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Se olvidaron otra vez de los sanitarios. Eso parece. Superada la pandemia, superada la lucha titánica por sobrevivir, por salvarnos, por salvarlos, por no morir ... y ver morir, solo nos quedaban los miedos. Miedo a estar cerca de los demás, y miedo a quitarnos la mascarilla. Sin embargo, los miedos se han ido.
Siempre me ha llamado la atención la capacidad del ser humano para acomodar en lo físico y en lo psíquico. Cambiamos de casa, de sonidos y colores, pero la sorpresa solo dura un tiempo, pues nuestro oído y nuestra vista se adaptan y, lo que era perceptible, oíble y visible, pasa a no serlo, pasa a inaudible e invisible. En lo psíquico ocurre lo mismo, una acomodación que nos permite sobrevivir frente a las pérdidas, los duelos, los sufrimientos y la realidad de nuestra propia muerte. Una acomodación del individuo y de la sociedad, que tiene su parte buena y su parte mala. La buena: cura las heridas y nos permite vivir. La mala: si olvidamos podemos dejar de saber y aprender, algo necesario para mejorar.
El caso covid, ya en minúsculas, es un claro ejemplo. Ya lo hemos olvidado, ya nos acercamos, saludamos, tocamos, respiramos cerca y hasta besamos; ya no usamos las mascarillas que nos ayudaron, aunque tarde, en nuestra vida personal, familiar o social; y ya no usamos los geles hidroalcohólicos, los mismos que nunca sirvieron para nada, pues el contacto nunca fue una vía de transmisión. Diría más: no queremos oír hablar de covid, causa rechazo. Un rechazo que es la acomodación absoluta, el olvido llevado al extremo.
Aunque quedan pocas mascarillas en la vida personal y social, su obligatoriedad se mantiene en transportes públicos y centros sanitarios. Parece lógico pensar que en la situación epidemiológica actual y con la completa retirada en el ámbito personal y social, el mantenimiento de la obligatoriedad en transportes y centros sanitarios pierde utilidad. El uso en trasportes públicos fue ya desaconsejado por los expertos de la Unión Europea, y España es casi una excepción respecto al mantenimiento de esta obligatoriedad.
A nivel sanitario, actualmente asistimos a una última ola de resaca postcovid, que muestra el aumento de mortalidad debido a todos los retrasos diagnósticos y la pérdida de atención sanitaria al resto de patologías, y que me temo va a persistir un tiempo. No deberíamos olvidar que la pandemia covid está plagada de ejemplos del sinsentido. Uno de ellos es que en los hospitales no tuviéramos mascarillas cuando las queríamos usar y no eran obligatorias y, por el contrario, sigan siendo obligatorias cuando su uso 'indiscriminado' carece ya de utilidad real.
Cuando ya no hay ninguna medida preventiva a nivel social, y sí que existe una imperiosa necesidad de que el sistema sanitario se centre en la atención al resto de enfermos, el uso obligatorio e indiscriminado de mascarillas en espacios sanitarios ha dejado de tener sentido. Su uso debería mantenerse solo en la atención directa de enfermos sin barrera física, que es lo que se hace en el resto de países de nuestro entorno desde hace meses. De nuevo nos acomodamos y olvidamos, y lo malo no es olvidar, sino ser incapaces de recordar lo importante en cada momento.
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