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En los últimos días y con ocasión de la solemne apertura del año judicial en Madrid ha vuelto al foco mediático la falta de acuerdo ... para la renovación del Consejo General del Poder Judicial. Mucho se ha escrito sobre los motivos de tal ausencia de concierto y las consecuencias derivadas de la necesidad de que los partidos políticos consensúen algo que constitucionalmente no les compete. Verdaderos ríos de tinta han tratado de justificar o censurar que el poder ejecutivo pueda injerir en la judicatura, hasta el punto de provocar que su órgano de gobierno esté en funciones más de tres años. Y muy diversas teorías se han esgrimido para hacernos creer que la verdadera igualdad en la administración de justicia pasa porque el nombramiento de su cúpula se sustraiga a los propios jueces. Pues bien, permítanme que me detenga en una de éstas últimas: «El acceso a la carrera judicial es una oposición tremendamente cara. Al final, solo llega un entorno social cultural donde la izquierda es pequeñísima». Entrecomillo la afirmación porque reproduzco literalmente el argumento blandido por un conocido periodista para evidenciar que si el sistema de elección no fuese el que es, el poder judicial estaría inspirado por el conservadurismo propio de las élites adineradas, únicas que podrían acceder a él. Y nada más lejos de la realidad.

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