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De aquel tiempo que pasé estudiando Filología Hispánica en la Universidad de Murcia me quedan recuerdos imborrables de todo tipo, pero por no entrar en ... batallitas noventeras me voy a centrar en uno, de hace ya –ay– 25 años: el momento en que me enteré de qué cosa son la pragmalingüística y los actos de habla. Para una correcta comunicación, vienen a decir estos autores, es más importante entender las intenciones del hablante que saber analizar su sintaxis, la concordancia de sus sujetos con sus verbos o las subordinadas concesivas. Una oración correctísima desde el punto de vista gramatical puede ser incomprensible si no captamos para qué se dice. Por ejemplo: ¿estoy yo aquí acordándome de mi juventud en el campus de La Merced con la intención de que descubras la obra de Austin y Searle, esas luminarias de la lingüística postestructural? Pues claro que no, Mari Carmen. Parece mentira que no me conozcas.
Macarena Olona, diva de la ultraderecha española hoy por hoy sin partido que la quiera, ha visitado este viernes ese mismo campus para, según sus palabras, ampliar con una conferencia nuestro conocimiento del mundo del Derecho. No había que ser ningún genio de la pragmalingüística para detectar que las intenciones de esta señora quedan muy lejos de la divulgación jurídica: su siguiente acto público es un encuentro, mañana lunes, nada menos que con Mario Conde. Olona, embarcada desde su fracaso en las pasadas elecciones andaluzas en una campaña de promoción política personal contra su antiguo partido, copa portada tras portada encarnando a un personaje muy estudiado. 'Outsider' como Cayetana, 'despechá' como la Rosalía y sin pelos en la lengua, al intento de baño de masas en el Camino de Santiago ha seguido una gira por universidades públicas para reforzar su imagen de Juana de Arco.
No le ha correspondido a la de Murcia el dudoso honor de ser la primera universidad pública en servir de decorado al teatrillo de Olona, pero sí el aún más dudoso de ser la segunda, prestándose a seguir su guion aun a sabiendas de los bochornosos incidentes de la pasada semana en Granada. Macarena tuvo su minuto de gloria y su foto rodeada de antidisturbios, que es a lo que iba, y hasta se la colocó de portada en su perfil de Twitter. Secundarios de lujo, sus 'hooligans' de extrema derecha fueron convocados para calentar los ánimos, hasta tal punto que el único sancionado en los altercados fue el ultra Bertrand Ndongo, militante de Vox. El viernes, en Murcia, idéntico 'modus operandi': personajes afines, como Ndongo o Miguel Frontera, metiéndose entre los estudiantes para calentar los ánimos, paseíllo totalmente innecesario de Olona a través de la plaza de La Merced para conseguir su fotillo, y para dentro con la misión medio cumplida, porque los estudiantes no mordieron el anzuelo.
La polémica ante este tipo de prácticas de 'agitprop' suele acabar en discusiones sobre los límites de la libertad de expresión y qué tipo de filtros debería poner en práctica una institución como la Universidad pública, que por ejemplo sí rechaza albergar charlas pseudocientíficas o conspiranoicas, o con fines electoralistas. En efecto, la conferencia de Olona tuvo contenido jurídico, y la entidad organizadora es una asociación, si bien controlada por dos diputados regionales tránsfugas de Vox. Gramaticalmente, por volver al argumento filológico, la oración podría sacar aprobado raspado. Desde el punto de vista de la pragmática, por el contrario, todas las alarmas deberían haber saltado desde primera hora. Por tanto, el debate sobre la libertad de expresión de la diputada andaluza (o de los estudiantes de la UMU que organizaron el acto de protesta) es secundario, ya que nadie con las intenciones de esta señora debería encontrar la puerta abierta de un ente como la Universidad. Podríamos incluso descender hasta un debate terciario: si no deberíamos los demócratas celebrar y hasta alentar el despecho de Olona, empeñada en hundir su antigua formación de ultraderecha. Pero entrar en eso sería perder de vista el pecado original, que no es otro que haber dado lugar, desde la institución, al bochorno del viernes.
Desconozco el proceso de toma de decisiones que ha envuelto el acto desde su anuncio a principios de semana, la desautorización del mismo por parte del decano de Letras, José Antonio Molina, y la reubicación exprés en el Paraninfo. Sería de rigor en un organismo democrático, transparente y público. Mientras, aún con las vergonzosas imágenes del viernes en la retina, tendré que conformarme con imaginar qué excusa cabe por haber puesto la Universidad de Murcia al servicio de la temeraria astracanada de la señora Olona. ¿Desconocer sus intenciones, tal vez? ¿Habré de recordarles a los señores doctores que 'ignorantia legis neminem excusat', esto es que ignorar las leyes –tampoco las de la pragmática– no exime de su cumplimiento?
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