Los olvidados
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La agricultura no ocupa primeros puestos en las prioridades de los gobiernos, ni goza del mínimo reconocimiento socialNo me refiero a los pobres, los depauperados que nada tienen y por ello ocupan el escalón social más bajo, aquellos a los que Luis ... Buñuel recordaba en su excelente película del mismo título, rodada en la ciudad de México en los años 50. Estoy hablando de otros más próximos a nosotros, que desparramados por fincas, invernaderos y explotaciones agrarias a lo largo del país han cosechado puntualmente durante los meses de emergencia sanitaria las frutas y verduras, los alimentos que no han faltado en ningún momento en los mercados y los anaqueles de las tiendas en las que comprábamos.
Bien, muy bien, por el colectivo de los sanitarios, a quienes hemos aplaudido con fervor durante los momentos más duros, un reconocimiento ciudadano que no se ha visto secundado por las administraciones; bien por las fuerzas del orden, las emergencias y el ejército, que han socorrido los casos más sangrantes de abandono; bien por los transportistas que han garantizado el suministro cuando casi todo estaba paralizado; bien por... Pero ¿y los agricultores?, ¿quién se ha acordado de ellos? Sí, esos que sembraban y regaban y cosechaban los alimentos que han llegado regularmente a los comercios. No he oído ni leído en los medios de comunicación ni por parte de quienes nos gobiernan una sola palabra de reconocimiento para agradecer su labor dura, callada pero imprescindible, que ha contribuido a que la pandemia no derivase en una tragedia ingobernable. No los hemos visto, quizá porque faenan lejos de nuestra acomodada existencia de urbanitas, en lugares ocultos a la vista y, por lo común, escasamente protegidos por las regulaciones de la vida laboral.
La agricultura no ocupa primeros puestos en las prioridades de los gobiernos, ni goza del mínimo reconocimiento social. Sus trabajos son precarios, estacionales, sujetos a inclemencias meteorológicas y poco valorados en la cadena productiva, porque no requieren especialización y siempre hay personas depauperadas para nutrir las filas de sus trabajadores. El concepto actual de la España vacía, un aldabonazo de atención en la conciencia del país, habla precisamente del éxodo de los habitantes de la España rural a las ciudades, huyendo de la vida precaria, del atraso, del olvido. Y, como la producción agraria no puede detenerse, esos campesinos emigrados de los bancales a la ciudad han sido sustituidos mayoritariamente por personas llegadas de fuera: subsaharianos, magrebíes e hispanoamericanos, a los que alguien ha definido, quizá con mala leche, como 'las minorías sobrantes'.
Engolfados en las tecnologías, que nos encandilan como los magos con sus trucos, dejamos en olvido a quienes proveen la despensa y contribuyen a la subsistencia diaria. Se puede vivir sin televisión, sin teléfono, pero no sin comer. Y quienes lo han hecho posible permanecen injustamente olvidados del reconocimiento social, del aplauso a su durísimo trabajo.
Ellos son quienes, durante los días de asueto, cuando la población autóctona busca descanso en el campo o las playas, llenan los espacios públicos de pueblos y ciudades. Personas de otras razas y procedencias que, durante la semana, permanecen invisibles en sus trabajos y que los días de fiesta pasean su diversidad por nuestras calles. Entiendo que, si son buenos para trabajar en las labores agrarias, también lo son para llenar las plazas, los espectáculos, los bares y las iglesias. No cabe ser hipócritas y querer que contribuyan a nuestra economía, que consuman en los comercios con el dinero que aquí ganan y luego pretender que se vuelvan invisibles.
El mundo campesino –agricultores y ganaderos– ha sido relegado históricamente por las administraciones, que no han invertido en infraestructuras viarias y de comunicación, en escuelas y otros servicios para los núcleos rurales. Incluso las entidades bancarias, que hasta ayer mismo abrían una oficina en cada calle para negociar los pocos euros de los pensionistas y las escasas ganancias del campo y la ganadería, han abandonado este mundo que ya no les resulta rentable, obligando a los clientes a desplazarse a pueblos lejanos o a la capital para obtener estos servicios.
Estoy hablando de los jornaleros del campo, que han cultivado la tierra para que los alimentos frescos llegaran sin retraso a tiendas y supermercados. Productos que, por no haber escaseado, con su normalidad han contribuido a paliar los duros efectos de la emergencia sanitaria. Toda esta gente anónima, hoy, querámoslo o no, vecinos nuestros, ha estado a pie de obra, trabajando para mantener abierto el sistema de producción y consumo del sector primario. Nadie, insisto, los ha citado con agradecimiento entre quienes han asegurado el sustento durante la pandemia. ¿Alguien ha inquirido a qué se debe este atroz olvido?, ¿quizá porque proceden de otras latitudes y tienen un color diferente de piel?, ¿o porque han venido a ocupar el escalón último de la pirámide social y no merecen atención, como de hecho ha ocurrido siempre?
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