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Algunas creaciones merecen que les dediquemos varias veces nuestra atención. Hay películas, como la de Buñuel o Indiana Jones, que aguantan muchas visiones. Una de ... ellas es 'Nomadland'. Y no solo por Frances MacDormand, quien impregna de credibilidad y sinceridad todos los papeles que toca. Sin duda la historia dota de romanticismo a unas decisiones que en el libro de Jessica Bruder se acercan al realismo más descarnado y se alejan de las reuniones al atardecer alrededor de una fogata. Pese a ello, la película nos acerca a una realidad inquietante. Una particular. Qué sucede con tanta gente que llega a la madurez, es expulsada del mercado de trabajo y no consigue reciclarse. Qué pasa con la gente que se jubila y no llega a fin de mes con la pensión que les corresponde después de décadas de trabajo. Nos sitúa, también, en una cuestión más global tal como son las diferencias entre Estados Unidos y la mayoría de países de la Unión Europea. Un modelo, no hay que olvidar, que es refrendado, en ambas latitudes, por los ciudadanos que participan y votan, en mayor o menor grado, en las diferentes elecciones.
'Nomadland', y cientos de películas y series norteamericanas, muestra cómo el más mínimo traspié individual lleva aparejado, casi inexorablemente, la salida de la cómoda clase media y el estilo de vida que la suele acompañar. La caída libre solo es atemperada por la familia y los amigos. El sistema no tiene una cara especialmente humana. El ejemplo que siempre está presente en la narrativa fílmica de Estados Unidos es la enfermedad. Uno tiene la desgracia de entrar en un hospital y sale con una deuda, la mayoría de las veces, difícilmente asumible. La herencia que se deja a la familia suele ser las deudas hospitalarias que hipotecan durante años a los sufridos, y dolientes, herederos. Es trágico. El más mínimo tropiezo, involuntario, que nos obliga a salir de la perfecta vida que nos plateamos supone, casi siempre, la obligación de olvidar nuestros sueños intentando no morir en el intento como, de forma magistral, muestran muchos de los cuentos de John Cheever.
En la mayoría de países europeos, el sistema tiene una responsabilidad en que ese vacío no lo engulla todo. Sin duda el modelo de bienestar, también el español, es perfectible. Tanto en las prestaciones hacia los ciudadanos como en la relación de estos con el Estado. Es esta, sin duda, la gran cuestión sin resolver y, por ello, películas como 'Nomadland' nos confronta. Nos bombardean, por ejemplo, con información contradictoria sobre las pensiones. Por un lado, suben las prestaciones. Por otro, bajan las cantidades que pueden desgravarse en IRPF por las aportaciones a planes privados pero el presidente, en su programa para dentro de 50 años, insiste en las bondades de los planes privados de jubilación. Y es solo un ejemplo pequeñito. La práctica totalidad de los que reflexionan sobre estas cuestiones insisten en la necesidad de discutir, públicamente, sobre las limitaciones del tipo de bienestar que tenemos. Los mismos que se confrontan, con gran rotundidad, sobre cuáles son los modelos, las opciones políticas y económicas. Pero extraño que esas discusiones estén presentes en el debate público. ¿Cómo no querer conocer más, por ejemplo, sobre las opciones de nuestro modelo sanitario con lo que llevamos pasando desde hace más de un año? ¿Cómo no interesarnos por la educación cuando estamos invirtiendo ingentes cantidades de recursos en formar a universitarios que, por desgracia, jamás van a desarrollar su actividad profesional en algo que tenga que ver con lo que estudiaron? Y podríamos seguir planteando cuestiones 'ad aeternum'.
Hace unos días, el presidente Sánchez presentó en un gran acto el documento 'España 2050' elaborado, según la información proporcionada, por 100 expertos independientes y de todas las sensibilidades políticas. Se trataba de incitar un debate público sobre los grandes ejes transversales que son y serán relevantes para unas cuantas generaciones. Me fascina la idea. Pero la realidad es tozuda. Se olvidó ya el tema. Se montó una presentación, tipo norteamericana, para seguir construyendo la marca 'Presidente Sánchez' y, al día siguiente, el debate social se olvidó. Quizás provocado por la inmediatez. Ya sabemos que lo urgente desplaza siempre a lo importante. Hoy ya estamos en otra cosa. Se venden becerros de oro, como sin ir más lejos la Paramount en Murcia que terminó en vaquilla llena de pulgas, que solo se quieren para una foto. Los ciudadanos, los afiliados y simpatizantes de los partidos, y de otras organizaciones, son los grandes olvidados en esta ilusión de debate público.
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