadoras, los camareros anotan los pedidos en pantallas donde no es necesario escribir porque todo se resuelve dándole unos toques con el índice o el pulgar. Y, además, el aparato hace la suma final por su cuenta. ¡A la porra el cálculo! Luego resulta que no sabemos ni sumar.
Hoy, la modernidad apenas tiene noticia de estos lápices, de su olor a cedro y el uso del sacapuntas, salvo que, casualmente, alguien haya leído una estupenda colección de cuentos de Manuel Rivas, 'El lápiz del carpintero', cuyo relato 'La lengua de las mariposas' fue llevado al cine en una brillante y emotiva película.
El uso más reciente, con carácter masivo, se ha producido como consecuencia de la emergencia sanitaria, que ha obligado al uso de mascarillas, sujetas, naturalmente, a las orejas. El hecho de que sean medidas universales, ha llevado a los avispados para el negocio a prescindir de las orejas, inventando una cinta de plástico a modo de raspa de pescado con la que regular la tirantez de las gomas. Otros avispados, del mundo de la publicidad, que nunca duerme, han aprovechado este insólito espacio para colgar de las orejas sus anuncios. Las mascarillas, bozales o tapabocas se han convertido en espacio publicitario para vender productos, mostrar pertenencias identitarias o manifestar militancias políticas. Sobre ellas lucen banderas nacionalistas, banderas de España y banderas de partidos. Todo un maremágnum de señales, mensajes, anuncios y diseños creativos de muy variada ralea. Las hay azules quirúrgicas, rosas para las niñas y moradas para las feministas, de camuflaje para cazadores y amantes de las armas. Las hay ecológicas, hechas con restos de retales sobrantes en las casas. Las que lucen bandera de España despistan bastante porque las llevan muchos militantes de derechas, pero también de izquierdas que no quieren que este símbolo se lo apropien sus adversarios ideológicos. Las llevan también las fuerzas del orden y los militares...
Las orejas sirven también para ayudarnos a oír con mayor nitidez el ruido del mundo circundante.
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